jueves, 15 de agosto de 2019
Visión de Tunel.
Noah Syndergaard. New York Mets. The Players’ Tribune. 29 de marzo de 2018.
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Mi mamá era esa mamá que siempre gritaba en mis juegos de pequeñas ligas. Una vez, cuando tenía ocho años de edad y estaba en un juego, esperaba mi turno al bate en el círculo de prevenidos, y mi mamá gritaba mi nombre. No estaba gritando desde la zona más lejana de la tribuna. Estaba como a un metro de distancia, estremeciendo la alambrada, gritando:
“¡Noooooooooooaaaaaah!”
Pero nunca la escuchaba. Estaba bloqueado. Siempre, desde que era niño, he tenido visión de túnel, especialmente en el deporte. No fue hasta que mi mamá estaba gritando prácticamente en mi oreja que noté que estaba allí, y entonces fue que le grité de vuelta.
Ahora, no estoy orgulloso de lo que dije, pero estaba disgustado.
“Mamá”, le dije.
“¡Cállate!”
Supe que había cometido un error tan pronto como lo hice porque…hombre, la manera como mi mamá me miró, su rostro cambió como si dijese ¿En verdad dijo eso?
Fue probablemente una arrancada de niño rebelde, una actitud inadecuada con mi mamá. Pero también pudo haber sido que quizás todavía estaba un poco molesto con ella por obligarme a jugar beisbol como primera prioridad. Eso fue su idea. Cuando tenía siete años de edad, me preguntó si quería jugar, le dije que no. El beisbol no me parecía divertido. Quería jugar futbol (soccer).
De todas maneras me inscribió para jugar beisbol.
Entonces ella y mi papá me llevaron a Walmart para comprar los implementos de beisbol. Estábamos parados en uno de los anaqueles viendo los protectores, y mis padres hablaban muy alto acerca de los diferentes tipos de protección. Todos los podían escuchar.
Yo estaba tan avergonzado que armé el berrinche más grande que puedan imaginar. Me refiero al grito más estridente de un niño de siete años de edad, zapateando y llorando. Fue ridículo.
Mis padres todo lo que hicieron fue reir.
Pensaron que eso era gracioso.
Pero ahora, después que le dije que se callara, mi mamá no reía. Estaba molesta. Me señaló y me habló con su voz más seria de mamá.
“¡Está castigado, señor!”
Allí mismo. Sin dudas. Sin preguntas.
Cuando fue mi turno de ir a batear, mi visión de túnel regresó. Mi mamá volvió a gritar, y olvidé el hecho de que estaba castigado.
Entonces fui a batear…
Y bateé un jonrón.
Mi mama se volvió loca.
Cuando regresé al dugout, estaba tan emocionada que me levantó el castigo.
No sé si me disculpé por lo que dije (¿Lo siento mama?) Pero definitivamente le he agradecido varias veces a través de los años. Porque si no me hubiera forzado a jugar beisbol, y si no hubiera sido esa clase de mamá fanática alocada que dejaba que un jonrón le hiciera olvidar que su hijo le había faltado el respeto, probablemente no estaría aquí escribiendo esto.
Fui afortunado en tener unos grandes padres.
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Todavía tengo esa misma visión de túnel que tenía cuando niño. Cuando estoy en el montículo en Citi Field frente a 42.000 aficionados de los Mets, y estoy arriba en la cuenta 0-2, no oigo nada.
Ni a los fanáticos. Ni al órgano. Ni a mi mamá.
Nada.
Estoy concentrado en mi cátcher y el bateador. Enfocado completamente en dominar a mi oponente. Quiero intimidarlo. Quiero ser temido.
Esa siempre ha sido mi mentalidad. Ser agresivo. Atacar a los bateadores. Lanzar adentro y reclamar mi territorio.
Eso no significa que intento golpear a los bateadores. Solo hablo de hacerles saber quien tiene el control. Y si le lanzó algo más adentro a alguien, y no le gusta, se puede reunir conmigo a veinte metros de distancia y podemos discutir sobre eso. Porque así es como pitcheo. Para mí, se trata de ganar primero la batalla mental.
Un buen ejemplo es el primer pitcheo del tercer juego de la Serie Mundial contra los Reales en 2015. Le lancé alto y pegado al primer bateador, después de ese envío, lo tuve sobre sus talones el resto del turno.
Tres envíos y una recta de 99 millas después, él caminaba de vuelta al dugout, probablemente preguntándose que había ocurrido.
Ahora que pienso en eso…parece mentira que eso haya pasado hace más de dos años. Recuerdo vívidamente la sensación de pitchear ese juego de Serie Mundial en casa…y ganarlo. Todavía recuerdo eso con claridad.
Pero también recuerdo la sensación de ver a los Reales celebrar en nuestro estadio. Me quedé ahí por un minuto, mirándolos, procesando lo que había ocurrido y dejando que todo decantara.
Entonces, cuando salí del estadio y fui a casa, pensé, Bien, me parece que lo intentaremos otra vez el año entrante.
Entonces viene el año siguiente, y tenemos una arrancada desastrosa. Entramos en carrera hacia el final de la temporada, pero perdemos el juego del comodín.
Luego llega 2017, y las lesiones nos juegan una mala pasada.
Sobre la marcha, me di cuenta que los equipos no van a la Serie Mundial todo el tiempo. Va a ser muy duro regresar.
Por eso me gusta mucho la primavera y el dia inaugural es uno de mis favoritos del año.
Porque las posibilidades son infinitas.
Todo empieza de nuevo.
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Para mí. Este día inaugural es particularmente emocionante, porque siento que todo lo que ha ocurrido en las últimas tres temporadas, ganar, perder, los ajustes, las lesiones, todo eso me ha preparado para lo que viene ahora.
La temporada de 2015 puede haber terminado con nosotros en la Serie Mundial, pero empezó conmigo preguntándome porqué estaba en las grandes ligas. Estaba muy impresionado por haber llegado hasta allí, especialmente después de llegar a Nueva York y ver que otros tipos pitcheaban adentro.
No me tomo mucho tiempo notar que mi mecánica era inservible.
Me dije, guao, está bien…Voy a tener que ajustar algunas cosas, o no voy a durar mucho aquí.
Lanzaba tan duro como deGrom, pero costaba más batear su recta, me preguntaba porqué. Luego de observarlo, noté que era porque esconde la pelota muy bien. Me estaba descubriendo muy temprano y los bateadores podían ver la pelota. Así que empecé a trabajar en esconder mejor la pelota y disimular mejor.
Entonces vi lo duro que lanzaba Harvey, igual que deGrom y yo, y noté que en las grandes ligas todos lanzan duro. Así que además de aprender a esconder mi recta, tenía que ubicarla mejor también.
Aún después de eso, entendí que en este nivel no te puedes mantener solo con la recta. Así que tuve que desarrollar mis otros pitcheos para mantener en vilo a los bateadores. Alteré el agarre de mi cambio para hacerlo parecer a mi recta de dos costuras, y pasó de ser solo otro pitcheo de mi repertorio a uno de mis mejores envíos. También cambié el agarre de mi sinker, trabajé con mi curva y agregué una slider.
Básicamente me convertí en pitcher en vez de un tirador.
Pero pienso que lo que aprendí fuera del terreno fue tan importante y tal vez más divertido, que aprender a ser un pitcher de grandes ligas.
Aprendí a ser neoyorquino.
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Cuando me subieron la primera vez, quería conseguir un lugar en la ciudad de inmediato porque quería sentirme un verdadero residente de la ciudad de Nueva York. Así que encontré un apartamento tipo estudio en la 21 y Park por Union Square, y tan pronto como entré supe que tenía que conseguir ese lugar.
Estaba completamente amoblado, y las paredes estaban decoradas con verdadero “New York City art”. Me refiero a que cuando se pasaba la puerta, había una pintura de Cambell’s Tomato Soup en la pared. ¿Conocen la fotografía de los obreros de construcción cenando en las alturas en una viga de acero? Esa también estaba enmarcada en la pared. El lugar tenía piso de parqué y un sofá super moderno de cuero en el que solo te podías sentar en ángulo de 90 grados. Lucía bien, pero era muy incómodo. Te reventaría la espalda.
Pero eso no me importó. El lugar tenía mucha personalidad, el lugar perfecto que un tipo de 22 años de Mansfield, Texas podía llamar hogar por un tiempo.
También había una ventana que miraba hacia el este, nunca conseguí algo lo suficientemente solido para impedir la entrada de la luz solar. En vez de eso, establecí una rutina, dejé que la luz solar me despertara temprano, entonces me duchaba y desayunaba. Luego bajaba y saludaba al vigilante, todavía paso por ahí y lo saludo de vez en cuando, caminaba por las aceras, escogía un lugar y exploraba.
Tal vez me detenía y compartía con los tipos de Rothman’s, la tienda de ropa, ellos siempre me atendían. Tal vez compraba algo. Tal vez no. Tal vez iba a un nuevo café o fuente de soda alrededor de Union Square, hay muchos. Tal vez tomaba el metro hacia las afueras o un metro para ir al centro. Tal vez iba al teatro o visitaba un museo.
Me daba igual.
Solo quería perderme en la ciudad.
Pienso que la experiencia de vivir en ese pequeño apartamento tipo estudio me ayudó para mi evolución en el montículo, especialmente en casa. Porque cuando salí al terreno y miré a los fanáticos, especialmente en la Serie Mundial, puedo decir que me sentí como uno de ellos.
Como si fuese un neoyorquino.
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Vivi en ese apartamento hasta alrededor de tres o cuatro semanas después de la Serie Mundial. Luego regresé a Texas para alistarme para la temporada de 2016, lo cual consistía en reanudar las cosas desde donde las había dejado en 2015. Me refiero a que una vez que ganas un juego de postemporada, especialmente en la Serie Mundial, no hay nada que se le compare. Así que emplearía todo mi tiempo y energía para regresar a esa instancia.
Todavía estoy tratando de regresar allí.
Después que me lesioné el año pasado y perdía casi toda la temporada, cambié mi rutina de trabajo. Mi problema es…me gusta ejercitarme. Soy un hombre. Me gusta levantar cosas pesadas. Y despues de ejercitarme, quiero sentir como que me ejercité.
Pero los ejercicios de los pitchers no están precisamente orientados a construir musculatura y lucir bien en la playa. Tienen que ver con mucho trabajo en la parte baja del cuerpo y estabilidad en los hombros y asuntos de mecánica. Así que antes de la última temporada, después de mis ejercicios de pitcheo, me fajaba en la barra de flexiones en casa hasta conseguir esa sensación de “haberme ejercitado”, y no estaba haciendo necesariamente lo recomendado.
Mi cuerpo me lo dejó saber.
Ahora he rediseñado todo mi programa. Me ejercito tan duro como siempre, pero hago el trabajo adecuado. Mantengo algo de volumen, pero sin sacrificar la funcionalidad o dejar que mi mecánica sufra. He aprendido que hay un balance, y estoy mejorando en mantenerlo.
Ahora, al acercarme al dia inaugural, me siento más fuerte y sano que en toda mi vida.
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La actitud alrededor del equipo definitivamente ha sido algo diferente esta primavera. Pienso que Mickey Callaway tiene mucho que ver con eso. Su presencia es la de un verdadero líder. Es el tipo de persona quien no te dice como halar la cuerda…se acerca y hala la cuerda contigo. Es un tipo llevadero.
Pero para mí, puedo decir que esta temporada iba a ser diferente después de mi primera interacción con nuestro nuevo coach de pitcheo, Dave Eiland.
Dave estaba en el dugout de los visitantes con los Reales en la Serie Mundial de 2015, y en uno de sus primeras grandes reuniones de esta temporada, cuando presentó nuestro cuerpo de pitcheo completo, habló del tercer juego.
El juego que yo lancé.
Habló del primer pitcheo.
Alto y pegado.
Dijo que tan pronto hice ese pitcheo, miró hacia uno de los masajistas en el dugout y dijo, “Eso es todo. Estamos listos”. Porque después de un pitcheo, el sabía que yo estaba ahí para respaldarme.
Reconoció eso porque así es como es él.
Y eso era todo lo que necesitaba saber.
Dave es intenso. Le gusta quemarse. Es el tipo de persona con quien te gustaría contar en los momentos duros.
Y cuando le dijo a todos en nuestro cuerpo de pitcheo que estaba buscando ese tipo de agresividad en nosotros ese año, de tipos que tuviesen las agallas de lanzar alto y pegado…en el primer lanzamiento…cuando se está abajo dos juegos a cero en la Serie Mundial, supe que nos íbamos a llevar muy bien.
Esa es una de las razones por las que estoy muy emocionado con el día inaugural y la temporada en general. Me refiero a que…me siento como nunca, deGrom se ve muy bien y Matz está lanzando bien.
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Y tengo que decir…que tengan en cuenta a Matt Harvey. Siento que recuperó su nivel de 2013, en términos de agresividad y actitud. Sabemos lo bueno que es su repertorio, pero han sido unos años muy duros para él, la operación Tommy John, el síndrome torácico y la fractura de escápula.
Quiero decir, que si Harvey está bien físicamente, no hay que decir de lo que es capaz.
Estoy emocionado por ver eso.
Y ahora, con Lugo como quinto abridor hasta que Vargas regrese y con Zack Wheeler también disponible, tenemos confianza en toda nuestra rotación, de arriba abajo.
Todo lo que necesitamos ahora es un apodo divertido…
Durante toda su existencia, los Mets han tenido una filosofía enfocada en traer campeonatos a Nueva York. Y en eso estamos enfocados esta temporada. Esa es la meta.
Estoy listo.
Estamos listos.
Mi mamá está lista.
Y sé que Nueva York también está lista.
Es como si tuviéramos visión de túnel. Estamos bloqueados. Y lo único que podemos ver es el trofeo de la Serie Mundial.
Y esta vez, queremos completar el trabajo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 12 de agosto de 2019.
viernes, 12 de julio de 2019
Jim Bouton, Autor de la memoria de Beisbol ‘Ball Four’, fallece a los 80 años de edad.
Bruce Weber. The New York Times. 10 de Julio de 2019.
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Jim Bouton, un pitcher de logros modestos pero un celebrado iconoclasta quien dejó una marca duradera en el beisbol como autor de “Ball Four”, un diario del pelotero, descarnado, irreverente, punzante, y éxito de ventas, que estremeció la imagen completa del juego, falleció este miércoles 10 de julio en su hogar en los Berkshires en Massachusetts.
Falleció luego de una larga batalla con la demencia vascular, dijo su esposa, Paula Kurman. Bouton tuvo un infarto en 2012, y en 2017 reveló que tenía una enfermedad cerebral llamada angiopatía amiloide.
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Cuando “Ball Four” fue publicado en 1970, reportando el egoísmo, la fatuidad, infantilismo y espíritu de crueldad de hombres jóvenes a menudo engrandecidos por jugar un juego de niños muy bien, fue catalogado por muchos lectores, que lo aprobaban o no, como una escandalosa traición a la llamada intimidad del clubhouse.
Pero el libro, el cual trató del recuento de la temporada de Bouton en 1969, siete años después de su debut en grandes ligas con los Yanquis, tenía una gran narrativa, basada en su intento, a la edad de 30 años, para salvar lo que una vez fuese prometedora carrera mediante el desarrollo del pitcheo más peculiar y menos predecible del juego: la bola de nudillos.
El pitcheo, el cual cuando se lanza de manera óptima no tiene efecto giratorio, requiere fineza, fuerza en la punta de los dedos y mucha buena suerte; sin efecto giratorio, la pelota está sujeta a las corrientes de aire camino al plato, lo cual implica que se moverá erráticamente, eso hace difícil que el bateador (para no mencionar al cátcher y el árbitro) pueda seguirlo, y que el pitcher pueda controlarlo.
En el libro, el pitcheo se convierte en una metáfora para la visión de Bouton de si mismo como un tipo excéntrico en una sociedad beisbolera de conservadores llevaderos, que siguen con terquedad su propio camino aunque este dependa de las fuerzas externas.
En la temporada de 1969, Bouton jugó para el equipo de expansión de la Liga Americana, los Pilotos de Seattle (ahora Cerveceros de Milwaukee), quienes lo degradaron por un tiempo al equipo filial de ligas menores de Vancouver y eventualmente lo cambiaron a los Astros de Houston de la Liga Nacional. El libro, que fue publicado originalmente con el subtítulo “Mi Vida y Tiempos Dificiles Lanzando la Bola de Nudillos en las Ligas Mayores”, fue de muchas maneras, una crónica de las inseguridades de un atleta, que alguna vez fue estrella, acercándose al final de la ruta.
“No solo tenía algo de debilidad hoy en el codo, sino que Sal me dijo que lanzaré en el juego de exhibición del domingo”, escribió Bouton a comienzos del entrenamiento primaveral, en referencia al coach de pitcheo de Seattle, Sal Maglie. “La debilidad pasará, pero ¿Cómo voy a pitchear el domingo? No estoy listo. Todavía no he apuntado a los lugares donde debo colocar los lanzamientos. No he lanzado curvas. Mis dedos no están lo suficientemente fuertes para lanzar bien la bola de nudillos. He vuelto a tomar dos pelotas y apretarlas en la mano para tratar de fortalecer mis dedos y aumentar el agarre”.
Algunos críticos astutos reconocieron el ardor y la tensión punzante de la historia de Bouton; en The New Yorker, Roger Angell describió “Ball Four” como “una rara visión de una profesión pública altamente compleja vista desde adentro, junto con una aun más compensadora visión interna de una mente irónica y corajuda. Muy cercano de ser el libro más divertido del año”.
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Pero para la mayoría de los lectores, la prédica personal de Bouton fue superada por lo que reveló acerca de la vida en las ligas mayores.
Según Bouton, los peloteros engañaban rutinariamente a sus esposas en las giras, diseñaban intrincados planes para mirar debajo de las faldas de las mujeres o espiarlas a través de las ventanas de los hoteles, hablaban de vulgaridades casuales, bebían en exceso y tomaban anfetaminas como si fueran caramelos M&M.
Mickey Mantle jugaba enratonado y era cruel con los niños que le pedían su autógrafo, escribió él. Carl Yastrzemski era un tipo ausente. Whitey Ford arañaba y enlodaba ilícitamente la pelota y su catcher, Elston Howard lo ayudaba a hacerlo. La mayoría de los coaches eran tontos quienes veían lo obvio como sabiduría cuando no se contradecían, y los gerentes generales eran desconsiderados y deshonestos al negociar los contratos con los peloteros.
Para ese momento, la clausula de reserva, una parte de cada contrato que ataba a los peloteros casi irrevocablemente a sus equipos, aún estaba en efecto; la libre agencia, la cual multiplicó el poder de ganancia de los peloteros en muchos órdenes de magnitud, todavía pertenecía al futuro. Bouton firmó un contrato con Seattle por 22.000 $, y su balance de las ganancias anuales oscilaba en sumas de tres y cuatro figuras, incómodas para ese momento, hoy parecen increíbles ante un salario mínimo en grandes ligas de 555.000 $ y un promedio de ganancias de más de 4 millones $ por año.
En suma, Bouton retrató el juego, sus peloteros, coaches, ejecutivos y la mayoría de los periodistas que lo cubrían, como un mundo de divertida, pueril conformidad. No por sorpresa, el establecimiento del beisbol atacó a Bouton, su editor colaborador, Leonard Shecter, y el libro.
El comisionado para ese momento, Bowie Kuhn llamó a Bouton y le dio una reprimenda; algunos peloteros le reclamaron por decirle a las esposas de los peloteros lo que estos hacían en las giras. (El propio Bouton no fue la excepción; su primera esposa Bobbie, escribió su propio libro después de su divorcio).
Algunos peloteros, incluyendo a Elston Howard, dijeron que Bouton era un mentiroso. Y muchos de una generación anterior de periodistas deportivos sintieron que Bouton habia causado un daño irreparable al juego más allá de su egocentrismo y desesperación.
“Siento pena por Jim Bouton”, escribió Dick Young en The Daily News. “Es un leproso social. Su colaborador en el libro, Leonard Shecter, es un leproso social. Personas como estas, amargan a la gente, se sientan en su momento de rechazo más profundo y escriben. Escriben, demonios, todo hiede, todos menos yo, y eso los hace sentir mucho mejor”.
En un libro posterior, “I’m Glad You Didn’t Take It Personally”, el cual trató ampliamente de la reacción a “Ball Four”, Bouton agradeció a Young y Kuhn por agitar la controversia que hizo del libro un éxito.
Y fue un éxito, aunque Bouton no fue el primer atleta en publicar un recuento desde el interior de la vida del deporte profesional: “Instant Replay”, una crónica personal de la temporada de la National Football League de 1967, escrita por el defensor Jerry Kramer de los Green Bay Packers, lo había precedido. Bouton ni siquiera fue el primer pelotero en llevar y publicar un diario; Jim Brosnan, quien lanzó para cuatro equipos de ligas mayores, publicó: “The Long Season”, en 1960.
“Ball Four” no solo fue un éxito de ventas instantáneo y duradero, también ganó amplio reconocimiento como texto importante de la literatura deportiva. En 2002, Sports Illustrated lo colocó como número tres en su lista de los 100 mejores libros deportivos de todos los tiempos. Quizás más notable fue que en 1995, cuando la biblioteca pública de Nueva York celebró su centenario, incluyó a “Ball Four” como el único libro deportivo entre 159 títulos en su exhibición “Books of the Century”.
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James Alan Bouton nació en Newark el 8 de marzo de 1939, en el hogar de George Bouton, ejecutivo de negocios quien vendía ollas de presión para ese momento, y Trudy Vischer, su apellido de soltera. La familia vivió en los suburbios Rochelle Park y Ridgewood de Nueva Jersey hasta que Jim era un adolescente y su padre aceptó un trabajo en Chicago.
Jim jugó pelota en la American Legion, aun entonces lanzaba la bola de nudillo de vez en cuando, y se graduó en la Bloom High School de Chicago Heights, Ill. Pasó un año en Western Michigan University antes de ser firmado por los Yanquis en diciembre de 1958. Llegó a las grandes ligas en 1962.
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Fue “Ball Four” lo que estableció la reputación pública de Bouton como rebelde de decoro beisbolero, pero desde el comienzo fue un tipo extraño en el juego. Su carrera tuvo un arco extraño. Disfrutó un breve estrellato con los Yanquis a principios de los años 1960 como pitcher derecho con una recta y una curva que lanzaba por encima del brazo, con un movimiento violento que frecuentemente le hacía perder la gorra, una idiosincrasia que se convirtió en marca de fábrica.
Aun como pelotero joven, tenía una pugnacidad y voluntad por hablar de su mentalidad liberal, más notablemente con los reporteros, a quienes otros Yanquis tenían el hábito de desdeñar, y de temas como la guerra de Vietnam, las protestas estudiantiles y los derechos civiles, lo que erizaba a sus compañeros de equipo y los ejecutivos de los Yanquis.
“Después de dos o tres años de jugar con tipos como Mantle y Maris”, recordó Bouton en “I’m Glad You Didn’t Take It Personally”, “Ya no estaba emocionado. Empecé a mirar a esos tipos como personas y no me gustó lo que vi. Eran buenos como héroes del beisbol. Como hombres no eran exitosos. A la vez me parece que empecé a tratar a las personas de la manera equivocada. En vez de ser el novato divertido, era el veterano sabio. Llegué al punto donde discutía para apoyar mi opinión y eso no caía muy bien”.
Aún así, las tres primera temporadas él lanzó para unos Yanquis ganadores de banderines, como equipo, con estrellas como Mantle, Maris y Ford, completó una seguidilla de cinco títulos de la Liga Americana en fila.
En 1963 tuvo marca de 21-7, lanzó un inning en blanco en el juego de las estrellas, y en la Serie Mundial perdió una decisión 1-0 ante Don Drysdale y los Dodgers de Los Angeles en el tercer juego de la barrida de los Dodgers. En 1964, su registro fue de 18-13 y ganó dos juegos ante los Cardenales de San Luis en la Serie Mundial (aunque los Yanquis perdieron esa serie también).
Aquellos fueron días de gloria. Los problemas en el brazo lo afectaron después de eso, tuvo marca de 4-15 en 1965 mientras los Yanquis resbalaban hasta el sexto lugar. Y para 1968 era negociable, los Yanquis lo vendieron a los Angels de Seattle, entonces un equipo de ligas menores que se graduaría (como Pilotos) en las grandes ligas el año siguiente.
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Además de su esposa, a Bouton, quien vivía en el oeste de Massachusetts, le sobreviven dos hijos, Michael y David (quien fue adoptado de Corea desde niño y fue llamado Kyomg Jo al inicio de “Ball Four”) dos hijastros; y seis nietos: Alexandria Bouton, Jack Bouton, Georgia Kurman, Annabel Kurman,, Skyler van der Hoeven y Aspen van der Hoeven. Una hija, Laurie, falleció en un accidente automovilístico en 1997.
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La notoriedad ganada por “Ball Four” impulsó a Bouton a muchos otros episodios del escenario público. Por un tiempo fue narrador deportivo de los canales televisivos de Nueva York. Fue delegado de Nueva jersey para George McGovern en la convención nacional demócrata de 1972. Apareció como asesino en el drama criminal de Robert Altman de 1973, “The Long Goodbye”, una adaptación de la novela de Raymond Chandler protagonizada por Elliot Gould como Philip Marlowe. Y apareció en una fugaz serie televisiva basada en “Ball Four”, solo duró cinco episodios en 1976.
Con Eliot Asinof, mejor conocido como el autor de “Eight Men Out”, un recuento del escándalo de los Medias Negras de 1919, Bouton escribió “Strike Zone” (1994), una novela de argumento pesado y melodramático acerca de un árbitro en medio de un dilema moral: Debe decidir si afectar el resultado de un juego para ayudar a un hombre que una vez salvó su vida y ahora está en problemas con los pandilleros.
Bouton también escribió un libro, “Foul Ball” (2005), acerca de su esfuerzo quijotesco por salvar un Viejo estadio en Pittsfield, Mass. Eso le inspiró para ayudar y promover a la Vintage Base Ball Federation, la cual organiza juegos que se efectúan de acuerdo a las reglas del siglo 19, mediante versiones de aficionados beisboleros obtenidas de estudiosos de la guerra civil.
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“Ball Four” fue publicado durante la temporada de 1970 mientras Bouton estaba con los Astros, pero tenía un año pobre, y después de ser bajado a las menores, se retiró.
Pero Bouton no bromeaba en “Ball Four” cuando decía que se sentía miserable al ser incapaz de satisfacer sus ansias de competencia. Así que jugó pelota semi profesional por varios años, e intentó un poco probable regreso, perseveró con estadías en equipo de ligas menores en Durango, México; Knoxville, Tenn.; Savannah, Ga.; y Portland, Ore., donde se convirtió en el primer inversionista en Big League Chew, goma de mascar que buscaba emular al tabaco masticado, inventada por un compañero de bull pen, Rob Nelson.
Finalmente en septiembre de 1978, Ted Turner, para entonces dueño del entonces descolorido equipo Bravos de Atlanta, llevó a Bouton a su roster de grandes ligas, donde a la edad de 39 años, ocho años después de su primer retiro, inició cinco juegos y ganó uno (perdió tres), en trabajo de seis innings sin permitir carreras limpias ante los Gigantes de San Francisco.
Terminó su carrera (finalmente) con marca de 62-63 y una respetable efectividad acumulada de 3.57. Para entonces también había probado la validez de las líneas finales de “Ball Four”, quizás la oración más conocida y resonante del libro, una explicación de por qué entendía la frustración y lunaticidad acerca de lo que había escrito, un encapsulamiento del impacto del deporte en el atleta.
“Pasas buena parte de tu vida apretando una pelota de beisbol, y al final resulta ser que es la pelota la que te aprieta”.
Jacey Fortin contribuyó como reportera.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 12 de Julio de 2019.
lunes, 8 de julio de 2019
A Ochenta Años de distancia, las Palabras de Lou Gehrig Reverberan.
Hay pocos registros del discurso conocido como el Gettysburgh Address del beisbol, pero está esa película.
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Richard Sandomir. The New York Times. 3 de Julio de 2019.
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Lou Gehrig finalmente había llegado al clubhouse de los Yanquis esa tarde, sudado y extenuado, había pronunciado su discurso con una elocuencia tan simple que un día sería llamado el Gettysburg Address del beisbol.
Lou había llorado mientras hablaba, como lo hicieron muchos de los casi 62.000 asistentes a Yankee Stadium aquel 4 de julio de hace 80 años.
De vuelta en la comodidad del clubhouse rodeado de compañeros y reporteros, preguntó, “¿Estuvo necio mi discurso?” Esa fue la pregunta de un hombre humilde que tuvo una respuesta simple: no lo fue.
La mayor parte de ese discurso ya no existe en forma de grabación intacta; la pobre preservación de la película solo dejó cuatro líneas supervivientes.
La apertura, “En las pasadas dos semanas han estado leyendo acerca de un de un mal momento”, lleva a la declaración de “el hombre más afortunado”, la cual fue movida para el final de “The Pride of the Yankees”, la película de 1942 acerca de Gehrig, protagonizada por Gary Cooper, para darle un impacto dramático. En otro extracto del discursos, se refiere a sus compañeros de equipo de 1939 como “hombres bien parecidos” quienes están “uniformados en el estadio hoy”. Y su última frase también sobrevivió: “Y pude haber tenido un mal momento pero tuve mucho por vivir”.
Si pensamos que conocemos el discurso completo, es debido a la versión que Cooper pronunció en “Pride”, la cual fue obtenida de lo que la esposa de Gehrig, Eleanor, recordaba del 4 de julio de 1939, y de las grabaciones que no se habían dañado todavía o habían sido descartadas. Cooper se había convertido en Gehrig, no porque se pareciese a él o pudiera jugar pelota como él, sino porque sabía muy bien como interpretar a los hombres de dignidad.
Aunque no hubo anuncio público de que él hablaría, Gehrig planeó algunas ideas con Eleanor. Sin embargo cuando salió al campo no llevaba un papel. Si se le olvido en la casa o en el casillero sigue siendo un misterio. Si hubo un discurso escrito, es sorprendente que Eleanor no lo haya guardado en uno de los albumes que había llenado meticulosamente para registrar la carrera de él y sus preciosos años juntos.
Durante la ceremonia, Lou se paró con los brazos al frente, ajustándose la gorra. Su cabeza estaba gacha a menudo. Para el momento cuando le pidieron dirigirse a la multitud, hizo un gesto hacia el maestro de ceremonia, el periodista deportivo Sid Mercer, de que no diría una palabra. La emoción lo había afectado. “No le pediré que hable”, le dijo Mercer a la multitud. “No creo que debería hacerlo”.
Pero Gehrig accedió mientras los aficionados coreaban, “¡Queremos a Lou!”
De hecho, no hubo nada necio de parte del hombre de 36 años de edad de logros destacados, forzado a retirarse del beisbol por la entonces poco conocida enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica, al decirle al mundo:
“Hoy, me considero el hombre más afortunado en la faz de La Tierra”.
La actuación de Gehrig ese día como orador fue tan destacada como cualquiera que haya tenido como pelotero, que ya es decir bastante: tuvo un promedio de bateo de .340, 493 jonrones, 1.995 carreras empujadas y un OPS vitalicio de 1.080, tercero en la historia de las grandes ligas detrás de Babe Ruth y Ted Williams. Participó en 2.130 juegos seguidos hasta el 30 de abril de 1939, cuando reconoció que su una vez poderoso cuerpo lo había traicionado con crueldad.
Se mantuvo, lo suficientemente vacilante para que el manager Joe McCarthy temiese que se pudiera caer, en el calor veraniego entre los juegos de una doble cartelera donde los Yanquis rivalizaban con los Senadores de Washington.
Gehrig lucía solitario, hasta desolado, una figura íngrima en el cuadro interior, rodeado por compañeros de equipo retirados de los Yanquis de 1927 e integrantes del equipo en ese momento quienes se las habían arreglado brillantemente sin él, con Babe Dahlgren ahora como primera base. Tuvieron marca de 51-17, en ruta a un registro de 106-45 y una barrida a los Rojos de Cincinnati en la Serie Mundial.
Ahora ese era el equipo de Joe DiMaggio.
Sin embargo, por casi una hora, el foco regresó a la estrella del Lou Gehrig Appreciation Day. Le ofrecieron obsequios. Hubo discursos de McCarthy, el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia; y el General James Farley.
Todo ese tiempo, Gehrig esperaba, como invitado de honor en un funeral en vida.
Luego de unas palabras de aliento susurradas por McCarthy, quien adoraba a Gehrig, Lou se presentó ante los micrófonos.
Cuando ese momento fue descrito por los guionistas Herman Mankiewicz y Jo Swerling casi tres años después en su guión para “The Pride of the Yankees”, ellos escribieron: “El rugido de la multitud es como la nota sostenida de un poderoso órgano. Lou esperaque eso pase pronto, pero eso no ocurre. Para él, esto es tanto una crucifixión como un triunfo, porque sabe que tendrá que morir dos veces y quizás lo peor para él es esa pequeña muerte conocida como adiós”.
Si las palabras de Mankiewicz y Swerling tocaron una cuerda hiperbólica, las de Gehrig no. Ellas estuvieron llenas de gratitud por las personas de su vida: Eleanor, sus padres, su suegra, sus managers con los Yanquis, su compañero de habitación Bill Dickey, los Gigantes de Nueva York y los cuidadores del terreno del estadio.
Ambas versiones del discurso, la real y la imaginaria, implican una pregunta: ¿Qué motivaría a un hombre quien ha recibido el diagnóstico de una terrible enfermedad para solo hablar de la buena fortuna y las personas a quien les debía agradecimiento?
Gehrig ofreció alguna perspectiva más adelante ese año después que había comenzado a trabajar como miembro de la New York City’s Parole Commission. Conn su condición deteriorándose rápidamente, Gehrig firmó su nombre en un artículo sindicado (escrito con apoyo) donde explicaba lo que él sentía era una vida de agradecimiento: por sus padres, por integrar el equipo de futbol americano de su escuela secundaria, por asisitir a la universidad, por firmar con los Yanquis, por Eleanor.
En palabras que recordaron el discurso, escribió: “Este verano tuve una mala noticia. Los médicos dijeron que no podía seguir jugando beisbol. Todo bien. Todavía soy el hombre más afortunado de La Tierra al hacer un balance. Todavía tuve una larga temporada de vida para jugar, y mi equipo, Estados Unidos, es absolutamente el mejor de la liga. Eso es lo que cuenta”.
Esa temporada de vida fue muy corta, Gehrig falleció el 2 de junio de 1941.
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Richard Sandomir es el autor de “The Pride of the Yankees: Lou Gehrig, Gary Cooper y la Elaboración de un Clásico”.
Richard Sandomir es un escritor de obituarios. Previamente escribió de deportes y negocios deportivos en los medios.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06 de julio de 2019.
martes, 18 de junio de 2019
Bill Buckner: Una jugada de Serie Mundial no puede borrar los logros de un gran pelotero y ser humano.
“Conocí a Bill Buckner en 2011 en la reunión del Aniversario Vigésimo quinto de la Serie Mundial de los Mets de 1986. Había un niño que reportaba para un proyecto escolar. Buckner se salió del protocolo para atenderlo y contestar sus preguntas como si fuese la primera vez que las escuchaba. Un gesto de clase”. Nick Diunte Examiner Baseall.
Tal vez la pasión no sea la mejor forma para evaluar las actuaciones humanas. Pero ocurre todos los días, la subjetividad invade la mente de las personas y todo se vuelve oscuro y confuso. Recuerdo como me sentí aquella noche de octubre de 1986 cuando el roletazo de Mookie Wilson pasó entre los tobillos de Bill Buckner. No podía creerlo. Como casi cualquier seguidor del beisbol, no podía entender como Buckner había perdido ese roletazo. Fue una noche muy triste porque lo que pudo haber sido el primer título de Serie Mundial para los Medias Rojas de Boston en 68 años, se convirtió en una derrota muy dolorosa. Como muy pocos hechos esa jugada en primera base se convirtió en una de las imágenes más recurrentes en mi mente cada vez que cometía un aparente error crucial en el trabajo, con mis amigos y en la familia. No importa cuan satisfactorio hayas sido antes de cometer el error, todos te ven con esa mirada incandescente, esa atmósfera de juicio irrevocable, esa solicitud de crucifixión. Cada vez que cometía un error, regresaba a ese juego y trataba de entender lo que Bill Buckner sintió esa y muchas otras noches.
Esa temporada de 1986 Buckner no esteba teniendo su mejor promedio de bateo, pero seguía siendo el mejor bateador de contacto de los Medias Rojas de Boston. Durante la temporada empujó 24 de 37 corredores desde tercera base con menos de dos outs. Eso es casi 65% de efectividad.
”Odiaba poncharme”, recuerda Buckner, “y esa era en parte la razón por la cual siempre ponía la pelota en juego. Me enseñaron que mi trabajo era avanzar los corredores. Ese era el estilo de los Dodgers. Si había un corredor en segunda base sin outs, tu trabajo era llevar ese corredor hasta tercera. Y si ibas a batear con corredor en tercera con menos de dos outs, era tu responsabilidad traerlo al plato”.
No hay una estadística para avanzar un corredor desde segunda hasta tercera base sin outs. Pero están los elevados de sacrificio. Y Bill Buckner está en el lugar 38 en la historia de MLB con 97 elevados de sacrificio durante su carrera, empatado con Roberto Alomar y Bobby Bonilla, justo por debajo de Frank Robinson (102), Al Kaline (104), Carl Yastrzemski (105), Tany Perez (106) y Mike Schmidt (108); y por encima de Ernie Banks (96), Wade Boggs (96), Willie Davis (96), Don Mattingly (96), Joe Morgan (96), John Olerud (96), Al Oliver (95), Dave Winfield (95).
Se ponchó una vez cada 20,74 turnos al bate. Los dos mejores bateadores de contacto de los Medias Rojas en la temporada de 2006, Mark Loretta y Mike Lowell se poncharon una vez cada 11 turnos al bate. Wade Boggs lo hizo una vez cada12.31 turnos, Johnny Pesky 1/21.77. En 9.397 turnos al bate, Bill Buckner se ponchó solo 453 veces. Nunca se ponchó más de 39 veces en una temporada, nunca se ponchó tres veces en un juego (en más de 2500 desafíos), y solo se ponchó dos veces en un juego, 44 veces.
El 18 de agosto, los Medias Rojas de Boston estaban en el primer lugar de la división este y Buckner bateaba solo para .248. A medida que el equipo se estabilizó en el primer lugar, Buckner se encendió. Despachó 8 jonrones con 20 carreras empujadas entre el 2 y el 14 de septiembre. Fue nombrado jugador de la semana de la Liga Americana durante el lapso del 8 al 14 de septiembre. Tuvo una seguidilla de 17 juegos bateando al menos un imparable que duró hasta el 28 de septiembre. Ese día los Medias Rojas vencieron a los Azulejos de Toronto 12-3 en Fenway Park para ganar el campeonato de la división este en 1986. El juego terminó cuando Bill Buckner atrapó un elevado en primera base.
“Ese es un recuerdo maravilloso”, dijo Buckner mientras reflexionaba acerca de la celebración en el terreno después de ganar la división este. “Teníamos mucho que celebrar. Ese era un gran equipo”.
Y cada vez que regreso a ese sexto juego de la Serie Mundial de 1986, me doy cuenta de muchos detalles, muchos puntos, una cantidad de pequeños hechos que ocurrieron antes de que esa pelota pasara entre los tobillos de Bill Buckner. Por supuesto que los había visto por televisión, pero por alguna razón u otra no entendía como esos detalles podían tener más influencia en el resultado del juego que el error de Buckner. En cada una de esas reflexiones sucesivas me sentía más triste conmigo por aquella primera reacción, por no ser capaz de apreciar lo que Buckner podía estar sintiendo en sus tobillos, por solo relacionar la derrota de esa noche con la pelota pasando por debajo del mascotín de Buckner. Esa tristeza fue mayor que la que sentí cuando los Medias Rojas perdieron el séptimo juego de esa Serie Mundial.
En la serie de campeonato de la Liga Americana, los Medias Rojas llegaron a la parte alta del noveno inning del quinto juego perdiendo 5-2, y estaban abajo 1-3 ante los Angelinos de California. Buckner fue el primer bateador de ese inning y estuvo entrando y saliendo del cajón de bateo. En determinado momento, el pitcher Mike Witt le gritó que regresara a batear. “Yo estaba muy intenso”, recordó Buckner. “Sabía que ese podía ser mi último turno al bate de la temporada y no estaba listo para terminar la temporada”. Entonces bateó un sencillo por el medio del campo y anotó con el jonrón de Don Baylor, para acercar a los Medias Rojas 5-4. Luego vino el dramático jonrón de Dave Henderson que le dio la ventaja a Boston, y después que los Angelinos igualaron el juego en el cierre del noveno, Henderson remolcó la victoria para los Medias Rojas con elevado de sacrificio. Ganaron el sexto y el séptimo juego para adjudicarse su primer banderín desde 1975.
Los Medias Rojas de Boston sorprendieron a los favoritos Mets al derrotarlos 1-0 en el primer juego de la Serie Mundial en Shea Stadium. Entonces pusieron la serie 2-0 con una fácil victoria 9-3. Los Mets nivelaron la serie en Fenway Park al vencer a los Medias Rojas 7-1 y 6-2 en los juegos 3 y 4 respectivamente. Bruce Hurst le dio algo de oxígeno a Boston al lanzar un juego completo para vencer al as de los Mets, Dwight Gooden 4-2 en el quinto juego. Así que regresaron a Shea Stadium necesitando solo un triunfo para conseguir aquel largamente esperado título de Serie Mundial.
Los Medias Rojas salieron adelante 2-0 en el sexto juego al anotar carreras en el primer y segundo inning. Los Mets empataron el juego en el quinto. Los Medias Rojas replicaron marcando una carrera en el séptimo. Roger Clemens lanzó siete innings muy buenos pero salió por un emergente en el octavo debido a una ampolla. Los Mets empataron el juego otra vez en el cierre del octavo ante Calvin Schiraldi. El juego llegó 3-3 al décimo inning.
Boston pareció asegurar la Serie Mundial cuando Dave Henderson descargó un dramático jonrón para iniciar la parte alta de ese décimo inning y los Medias Rojas anotaron otra carrera. Pero aquí viene la primera situación que explica mejor porque los Medias Rojas perdieron ese juego. Después de sacar los dos primeros outs en el cierre del décimo, Schiraldi permitió tres imparables seguidos para que los Mets se acercaran 5-4. La segunda situación ocurrió cuando el relevista Bob Stanley, a un strike del título, lanzó un wild pitch que el cátcher Rich Gedman no pudo manejar y el juego se igualó 5-5.
Para ese momento me sentí muy desolado. No podía creer lo que estaba ocurriendo. La misma historia oscura de la incapacidad de los Medias Rojas para ganar una Serie Mundial se estaba escribiendo de nuevo, esta vez con la inspiración más cruel y desgarradora de Edgar Allan Poe y Stephen King. Podía sentir, como en las historias de esos dos titanes literarios, que algo muy feo estaba por ocurrir pero no podía descifrar como iba a manifestarse. Quería dejar de ver el juego, como cuando por un momento cierro los libros más horrorosos de Poe o King, pero de la misma manera que seguía leyendo, decidí continuar viendo esa pesadilla.
Con Ray Knight en segunda base y la cuenta en 3 y 2, Mookie Wilson bateó un roletazo hacia primera base que pasó entre los tobillos de Bill Buckner y siguió hacia el jardín derecho, lo cual permitió que Knight anotara la carrera de la victoria.
Algun tiempo después de ese juego Buckner aceptó hacer presentaciones con Wilson en eventos de firmas de memorabilia.
“Habíamos desarrollado una amistad que duró más de 30 años”, dijo Wilson via los Mets. “Me sentí mal por algunas de las cosas que tuvo que pasar. Bill fue un gran, gran pelotero cuyo legado no debería ser definido por una jugada”.
Buckner le dijo a los reporteros, “Estaba jugando más profundo de lo normal, y sabía que Wilson era muy rápido. La pelota pareció haber salido con efecto giratorio del bate y lo noté muy bien. Tenía mucho efecto; me la quedé mirando, esperando que finalmente rebotara. Pero nunca lo hizo. Siguió girando y pasó por debajo de mi mascotín. Es difícil creer que fallé esa pelota. No recuerdo haber perdido una pelota como esa en el pasado”.
Al reflexionar sobre esa frase treinta años después, Buckner dijo: “Eso fue lo que ocurrió. No podría decir cual fue el último error que había hecho antes de esa jugada. No hacía muchos errores (su promedio defensivo vitalicio en primera base fue .992) y la mayoría de ellos fueron en tiro, no con roletazos. Fue solo una de esas cosas que pasan”.
“Nunca le pregunté a Mac (John MacNamara) que ocurrió. Sé que tuvo un cambio de corazonada. Se que cuida a sus peloteros veteranos, había visto a Buck jugar con las dos piernas adoloridas, los dos pies adoloridos, empujar 102 carreras para ese equipo. No sé si Buck le pidió seguir en el juego. No sé si Mac lo quería en el terreno para la celebración final. Todo lo que sé es que la situación de que habíamos hablado había ido y venido. Tuvimos la oportunidad de abrir el juego. Mac Tuvo la oportunidad de hacer lo que había hecho en la última parte de la temporada. Dejar a Buck en el banco y poner a un sano Dave Stapleton en primera para reforzar la defensa. Nada de eso ocurrió. Y Mac estaba a una hora de unirse a Gene Mauch en la posición más incómoda de todas, un manager puesto en tela de juicio por millones”. Don Baylor.
Bill Buckner cometió 128 errores como primera base durante su carrera en MLB. Está en el puesto 79 de la lista de peloteros con más errores cometidos, delante de Ferris Fain (138), Eddie Murray (167), Andrés Galarraga (176), Lou Gehrig (193); y detrás de Gil Hodges (126), Tany Pérez (117), Boog Powell (116), Mike Hargrove (115), Keith Hernandez (115).
Los Cachorros de Chicago enviaron a Bill Buckner a los Medias Rojas de Boston el 25 de mayo de 1984; por el pitcher Dennis Eckersley y un jugador del cuadro de ligas menores. “Había llegado a amar Chicago”, recordó Buckner. “Tuve buenos años allí, mi hija mayor Brittany nació mientras yo jugaba allí, y los aficionados eran maravillosos. Pero era tiempo de moverse. Sabía que en Chicago iba a estar en el banco, pero en Boston iba a jugar todos los días. Era bueno cambiar de liga, empezar de nuevo”.
Los Medias Rojas estaban en el sexto lugar de la división este de la Liga Americana, con marca de 19-25, cuando Bill Buckner apareció en la alineación el 26 de mayo. En los 113 encuentros que jugó en primera base el resto de la temporada, los Medias Rojas tuvieron marca de 67-48. Buckner lideró el equipo con promedio de bateo de .352 con corredores en posición anotadora, y el equipo terminó en el cuarto lugar de la división este con unas respetables 86 victorias.
Él recuerda haber tenido que ajustarse a las dimensiones de Fenway Park. Trabajó mucho con el coach de bateo Walter Hriniak para cambiar su estilo de bateo hasta ser capaz de dirigir la pelota hacia la pared del jardín izquierdo y también para aprovechar todo el espacio del jardín derecho. “Walter fue de gran ayuda para mí”, dijo Buckner.
Tuvo una cirugía para remover fragmentos de hueso de su codo izquierdo entre temporadas. Buckner regresó en 1985 para experimentar una de sus mejores temporadas en MLB. Empezó todos los 162 juegos con los Medias Rojas. Tuvo un tope personal en su carrera con 110 carreras empujadas. Sus 201 imparables lo ubicaron de tercero en la Liga Americana, y tuvo el mejor radio de ponches/veces al bate de la liga. También lideró a los Medias Rojas con 18 bases robadas en solo 22 intentos.
Empezar en primera base todos los 162 juegos le dio la oportunidad de romper su propia marca de más asistencias para un primera base en una temporada. Sus 184 asistencias superaron su vieja marca de 161 asistencias con los Cachorros de Chicago en 1983. “No es tan grande como parece”, insistió Buckner. “Jugaba profundo en primera porque eso me permitía alcanzar muchas pelotas que podían haber pasado por el hueco entre primera y segunda base. Como resultado de eso, estaba atrapando más pelotas, tenía más jugadas donde el pitcher entraba a cubrir primera base. Después que me lesioné el tobillo jugué casi exclusivamente en primera base y trabajé duro en mi defensa. Estaba muy orgulloso de mi defensa en primera base”.
Buckner está justo detrás de Albert Pujols en la marca de más asistencias para un primera base en una temporada. Fue el propietario de esa marca desde 1985 hasta 2009 cuando Pujols realizó 185 asistencias. En cuanto a su marca vitalicia de asistencias como primera base, Buckner se ubica en el puesto 19, empatado con Chris Chambliss, ambos tienen 1351 asistencias, detrás de Andres Galarraga (1376), John Olerud (1418), Pujols (1500) y delante de Gil Hodges (1281), Don Mattingly (1104), Lou Gehrig (1087), Vic Power (1078).
Los Medias Rojas de 1985 tuvieron un buen inicio, y estuvieron en segundo lugar a solo dos juegos y medio del primer lugar el 17 de junio. Pero las lesiones aparecieron y el equipo terminó con marca de 81-81, en el quinto lugar de la división este de la Liga Americana.
En 1980 Buckner llegó al día final de la temporada en una carrera muy cerrada por el título de bateo de la Liga Nacional. Solo necesitaba un imparable para asegurar el liderato sobre el primera base de los Cardenales de San Luis Keith Hernández. Pudo haber ganado el título quedándose en la banca, pero no quería ganarlo de esa manera. Así que alineó contra John Candelaria y los Piratas de Pittsburgh y se fue de 5-0. Pero Hernández tampoco consiguió imparables y Buckner ganó el título de bateo con un promedio de .324.
La próxima temporada, Bill Buckner estaba en el equipo de estrellas de la Liga Nacional. “Eso fue muy emotivo”, recordó él. También empujó el 20% de las carreras de los Cachorros en 1981. Ningún otro grande liga igualó esa marca hasta que Sammy Sosa, también un pelotero de los Cachorros, empujó el 21% de las carreras de su equipo con 160 en 2001.
Siguió siendo un factor clave para los Cachorros en las próximas dos temporadas. En 1982 se convirtió en el primer Cachorro con más de 200 imparables en una temporada desde que el inquilino del Salón de la Fama, Billy Williams lo hiciera en 1970. En 1983 estableció marcas personales en dobles (38) y jonrones (16) y estableció una marca de MLB para primeras bases con 161 asistencias. Pero cuando los Cachorros de Chicago empezaron la temporada de 1984, Bill Buckner se quedaba en el banco la mayor parte del tiempo. Los Cachorros habían escogido a Leon Durham como su primera base en lo sucesivo.
Es uno de solo cinco peloteros que ha bateado al menos 200 imparables en una temporada en ambas ligas, al despachar 201 inatrapables con los Cachorros en 1982 y 201 con los Medias Rojas en 1985. Los otros que han alcanzado esa meseta son George Sisler (Browns/Braves), Al Oliver (Rangers/Expos), Steve Sax (Dodgers/Yankees), y Vladimir Guerrero (Expos/Angels).
Buckner ocupa el puesto 65 entre los líderes vitalicios de MLB en dobles con 498, empatado con Torii Hunter, Al Kaline y Sam Rice; por debajo de John Olerud (500), Tany Pérez (505) y Babe Ruth (506); y por encima de Frank Thomas (495), Lou Brock (486), Dwight Evans (483).
En enero de 1977 los Dodgers de Los Angeles enviaron a Bill Buckner y otros dos peloteros a los Cachorros de Chicago por el jardinero Rick Monday y el lanzador Mike Garman. “Esa transacción dolió”, dijo Buckner. “Los Dodgers eran como mi familia. Había estado con esa organización durante toda mi carrera y me habían tratado muy bien. Pero cuando eres negociado de esa manera tienes que recordar que alguien más te quiere”.
Bateó para .284 en 1977 mientras jugaba exclusivamente en primera base. Reconoce que tuvo que hacer ajustes significativos. “No se trataba solo de jugar para un nuevo equipo en una nueva ciudad. En el otoño de 1976 yo había tenido otra cirugía de espolones oseos que terminó con una infección por estafilococos. El tobillo nunca se curó bien y hube de cambiar mi enfoque. Pasé de ser un jugador veloz, a otro enfocado en remolcar carreras”.
En 1978, Buckner bateó para .323 con 74 carreras remolcadas a pesar de jugar solo en 117 encuentros. Los periodistas deportivos de Chicago lo nombraron “Pelotero del Año en Chicago”, por su destacada actuación. Pero lo que más recuerda de esa temporada es que los Cachorros, quienes venían de años muy difíciles, fueron contendientes durante casi toda la temporada.
“Recuerdo que estuvimos ahí o muy cerca del primer lugar alrededor del receso del juego de estrellas y los fanáticos estaban motivados. Los Dodgers habían sido contendores la mayor parte del tiempo que estuve allí y era agradable sentir que los Cachorros tenían alguna oportunidad. Los fanáticos de los Cachorros son maravillosos. Disfruté vivir y jugar en Chicago. Vivía en el centro y solía ir a Wrigley Field en mi bicicleta”.
En abril de 1975, Bill Buckner sufrió un severo estiramiento en su tobillo izquierdo mientras se deslizaba en segunda base. “Regresé a jugar luego de algún tiempo en la lista de incapacitados”, recordó él. “Pero mi tobillo no estaba bien, ese fue el comienzo de mis problemas con los tobillos. Me practicaron una cirugía en septiembre para remover un tendón doblado y en octubre me sacaron fragmentos oseos del tobillo”.
Había debutado con los Dodgers el 21 de septiembre de 1969. Bateaba para .315 con el Spokane AAA luego de participar en solo 70 juegos en AA. El manager Walter Alston lo envió a batear como emergente con las bases llenas y dos outs en el noveno inning. “Recuerdo lo fuerte que latía mi corazón y pensaba, ‘¿Cómo voy a jugar en las grandes ligas si me voy a sentir de esta manera cada vez que vaya a batear?’ Enfrenté a Gaylord Perry, uno de los mejores lanzadores de los Gigantes. El árbitro principal me dijo, ‘Relájate hijo’. Bateé cuatro o cinco pitcheos en territorio foul. Finalmente bateé una línea hacia el jardín derecho corto que parecía iba a caer, pero Ron Hunt (el segunda base de los Gigantes) hizo una buena atrapada y terminó el juego”.
Cuando leí acerca del deceso de Bill Buckner este 27 de mayo; recordé más sus logros que esa infame jugada de la Serie Mundial de 1986 por la que tanto fanáticos como periodistas se acusan por etiquetar a Buckner como responsable de perder la oportunidad de ganar la Serie Mundial.
William Joseph Buckner nació el 14 de diciembre de 1949, en Vallejo, Calif., en el hogar de Leonard y Marie Buckner. Su padre falleció cuando él era adolescente. Su madre fue estenógrafa para la California Highway Patrol. Bill creció en American Canyon, Calif., al norte de San Francisco.
Actuó en 2.517 juegos en las mayores y bateó 2.715 imparables. En este momento, Buckner ocupa el lugar 55 entre los peloteros que han participado en más juegos en la historia de MLB, detrás de Ernie Banks (2528), Iván Rodríguez (2543), Joe Morgan (2649); y delante de Babe Ruth (2503), Carlton Fisk (2499), Rod Carew (2469).
Sus 2.715 imparables lo ubican en el lugar 66 de la lista de todos los tiempos. Ese total es mayor que el de los inquilinos del Salón de la Fama Billy Williams (2,711), Luis Aparicio (2,677), Max Carey (2,665), Nellie Fox (2,663), Harry Heilmann (2,660), Ted Williams (2,654), Jimmie Foxx (2,646), Tim Raines (2,605), Vladimir Guerrero (2,590), Reggie Jackson (2,584), Richie Ashburn (2,574), Manny Ramirez (2,574), and Joe Morgan (2,517).
El 8 de abril de 2008, Bill Buckner lanzó la primera pelota de un juego donde los Medias Rojas de Boston celebraban su segundo título de Serie Mundial en cuatro años. El momento más grande de ese día fue cuando Buckner caminó desde el jardín izquierdo hasta el montículo, recibió una prolongada ovación de pie. “Fue difícil para mí hacer eso”, dijo Buckner con lágrimas en los ojos acerca de regresar a Fenway.
Dwight Evans fue el catcher de Buckner ese día. “Fui al montículo después de recibir su lanzamiento y él estaba llorando como un niño pequeño”, dijo Evans este lunes. “Eso significó mucho para él”.
Alfonso L. Tusa C. June 04th, 2019.©
Fuentes
_ Crehan Herb. Bill Buckner: Remembering the 1986 American League Championship of the Boston Red Sox. Bostonbaseballhistory.com. April 09th, 2016.
_ Slotnik Daniel E. Bill Buckner, All-Star Shadowed by World Series Error, Dies at 69. The New York Times. May 27th, 2019.
_ baseball-reference.com
_ Baylor Don, Smith Claire. Nothing But The Truth: A Baseball Life. St. Martin’s Press. 1989. Pp 265.
_Shaughnessy Dan. Bill Buckner Never Should Have Been Defined By One Play. The Boston Globe. May, 27th, 2019.
_ Kuenster Robert. Bill Buckner Was A Winner In The Traditions That Made Baseball Great. Forbes.com. May, 2019.
jueves, 13 de junio de 2019
El Autor Nominado al Emmy Granville Wyche Burgess Discute su nuevo Libro The Last At-Bat of Shoeless Joe.
23 de mayo de 2019.
El autor nominado al Emmy Granville Wyche Burgess ha escrito un nuevo libro de ficción histórica, titulado The Last At-Bat of Shoeless Joe (Chickadee Prince Books, May 1, 2019).
Al coincidir con el centésimo aniversario del escándalo de los Medias Negras, The Last At Bat of Shoeless Joe reimagina los días finales de la desgraciada estrella de beisbol Joe Jackson y su relación con un joven pelotero del duro molino de la vida en Greenville, Carolina del Sur, con un bate y una pelota.
Ken Davidoff, columnista de beisbol del The New York Post, escribe: “The Last At-Bat of Shoeless Joe cocina el deseo del cumplimiento en una pieza literaria. Una historia cautivante que es brillante y emocional, te atrapa desde el comienzo y no te deja ir. Maravillosa para los seguidores del beisbol y hasta para los entusiastas de las historias criminalísticas de todas las edades”.
Recientemente, Burgess respondió algunas preguntas acerca de su trabajo más nuevo y su opinión de Joe Jackson y el beisbol. ¿Qué lo llevó a escribir The Last At-Bat of Shoeless Joe, en el entorno de la ficción histórica? Cuando yo jugaba beisbol en mi juventud en la década de 1950 en Greenville, SC, como un segunda base defensivo que no bateaba, ¡nadie mencionó nunca que Joe Jackson, a quien muchos consideraban “el bateador más grande de todos los tiempos” vivió en mi pueblo natal! Eso era animosidad hacia Shoeless Joe debido al escándalo de los Medias Negras. Pienso que Joe quería mantener un bajo perfil. Años después, cuando lei acerca del escándalo, me convencí de la inocencia de Joe y quería decir la verdad, como la veía, para que el mundo la viera. Además: ¡Amo el beisbol, pienso que es un gran juego!
Escribí originalmente este libro como un guión cinematográfico. El beisbol es un juego muy visual y sus secuencias pueden ser muy excitantes al ser filmadas, con cortes entre las tomas para resaltar la acción. También estaba impresionado por el hecho de que no se hubiese hecho una película acerca de la Textile Baseball League, que fue la precursora de las ligas menores y tenía una cultura muy interesante y divertida, Por supuesto, escribir la historia como una novela me permitió hurgar más profundo en los personajes, lo cual tiene su recompensa.
Escribí The Last At-Bat of Shoeless Joe como ficción histórica porque amo la Historia. Estudié Historia en Princeton University. Fundé la Quill Entertainment Company sin fines de lucro, cuya misión es “Enseñar la Herencia Cultural de Estados Unidos a través de historias y canciones”. Hemos realizado nuestros musicales inspirados por la historia estadounidense ante miles de estudiantes y familias así como hemos producido musicales como Battlecry, acerca de la batalla de Gettysburg, y Common Ground, acerca de la gran amistad entre Frederic Douglass y Abraham Lincoln, para audiencias generales. Disfruto al convertir la Historia en drama, sea en el escenario o en el papel, así que fue completamente natural, e inmensamente disfrutable para mí desarrollar la historia del escándalo de los Medias Negras a través de mi ficción de un joven pelotero que quiere convertirse en el próximo Shoeless Joe Jackson.
¿Cuál es su entorno beisbolero? Por alguna razón, cuando yo crecía en Greenville, SC, en los años ’50, los juegos de los Dodgers de Brooklyn eran transmitidos por radio. Tengo un hermano mayor, Frank, (a quien dedico mi novela) quien amaba el beisbol, así que naturalmente, yo también lo amaba. Jugué beisbol de pequeñas ligas para Lions Club, segunda base, como Frank. No era muy bueno con el guante. Hay una jugada grabada en mi mente: un bateador conecta un elevado al cuadro y recuerdo ver la pelota aproximándose hacia mi sobre la punta de mi guante y de pronto estoy en el suelo porque la pelota me pegó en la cabeza. No teníamos jugadores en la banca, así que hubo un tiempo pedido para que fuera a la fuente de agua y bebiera, después volví a jugar. El próximo bateador despachó un elevadito hacia mí. Recuerdo hasta el día de hoy como mis manos temblaban de miedo. La pelota golpeó el centro de mi guante, pero no fui capaz de cerrarlo, así que cayó al suelo. Esos fueron dos de los muchos errores que cometí ese día.
Eso fue todo para mí en el beisbol organizado. Pero seguí jugando pelota de goma en la secundaria, y era una especie de “promotor social” que organizaba muchas caimaneras. Cuando fui actor en la ciudad de Nueva York, jugué con Actors Equity, el equipo de softbol del sindicato de actores. Y por supuesto, siempre estuve pendiente del juego y seguí al equipo del lugar donde vivía: los Medias Rojas, los Filis y ahora los Mets.
¿Tuviste algunas experiencias personales con Joe o su familia? Yo tenía solo 4 años de edad cuando Joe falleció así que no lo conocí, o, como he dicho, ni siquiera sabía de él. Él y Katie no tuvieron hijos, así que no había familia con la cual pudiese hablar. Por lo tanto, no tengo experiencias personales con Joe o su familia.
¿Están algunos de los personales ficticios del libro inspirados en alguien de la vida real? Todos los personajes ficticios son una amalgama de personas que he conocido en la vida real. Supongo que lo más cercano a un personaje tomado de la vida real es Piggy, el pelotero inepto y asustado. Tuve un amigo en la infancia, que en la cotidianidad cruel de los niños, lo llamaban Piggy. Crusher está inspirado en otro amigo contra quien jugaba pelota. Era más grande que todos nosotros, era un pitcher que lanzaba muy duro y por eso daba miedo batear contra él. Sin embargo era un tipo agradable, no el egocéntrico Crusher de mi novela.
¿Cuál es su idea de cómo el escándalo de los Medias Negras y Joe Jackson son vistos por la cultura popular moderna?: Ha habido varias películas acerca del escándalo y Joe. Eight Men Out y Field of Dreams me vienen a la mente. La primera pareció asumir el hecho de que Joe fue responsable de conspirar para vender la Serie Mundial, y la segunda fue una fantasía que tuvo poco que ver con el verdadero Joe, aunque su popularidad trajo a Joe de vuelta a la conciencia pública. Ambas son excelentes.
Pienso que Joe era inocente, por supuesto que estoy en desacuerdo con cualquier alegato que lo presente como culpable. Sin entrar en detalles, pienso que su promedio en la serie de .375 (el más alto), haber jugado sin cometer errores, y sus 12 imparables, una marca que estuvo vigente hasta 1964, muestran a un hombre que jugaba para ganar. En cuanto al escándalo, definitivamente hubo peloteros que conspiraron con apostadores para estafar dinero. Pero no olvidemos esto: dos jurados encontraron a Joe y otros peloteros inocentes. Si Kennesaw Landis no los hubiera vetado del beisbol de por vida, probablemente no le hubiéramos dado mucha importancia al escándalo.
Si tengo algún conocimiento de como Joe es visto en la cultura popular moderna de hoy es que no pienso que esta busque humanizarlo, mostrar sus virtudes y defectos, en enfatizar si fue un tramposo o un héroe, sino si fue alguien quien amó su vida, su comunidad, y el juego. Eso es lo que he tratado de hacer en mi novela: darle vida no a un pelotero involucrado en un escándalo, sino a un hombre enfocado en vivir.
¿Hay otras figuras beisboleras que te llamen la atención y te gustaría escribir de ellas? : Hay una tonelada de historias de beisbol interesantes. Siempre me ha gustado Satchel Paige, pero se ha escrito a menudo de él. También me atrae el hombre que fue el segundo más famoso: Larry Doby, quien fue el segundo afroamericano en romper la barrera racial, al unirse a los Indios de Cleveland pocos meses después de Jackie Robinson, y al convertirse en el segundo manager afroamericano del beisbol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 10 de junio de 2019.
martes, 21 de mayo de 2019
Justin Evans, inspirador al enfrentar la adversidad, fallece a los 42 años de edad.
Bryan Marquard. The Boston Globe. 26 de abril de 2019.
Para apreciar por completo las virtudes de Justin Evans, se podría empezar por donde él empezó, ayudar a otros en su niñez.
Al esperar en una cola de supermercado con su madre y hermanos, oía a los compradores lamentarse de no tener suficiente dinero efectivo, entonces se registraba los bolsillos y les prestaba sus monedas a la edad de 6 años.
“Desde el primer día, Justin fue un alma muy vieja”, dijo su madre, Susan. “Era la persona más buena y gentil que se hubiera conocido”.
Había razones para ser cualquier cosa en vez de eso, incluyendo un diagnóstico infantil de neurofibromatosis, un desorden genético doloroso e incurable que causa tumores en el tejido nervioso, el cerebro y la médula espinal.
La enfermedad también acortó su vida. Justin Evans, quien había vivido en Stoneham, tenía solo 42 años de edad cuando falleció el domingo de Resurrección en un hogar de cuidados. También había desarrollado un gioblastoma, tumor cerebral.
Como si supiese que tendría pocos años para tocar las vidas de los que estaban a su alrededor, empezó a ser un ejemplo cuando era pequeño, un niño de fe quien años después se convertiría en devoto maestro de escuela dominical.
Un día cuando eran niños, él y Marco Desiderio, un amigo cercano de Lynnfield iban para Fenway Park para ver al padre de Justin, Dwight Evans, jugar para los Medias Rojas. Su niñera se detuvo en un McDonald’s.
“Estaba listo para hincar mis dientes en mi hamburguesa cuando él dijo: ‘Espera, tenemos que rezar’”, recordó Desiderio. “Dije, ‘¿Qué?’ Y él dijo, ‘En serio, tenemos que dar las gracias’. Dije, ‘Esto es un McDonald’s’”.
Sin dejarse intimidar por lo que le rodeaba, Justin “lo hizo, rezó de corazón, ahí en el McDonald’s”, dijo Desiderio y añadió: “Fue el primer testigo de fe en Dios que tuve de niño, aparte de mis padres”.
Despues que Justin falleció, uno de sus amigos habló con su padre “y dijo, ‘Sabe, Justin nunca dijo nada malo de nadie’”, dijo Dwight. “Entonces calló por 10 o 12 segundos, sus ojos se ensancharon y dijo de nuevo, ‘Se lo digo, nunca dijo nada malo de nadie’. Fue muy insistente en hablar de ese tema”
Como adulto, tal era el caso cuando era joven, Justin siempre ayudaba en cualquier lugar que pudiese, en alma y corazón.
Por muchos años, sus padres organizaron un torneo de golf para recaudar fondos y están involucrados en apoyar a la organización establecida en Burlington ahora llamada Neurofibromatosis Northeast. Ese grupo, el cual está afiliado con la nacional NF Network, trabaja para buscar tratamientos y cura para ese desorden genético. La familia Evans espera que aquellos quienes quieran recordar a Justin contribuyan con los esfuerzos de esa organización regional.
Cuando la salud lo permitía, Justin siempre estaba listo para ayudar a sus padres o a Neurofibromatosis Northeast, y “por su cuenta, iba a cualquier evento que ellos tenían y trabajaba como voluntario”, dijo su madre.
En la iglesia Calvary Christian de Lynnfield, mientras tanto, él enseñó en la escuela dominical por años y colaboró cuando la iglesia se expandió hacia otra comunidad.
El pastor Brigham Lee, de la iglesia Calvary Christian, conoció a Justin en un viaje de misiones a Grecia hace varios años.
“Tenía un gran corazón para los niños”, agregó Lee. “Le gustaba contarles de Jesús y compartir su fe, además de tener la oportunidad de compartir con otros en el cuerpo de voluntarios”.
En la comunidad de la iglesia, como en otros espacios de su vida, “Justin hizo amigos”, dijo Lee. “Justin tuvo amigos en todas partes”.
Nacido en 1977, Justin Dwight Evans fue el segundo hijo y el benjamín de la descendencia de Dwight M. Evans y Susan Severson Evans.
Justin creció en Lynnfield, y su hermano mayor, Timothy, también fue diagnosticado con neurofibromatosis. Aunque el desorden es genético, Kirsten Evans, la hija mediana y hermana de Tim y Justin, no fue diagnosticada con el desorden, el cual a menudo es abreviado como NF.
Tim, quien tiene 46 años de edad, ha experimentado 44 cirugías mayores a través de los años. En sus días de jugador activo con los Medias Rojas, Dwight a veces iba desde el hospital hasta Fenway Park para participar en un juego, luego regresaba al hospital para estar con un hijo o el otro.
La fe de Justin fue fuerte desde el principio. “Siempre la llevaba en el corazón”, dijo su madre.
“Y siempre rezaba”, añadió ella. “No tenía problemas, aún siendo un niño pequeño, se dirigía a los enfermos y rezaba por ellos”.
Cuando Justin era pequeño, antes de mostrar los primeros síntomas de neurofibromátosis, siempre estaba listo para ayudar cada vez que podía, aún si eso significaba hacerse con un manojo de flores.
“Si no me sentía bien”, dijo su madre, “él iba afuera y de pronto traía un manojo de dientes de león con la tierra aun colgando de las raíces”.
Y entonces, de pronto era Justin quien no se sentía bien. A los 5 años de edad, recibió radiación para la neurofibromatosis, lo cual junto al tratamiento de un tumor afectó su glándula pituitaria, un efecto colateral que lo hizo el más bajo de su familia.
Durante esas visitas al hospital, y en los tratamientos sucesivos, él se comportaba de manera afectiva. “Se dirigía a las señoras mayores y decía, ‘Usted luce muy bien hoy’”, recordó su madre. “Hacía reir a todos. Nunca estaba molesto o amargado”.
Cuando Justin tenía 11 años de edad, resistió una cirugía de ocho horas para remover un tumor alojado en la base de su cráneo, en la parte superior de su medula espinal.
“Casi falleció”, dijo su padre.
“Estuvo fuera del sistema escolar por un año, y hubo que contratar un maestro para que fuese a darle clases en casa”, dijo su madre. “De nuevo, siempre tenía una gran sonrisa en el rostro, estaba feliz de hacer lo que hacía, nunca su quejaba”.
Antes de esa cirugía, y años después de ella, Justin empezó a colaborar de vez en cuando en una tienda de memorabilia en una de las calles aledañas a Fenway Park, allí trabajaba para Eddie Miller.
“Era un buen niño, de verdad lo era. Muy dedicado”, dijo Miller, y a veces quizás muy dedicado. Justin no quería que nadie se fuera con las manos vacías, no importaba si el cliente pagaba o no.
Al notar a un cliente, Justin “empezaba a hablar con él, y de inmediato fraternizaba y le daba el mejor trato, porque le caía bien, porque era un buen muchacho”, dijo Miller, con una sonrisa. “Era muy bueno para las ventas”.
Justin se graduó en la Lynnfield High School y en Curry College con un grado en comunicaciones. Trabajó para el Department of Transportation del estado, y por muchos años como anfitrión en el restaurante Capital Grille de Burlington.
“Cuando íbamos al restaurante y lo veíamos, estaba fajado”, dijo Dwight. “Le gustaba resolver problemas. Le agradaban las personas”.
Además de sus padres, quienes dividen su tiempo entre Lynnfield y Fort Myers, Fla.; su hermano, quien vive en Fort Myers; y su hermana, quien vive en Sudbury, Justin deja a los hijos de su hermana, Ryan, Michael, Alyssa y Darren Berardino, a quienes cuidó varias veces a través de los años.
“Él es el padrino de Alyssa”, dijo Susan. “Los amaba y ellos lo querían mucho”.
El gran corazón y la manera como siempre ofrecía apoyo, permanecieron constantes a través de la vida de Justin.
“Lo sorprendente es que nunca cambió”, dijo su madre. “Si querías que él fuese a buscar a tu abuela, él se montaba en el carro y lo hacía. Cualquiera que le pidiera un favor, él se lo hacía”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 20 de mayo de 2019.
miércoles, 6 de marzo de 2019
Después del abuso que Jackie Robinson resistió, Frank Robinson rechazó aceptarlo.
Kevin B. Blackistone. The Washington Post. 08 de febrero de 2019.
Unas pocas temporadas luego de que Jackie Robinon se retirara, Frank Robinson hizo algo con lo que Jackie solo soñó, algo que juró no hacer nunca, algo que le carcomió mientras estuvo en un diamante de beisbol
Frank Robinson respondió la afrenta de una pelea, contra un pelotero blanco. Un pelotero estrella blanco, Eddie Matthews de los Bravos. Robinson perdió la pelea pero ganó la guerra.
“Bateé un jonrón y un doble, empujé una carrera, anoté otra y realicé una atrapada para robarle un extrabases a Matthews”, explicó Robinson después que su ojo estaba totalmente morado. “Ganamos el segundo juego 4-0”.
Jackie Robinson era reverenciado por el abuso que aguantaba. Frank Robinson, si se leen las memorias que surgieron este jueves con la noticia de su deceso a los 83 años de edad, era respetado por lo que no aceptaba.
El incidente de Matthews reverberó cuando Larry Doby se convirtió en el primer pelotero negro en tomar retaliación ante un pelotero blanco al golpear al pitcher de los Yanquis, Art Ditmar en 1957. William Jackson escribió en el Cleveland Call and Post de dueños negros: “Dicen que Abe Lincoln liberó a los esclavos hace unos 93 años y promovió la Proclamación de Emancipación. Pero no fue hasta que Doby lanzó ese gancho de izquierda a la barbilla de Ditmar que el pelotero negro estuvo completamente emancipado”.
Frank Robinson fue un atleta negro emancipado. No solo jugaba ferozmente, como fue recordado este jueves, sino que lo hacía sin miedo. Era muy evidente para los que jugaban con y contra él le temían.
En la temporada de novato de Jackie Robinson, 1947, fue cortado a propósito con los ganchos por Enos Slaughter, el sureño que de acuerdo a los rumores consideró ir a la huelga ese año más que jugar contra el primer pelotero negro desde la década de 1880.
Diez años después, en su segunda temporada, Frank Robinson utilizó sus ganchos. Lesionó a Johnny Logan, campocorto de Milwaukee, un pelotero blanco, por seis semanas.
Frank Robinson fue recordado inmediatamente por el pelotero del Salón de la Fama en que se convirtió por 21 temporada, más notablemente los primeros 10 años que pasó en Cincinnati y los siguientes seis en Baltimore. Fue Novato del Año, el primero en ser nombrado en ambas ligas, ganador de la triple corona de bateo, primer manager negro, un jugador “Negro Grado-A”, lo caracterizó The Sporting News al ser cambiado a Baltimore.
Pero quienes describieron a Frank Robinson como hombre lo hicieron importante más que solo histórico. Estuvo en la vanguardia de los atletas negros estadounidenses liberados de la segunda mitad del siglo 20. Estuvo en la punta de la lanza en su reivindicación.
Frank Robinson reflexionó sobre la escalada confrontacional de los estadounidenses negros, como Robert F. William de Monroe, North Carolina, que se enfrentó al KKK en un tiroteo en 1957, que estaba dejando atrás un movimiento de libertad más conciliatorio. Para asegurarse, Frank Robinson andaba armado. Fue arrestado por sacar una pistola en 1961 en medio de una confrontación con clientes blancos y un cocinero blanco tarde en la noche en un restaurant de Cincinnati.
Frank Robinson, quien debutó el 17 de abril de 1956, en el jardín izquierdo del Crosley Field de Cincinnati, no era como los atletas negros que este país vio en la mayor parte de la primera mitad del siglo pasado. No se subyugaba a jugar y actuar de la manera no confrontativa que se esperaba de parte de muchos estadounidenses negros en la época pos-Reconstrucción, pre-derechos civiles. No era como los tres atletas negros más celebrados de Estados Unidos desde la primera guerra mundial hasta la guerra de Corea, el boxeador Joe Louis, el atleta de pista y campo Jesse Owens y su predecesor en el beisbol Jackie Robinson, quienes fueron boceteados metafóricamente por una sociedad estadounidense blanca en búsqueda de la paz racial y la unidad siempre que fuera por separado.
Frank Robinson no encajaba en la narrativa del deseo del Estados Unidos blanco por atacar su arreglo social de apartheid al promover atletas negros, eso permitía actuar con coraje. Un perfil de Sports Illustrated en 1963 fue titulado “El Tigre Temperamental de los Rojos: No querido por los rivales, tímido entre amigos, Frank Robinson ha combinado sus vastos talentos y voluntad feroz para convertirse en superestrella y uno de los hombres más temidos del beisbol”.
Frank Robinson era como su compañero de quipo en el baloncesto liceísta, Bill Russell. Era parte del nacimiento en los sesenta de atletas negros como Muhammad Ali, Jim Brown y Lew Alcindor, todos empezaron a confrontar sus condiciones y labor atlética y se unieron al movimiento de los derechos civiles, tradicional y radical.
No había planeado ser de esa manera. Cuando Frank Robinson fue cambiado a Baltimore en 1966, el NAACP de Baltimore le pidió que se les uniera. Se reportó que él declinaba a menos que la organización prometiera que no tendría que hacer presentaciones públicas mientras fuese pelotero. Pero la búsqueda de una casa para él y su familia, que incluía un hijo y una hija, cambió su mentalidad.
Como se relata en un artículo de la Society for American Baseball Research, Robinson y su esposa Barbara pensaban que habían encontrado una casa hasta que el profesor universitario que la arrendaba conoció a Barbara.
“Debió haber pensado que yo era la esposa de Brooks Robinson”, comentó la esposa de Frank Robinson. Terminaron en una casa de alquiler “sucia e infectada de insectos, el piso estaba cubierto de excremento de perro”.
Esa experiencia inspiró a Robinson a cambiar de mentalidad respecto a su activismo con el NAACP de la ciudad.
Así que tuvo sentido que este jueves la familia de Frank Robinson pidiera que las contribuciones en su memoria se hicieran a nombre del National Civil Rights Museum en Memphis, Tennessee, o el National Museum of African American History and Culture en Washington.
El asunto racial siempre afectó a Robinson. Experimentó los mismos disgustos y atropellos que otros peloteros negros tanto en pueblos sureños de ligas menores como en algunos estadios de grandes ligas. Mientras estaba con los Orioles, escribió su autobiografía en 1968, “My Life in Baseball”, y notó como los dueños y ejecutivos de las mayores se preguntaban si los peloteros negros podrían convertirse en managers algún día: “Es la misma vieja historia. Los dueños solo tienen miedo. Están solo un paso detrás del público”.
Siete años más tarde, o 28 años después que el beisbol permitiera a Jackie Robinson integrar sus caminos, Cleveland nombró a Frank Robinson primer manager negro del juego. Le dieron un año de contrato.
Uno de los pitchers de Robinson era Gaylord Perry, un blanco sureño y ganador de 21 juegos con los Indios la temporada previa. Perry, quien fue elegido al Salón de la Fama en 1991, no simpatizaba con la importancia que le daba Robinson al acondicionamiento físico y se quejó ante los medios, “No soy esclavo de nadie”. Luego un cátcher blanco, John Ellis, se enfrentó públicamente con el primer dirigente negro, el autor John Rosengren escribió en su pieza de la revista History Channel acerca de la primera temporada de Robinson como manager, que los fanáticos de Cleveland respondieron amenazando la vida de Robinson.
Robinson estaba airoso. Rosengren notó que cuando Robinson sospechaba que el color de su piel implicaba que los árbitros trataran a su equipo injustamente, no se mordía los labios.
“Ciertos árbitros la toman conmigo a través de mi equipo”, se quejaba Robinson en voz alta. “Cada sentencia cerrada es contra nosotros, pienso que le cargan al equipo lo que sienten hacia mí”.
En 2008, el Salón de la Fama hizo algo que se decía nunca se hace: Editó la placa de Jackie Robinson para reflexionar sobre la historia que hizo al reintegrar las grandes ligas. Debería hacerse igual con Frank Robinson.
Su contribución más indeleble no puede ser resumida con estadísticas, a menos que haya números que describan la medida de un hombre.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 01 de marzo de 2019.
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