lunes, 27 de octubre de 2014

Bill Buckner se desprende del estigma, y encuentra la paz

Brian Koonz. 23-10-2014. Bridgeport.- Después de 28 años, Bill Buckner ya no sufre más. Ya no cierra los ojos y desarrolla un ajuste emocional para alejarte de su alma. No era una noche de miércoles diferente en el Bijou Theatre, donde Buckner, el antíguo primera base de los Medias Rojas, firmaba autógrafos y sonreía para individualidades con la multitud de Bridgeport Bluefish. Siempre fue el hombre atracción aquí, no el segundo juego de la Serie Mundial entre Gigantes y Reales. La barajita con goma de mascar de Buckner, el árbitro estadístico de la carrera de un pelotero, dice que terminó con 2715 imparables, .289 de promedio de bateo vitalicio, un título de bateo en 1980 y una aparición en el Juego de Estrellas de 1981. Los números son ilustrativos y describen, la estampa de una carrera respetable que comenzó en Los Angeles en 1969 y terminó en Boston en 1990. Aún así, los 22 años de Buckner en las mayores, incluyendo cinco temporadas con los Medias Rojas, se ven reducidos injustamente a un juego, un momento, un error. El error que define a Buckner para muchos fanáticos, pero no para si mismo, está congelado para la eternidad en el sexto juego de la Serie Mundial de 1986. Cuando un bateador de los Mets, Mookie Wilson bateó un roletazo hacia primera base y Buckner dobló para tomarlo. Pero Buckner, el buen soldado con piernas adoloridas, no dobló lo suficiente y la pelota pasó hacia la barriga de los jardines de Shea Stadium, empujada por el rugido sísmico de la multitud local. Los Mets se apoderaron del sexto y luego del séptimo juego de la Serie Mundial. “Veo al ’86 como un gran año. Me ocurrieron cosas muy buenas y probablemente tuve mi mejor septiembre para contribuir a llegar a los playoffs”, dijo Buckner, quien empujó 102 carreras esa temporada con los Medias Rojas. “Desafortunadamente, y no tengo que recrear la Serie Mundial, todos saben lo que pasó”. Buckner vivió con esa fría noche de otoño en Queens todos esos años con la gracia de un caballero, pero con la cadencia sucinta de un pelotero quien ha sufrido momentos duros en el camino. Si es duro como revivir ese juego en público, es aún peor revivirlo en privado. Buckner, de 64 años, creció en el norte de California con Willie Mays, Juan Marichal y sus queridos Gigantes: Ellos fueron la impresión en vivo de lo que quería hacer cuando fuera grande. “No puedo decir cuantas veces, cuando jugaba pelota de goma a la edad de 8, 9, 10 años en mi patio, estaba jugando con los Gigantes”, dijo Buckner, quién fue firmado por Tommy LaSorda y los Dodgers en Napa High School. “Desarrollaba el juego como si estuviera en la Serie Mundial y bateaba el jonrón ganador en el patio cientos de veces”, dijo Buckner, sosteniendo cuidadosamente al recuerdo y la audiencia en su mano. “Nunca piensas en perder un roletazo que perjudique a tu equipo. Pero así es la vida. Así es el deporte”. El esfuerzo nunca fue una dificultad para Buckner, ni siquiera cuando sus condenados tobillos lo enviaron al quirófano luego de la temporada de 1986. Desde el primer día cuando Buckner empuñó un bate como profesional todo fue memorable. LaSorda, quien después se convirtió en manager de los Dodgers, fue el primer manager de ligas menores de Buckner. Un día específico en Ogden, Utah, LaSorda lanzaba en un juego interescuadras para ambos equipos. Buckner era el muchacho que usaba el uniforme de lana desgastado. “Al primer lanzamiento, bateé la pelota contra la pared del jardín derecho para un triple”, dijo Buckner. “Él se quitó el guante, lo tiró al suelo y dijo, ‘Tú ilustre desconocido. Si vuelves a batearme la pelota otra vez de esa manera, me voy a cortar el cuello con una hojilla de afeitar’”. “Aquí estoy, veinte minutos en mi primer juego. ¿Puedes imaginar, que tienes 18 años y tienes un manager que te habla de esa manera? No sabes por completo en que te estás metiendo”. Algunas cosas nunca cambian, especialmente en el béisbol. Después que Buckner se retiró en 1990, jugó 22 encuentros con los Medias Rojas ese año, se fue a Boise, Idaho, el lugar perfecto para un hombre cazar y pescar y encontrarse a si mismo. El ajuste emocional de Buckner ahora es cosa del pasado, probablemente fue lanzado a uno de esos grandes lagos de Idaho. Pero el juego que ama continúa, como siempre, en patios, estadios y barajitas con goma de mascar”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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