domingo, 23 de diciembre de 2018

Penny Marshall, la estrella de ‘Laverne & Shirley’ y directora cinematográfica, fallece a los 75 años de edad.

Anita Gates. The New York Times. 18 de diciembre de 2018. Penny Marshall, la coprotagonista de voz nasal de la serie televisiva “Laverne & Shirley” y luego directora autocrìtica de películas exitosas como “Big” y “A League of Their Own”, falleció este lunes 17 de diciembre en su hogar de Los Angeles. Su publicista, Michelle Bega, dijo que la causa fue complicaciones con la diabetes. Ms. Marshall había sido tratada en años recientes por un cáncer de pulmón, descubierto en 2009, y por un tumor cerebral. Ella anunció en 2013 que el cáncer estaba en amnistía. Ms. Marshall se convirtió en la primera mujer en dirigir una película que a simple vista obtuvo ganancias de más de 100 millones de dólares cuando hizo “Big” (1988). La película es una comedia que trata de un muchacho de 12 años de edad (Tom Hanks) quien mágicamente se hace adulto y entonces tiene que lidiar con el mundo de los mayores, fue muy bien acogida por la crítica y las audiencias. The Washington Post dijo que la película tenía “el toque y la exuberancia de una comedia clásica romántica”. The Los Angeles Times la describió como “una refrescante comedia para mayores” con vivacidad y juicio impecable. Mr. Hanks recibió su primera nominación al Oscar por su actuación. Cuatro años después, ella repitió su éxito en las taquillas con “A League of Their Own”, una comedia sentimental acerca de una liga de beisbol femenina en tiempos de guerra con un elenco que incluía a Madonna, Geena Davis, Rosie O’Donnell y Mr. Hanks. Entre ambas películas ella había dirigido “Awakenings” (“Despertares”) (1990), un drama médico protagonizado por Robert DeNiro como un paciente en trance encefálico y Robin Williams como el neurólogo quien le ayuda. “Awakenings”, basada en el libro de Oliver Sacks, fue solo moderadamente exitosa en las finanzas, pero Mr. DeNiro recibió una nominación de los premios de la academia. Una escritora dela revista Cosmopolitan comentó una vez que Ms. Marshall “llegó a la dirección cinematográfica de la manera fácil, al convertirse primero en superestrella televisiva”. Eso en referencia a sus siete temporadas (1976-1983) como Laverne DeFazio, la más audaz (aunque posiblemente más vulnerable) de dos compañeras de habitación, trabajadoras de la industria cervecera, en la exitosa serie de la cadena ABC “Laverne & Shirley”, ambientada en el Milwaukee de las década s de 1950 y 1960. En Hollywood Ms. Marshall tenía una reputación de directora instintiva, lo cual podía significar interminables repeticiones. Pero también era conocida por entender el hecho de hacer una película como un esfuerzo de equipo antes que una dictadura. Eso pudo o no haber tenido un efecto en su personalidad autocrítica, de la cual a menudo comentaban colegas y entrevistadores. Pero en 1992, Ms Marshall confesó a la revista de The New York Times que no era completamente ajena a los trucos. “Tengo mi propia manera de proceder”, dijo ella. “Mi personalidad es, que yo me quejo. Se trata de cómo me siento internamente. Me parece que es como utilizo mi femineidad, también. Pruebo muchas alternativas antes de conseguir lo que quiero y digo, ‘Por favor, hagamos esto aquí’. Eso puede ser una ventaja, la anti-directora”. Esa actitud también fue un aspecto esencial de su humor. Cuando Vanity Fair le pidió que identificara su lamento más grande, ella dijo, “Eso ocurrió cuando yo era talla 0, y no había talla 0”. Carole Penny Marshall nació el 15 de octubre de 1943, en el Bronx y creció allí, en el extremo norte de Grand Concourse. Su padre, Anthony, fue cineasta industrial, y su madre, Marjorie (Ward) Marshall, enseñaba danza. El apellido original de la familia era Masciarelli. Luego de graduarse en la Walton High School, en la sección Kingsbridge del Bronx, Ms. Marshall asistió a la University of New Mexico. Allí conoció y se casó con Michael Henry, un jugador colegial de futbol americano. Tuvieron una hija, pero el matrimonio solo duró dos años, y Ms. Marshall enfiló hacia California, donde su hermano Garry, se había convertido en un exitoso escritor de comedias. Hizo su debut cinematográfico en “The Seven Savage”, un drama de pandilleros, y tuvo un pequeño papel el mismo año en “How Sweet It Is!”, una comedia romántica protagonizada por Debbie Reynolds y James Garner. Ms. Marshall siguió actuando, principalmente en papeles como invitada en series televisivas, hasta que tuvo su gran oportunidad en 1971, cuando fue evaluada para el papel de secretaria de Jack Klugman, Myra Turner, en la serie de ABC “The Odd Couple”. Su hermano, productor del programa, le consiguió el trabajo, pero el nepotismo no tuvo nada que ver cuando la audiencia se enamoró de su gran humor y su acento del Bronx. Ese año se casó con Rob Reiner, quien entonces era estrella en la serie “All in the Family”. Él adoptó la hija de ella, pero se divorciaron en 1979, cuando “Laverne & Shirley” y Ms. Marshall estaban en el tope de su popularidad televisiva. Esa serie se originó en un episodio de “Happy Days” en 1975, en el cual Laverne (Ms. Marshall) y Shirley Feeney (Cindy Williams), dos hermosas muchachas, se presentaron en el lugar favorito local como citas a ciegas de Richie Cunningham y Fonzie, los dos personajes principales. Cuando “Laverne & Shirley” terminó en 1983, luego de un considerable conflicto en el estudio entre las coprotagonistas y una temporada final sin Ms. Williams, fue la primera vez en 12 años que Ms. Marshall no había tenido un trabajo estable en una serie televisiva. Empezó a hacer un puñado de películas y apariciones televisivas. Entonces Whoopi Goldberg, su amiga, le pidió que suplantara a un director con el cual no se llevaba bien en “Jumpin’ Jack Flash” (1986), una película cómica de espías. (Ms. Marshall había dirigido unos episodios de “Laverne & Shirley”). La película estuvo lejos de ser exitosa, pero le permitió dirigir “Big”. Las dos películas posteriores a “A League of Their Own”, no fueron bien recibidas. “Renaissance Man” (1994), protagonizada por Danny DeVito como agente publicitario convertido en maestro de reclutas de la armada, fue atacada por la crítica y solo ganó 24 millones de dólares, considerablemente menos de lo que costó hacerla, en Estados Unidos (por el contrario, “Big” ganó casi 115 millones de dólares). “The Preacher’s Wife” (1996), una reposición del romance de fantasía de 1947 “The Bishop’s Wife”, protagonizada por Denzel Washington y Whitney Houston. La crítica la encontró aceptable pero débil, obtuvo ganancias por debajo de los 50 millones de dólares. Ms. Marshall dejó de dirigir hasta 2001. “Riding in Cars With Boys”, una saga de maternidad adolescente protagonizada por Drew Barrymore, obtuvo comentarios positivos pero fue un disgusto taquillero. Esa fue la última película dirigida por Ms. Marshall. Su adiós a la dirección televisiva fue en un episodio de 2011 de la serie de personalidades multiples “United States of Tara”. Le dedicó algún tiempo a la producción, notablemente con la película de 2005 inspirada por la clásica serie “Bewitched” (“Hechizada”), y tomó algún trabajo de actuación ocasional incluyendo una aparición como invitada en la serie “Portlandia” y como voz narradora en la película “Mother’s Day” (2016), dirigida por Garry Marshall, quien falleciera en 2016. En 2012 publicó una memoria que fue éxito de ventas, “My Mother Was Nuts”, la cual empezaba en su estilo autocrítico: “No soy alguien quien haya tenido que lidiar con mucho drama personal más allá de lo usual: crecer con padres quienes se odiaban, dos matrimonios y divorcios, los altibajos de varias relaciones, criar una hija y ver a los amigos colapsar y tener sobredosis. También estuvo el asunto del cáncer. Como se puede ver, no hay nada fuera de lo ordinario, nada por lo que no haya pasado la mayoría de la gente, nada que diga, ‘Penny, tuviste suerte de pasar por eso’”. Su aparición final fue en la nueva versión de “The Odd Couple”, en un episodio de noviembre de 2016 que fue un tributo a su hermano, y mostró intervenciones de las estrellas de muchas de las exitosas series de él. A Ms. Marshall, quien vivía en la sección de Los Angeles llamada Hollywood Hills, le sobreviven su hermana mayor Ronny, su hija, la actriz Tracy Reiner; y tres nietos. La crítica a veces acusaba a Ms. Marshall de ser muy sentimental, pero ella nunca se disculpó por ese lado de su trabajo. “Me gusta algo que cuente una historia o que me diga algo que no sabía”, le dijo ella a The San Diego Union-Tribune en 1992 cuando le preguntaron por sus gustos cinematográficos. “Debe haber humor o debe tener corazón”. “Y si no lo tiene”, añadió ella, con lo que el reportero describió como un ligera sonrisa, “Haré que tenga corazón”. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 23 de diciembre de 2018. ©

jueves, 1 de noviembre de 2018

Willie McCovey, toletero inquilino del Salón de la Fama con los Gigantes de San Francisco, fallece a los 80 años de edad.

Richard Goldstein. The New York Times. 31 de octubre de 2018. Willie McCovey, el primera base inquilino del Salón de la Fama quien bateara 521 jonrones en 22 temporadas de Grandes Ligas, casi todas con los Gigantes, y siguiera siendo un personaje muy querido en San Francisco en sus años finales, falleció este miércoles 31 de octubre en Stanford Hospital. Vivía en Woodside, Calif. Los Gigantes, quienes anunciaron su deceso, dijeron que había estado lidiando con “recurrentes dificultades de salud”. McCovey se unió a los Gigantes en 1959, la segunda temporada de estos en la costa oeste, y fue una selección unánime cono novato del año de la Liga Nacional. Surgió como uno de los grandes toleteros del beisbol mientras batallaba ante los notorios ventarrones de Candlestick Park. Lideró la liga en jonrones tres veces y en carreras empujadas otras dos y fue nombrado jugador más valioso en 1969. Conocido como Stretch por su gran contextura y largos brazos, McCovey fue un temido bateador zurdo que halaba la pelota. Entre sus logros, era también recordado por un momento espeluznante cuando estuvo muy cerca de darle el campeonato de la Serie Mundial de 1962 a los Gigantes sobre los Yanquis. Aunque jugó solo en 91 encuentros esa temporada, principalmente como jardinero o bateador emergente, McCovey largó 20 vuelacercas esa temporada, cuando los Gigantes vencieron a los Dodgers de Los Angeles en un playoff de tres juegos, para ganar el banderín. La Serie Mundial llegó hasta el séptimo juego. McCovey, quien había conectado un triple en el juego, fue a batear en Candlestick Park contra el abridor de los Yanquis, Ralph Terry, en el noveno inning con corredores en segunda y tercera, dos outs y los Yanquis ganando 1-0. Conectó un sonoro linietazo, pero el segunda base Bobby Richardson estaba ubicado exactamente en la posición apropiada y capturó la pelota a la altura del pecho. “Medio metro más arriba, o hacia los lados, y creo que hubiese sido un héroe”, dijo McCovey después, imaginando lo que hubiera sido una dramática victoria de los Gigantes 2-1. Ese diciembre, Charles M. Schultz mostró su simpatía por McCovey en la tira cómica “Peanuts”. Charlie Brown sentado, las manos en la barbilla, luego levanta la cabeza y pregunta, “¿Por qué McCovey no pudo batear la pelota metro y medio más arriba?” Un mes después, en una imagen similar, se lamentaba, “¿ O por qué McCovey no pudo batear la pelota un metro más arriba?” McCovey no volvería a aparecer en una Serie Mundial. “Colocaría a Willie McCovey y a Willie Stargell en la misma categoría”, le dijo Don Sutton, el pitcher derecho estrella quien enfrentara muchas veces a McCovey y a Willie Stargell de los Piratas de Pittsburgh, al Scripps Howard News Service cuando McCovey fue electo al Salón de la Fama en 1986, su primer año de elegibilidad. “Ambos eran muy corpulentos y blandían el bate como si agitaran un lapicero. No podías pasarle la pelota por el medio, y no había manera de engañarlos. Metían miedo”. Bill Rigney, el primer manager de McCovey con los Gigantes, dijo una vez que nunca “había visto un bateador más implacable”. McCovey a veces era dejado en segundo plano por su compañero de equipo Willie Mays, quizás el jugador completo más grande en la historia del beisbol. Pero su popularidad sobrepasaba la de Mays entre muchos aficionados de San Francisco, porque Mays se había hecho estrella en Nueva York pero las raíces de McCovey en Grandes Ligas estaban en el área de la bahía. Más de treinta años después de su retiro, McCovey se mantuvo presente en el equipo. Aunque usaba silla de ruedas, un resultado de numerosas operaciones de rodilla y espalda, asistía virtualmente a cada juego de los Gigantes en casa como consejero del equipo. El brazo de la bahía de San Francisco detrás de la cerca del jardín derecho del AT&T Park, llamado McCovey Cove, siempre está lleno de lancheros los días de juego, compiten para atrapar las pelotas de jonrones que acuatizan allí. Una estatua de bronce de McCovey de tres metros de altura fue erigida en 2003en China Basin Park a la orilla de la cueva. McCovey fue homenajeado junto a sus compañeros inquilinos del Salon de la Fama y los Gigantes, Mays, Gaylord Perry, Juan Marichal y Orlando Cepeda en el estadio AT&T Park antes del tercer juego de la Serie Mundial de 2014, en la cual los Gigantes vencieron a los Reales de Kansas City en siete juegos. Los Gigantes han entregado un premio Willie Mac anualmente desde 1980 a un pelotero de San Francisco que ejemplifique el espíritu y liderazgo de McCovey. Willie Lee McCovey nació en Mobile, Ala., el 10 de enero de 1938, el séptimo de 10 hijos de Frank McCovey, trabajador de vías férreas, y su esposa, Ester. Un destacado primera base en las caimaneras, fue firmado para jugar en el sistema de ligas menores de los Gigantes de Nueva York en 1955 y pronto se ganó la reputación de bateador de poder. McCovey debutó en Grandes Ligas el 30 de julio de 1959, y bateó de 4-4, dos triples y dos sencillos ante Robin Roberts, el futuro inquilino del Salón de la Fama de los Filis de Filadelfia. McCovey solo participó en 52 juegos esa temporada, pero bateó para .354 con 13 jonrones y fue nombrado novato del año. Muchos aficionados de San Francisco reconocían a Mays como el símbolo del beisbol en Nueva York en su época dorada de la década de 1950, el héroe de Polo Grounds. Enfocaron su adulación en McCovey y el toletero Cepeda, quien se mudó a los jardines para abrirle espacio a McCovey en primera base. Fueron héroes locales en los años pioneros del beisbol de grandes ligas en la costa oeste, con los Gigantes en San Francisco y los Dodgers de Brooklyn mudados a Los Angeles. McCovey igualó a Hank Aaron como lider jonronero de la Liga Nacional en 1963 con 44 estacazos, el cual era coincidencialmente el número que ambos peloteros llevaban en la camiseta. (McCovey había escogido ese número en honor a Aaron, otro nativo de Mobile). Alcanzó 36 jonrones y 106 carreras empujadas en 1968, y 45 jonrones y 126 empujadas en 1969, liderando la liga en ambas categorías en cada una de esas temporadas. Bateó .320 en 1969, cuando ganó el premio al jugador más valioso. McCovey despachó un par de vuelacercas en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 1971, en la cual los Gigantes fueron derrotados por los Piratas de Pittsburgh, para entonces la edad y las lesiones estaban empezando a pasar factura. Fue cambiado a los Padres de San Diego después de la temporada de 1973 y jugó con ellos hasta finales de 1976, cuando fue comprado por los Atléticos de Oakland y apareció en 11 juegos como bateador designado y bateador emergente. Regresó a los Gigantes la temporada siguiente a la edad de 39 años, luego de declararse agente libre y jugó con ellos hasta 1980, se retiró como un jugador de cuatro décadas. Jugó principalmente como primera base, tuvo promedio de bateo vitalicio de .270, 2.211 imparables y 1.555 carreras empujadas, largó 521 cuadrangulares, 18 de ellos con las bases llenas, todos bateados en la Liga Nacional. Forma parte de un triple empate en el lugar 20 de los jonroneros de todos los tiempos, con Ted Williams y Frank Thomas. “Las personas me preguntan cómo me gustaría ser recordado”, le dijo McCovey una vez a The Associated Press. “Les digo que me gustaría ser recordado como el tipo quien bateó el linietazo sobre la cabeza de Bobby Richardson”, dijo él, recordando en broma el imparable ganador de Serie Mundial que no fue. McCovey regresó a la noticas con una nota sombría en junio de 1995. Apoyándose en un bastón como resultado de sus dolencias ortopédicas, apareció en una United States District Court de Brooklyn, junto con el jardinero central inquilino del Salón de la Fama de los Dodgers, Duke Snider; ambos resultaron culpables de fraude por fallar en declarar decenas de miles de dólares recibidos en eventos de autógrafos. Ambos fueron sentenciados a dos años de comparecencia y multados con 5000 $. Snider falleció en 2011. Durante sus dias finales en el cargo, el Presidente Barack Obama perdonó a McCovey, quien publicó una declaración a través de los Gigantes expresando gratitud “por este noble gesto hacia mi, pero también por su incansable servicio a todos los estadounidenses”. A McCovey le sobrevive su esposa, Estela; una hija, Allison; de un matrimonio previo; una hermana, Frances: dos hermanos, Clauzell y Cleon; y tres nietos. Cuando los Giants se enfrentaron a los Filis de Filadelfia en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2010, el preludio al triunfo de los Gigantes ante los Rangers de Texas en la Serie Mundial, su primer campeonato en San Francisco, McCovey reflexionó sobre la oportunidad perdida de lograr la victoria para los Gigantes en la Serie Mundial ante los Yanquis en 1962. “Disfrutaba ir a batear con corredores en posición anotadora, tenía que traerlos al plato”, le dijo a The New York Times. “Pienso que nadie pudo haberse sentido peor que yo. No solo tuve a todo el equipo sobre mis hombros en ese turno al bate, tuve a toda una ciudad. Entonces pensé que iba a estar en esa situación de nuevo en el futuro y las cosas serían diferentes”. Julia Jacobs y Andrew Chow contribuyeron reportando. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 29 de octubre de 2018

Los Muchachos de Octubre.

La atmósfera de competitividad permeaba no solo los orificios de la corneta del radio transistor. La lectura de aquellas páginas me transportó en fracciones de segundo a una noche de octubre de 1975. La fotografía en blanco y negro de un grupo de peloteros celebrando la llegada de un compañero al plato, reprodujo vívida la escena de aquel estacazo que había rasgado la madrugada bostoniana. La épica de aquellos Medias Rojas que dejaron el alma en el terreno ante la Gran Maquinaria Roja de pronto ebullía 43 años años después. La lectura de “The Boys of October” de Doug Hornig hace unos años me trajo remembranzas de la gesta épica de Luis Tiant en el cuarto juego de la Serie Mundial, de la sangre fría de Bernie Carbo al descargar el vuelacercas de empatar el sexto juego en el octavo inning, de la euforia de Carlton Fisk ante el veredicto de Larry Barnett respecto al toque de Ed Armbrister y luego sus brazos estirados para mantener su jonrón en zona buena, de las agallas de Dwight Evans para perseguir un casi seguro cuadrangular de Joe Morgan y convertirlo en atrapada espectacular que terminó en doblematanza, de como el radio cayó desde mi mano y se estrelló en mi pecho justo en el momento de esa atrapada. Ahora no podía dejar de recordar ese libro. Mientras empezaba la serie divisional ante los Yanquis inicié una búsqueda en mi biblioteca que intensifiqué después que los Mulos de Manhattan igualaran la serie divisional. Para el tercer encuentro logré divisar el libro de Hornig escondido debajo de decenas de periódicos y revistas viejos arrumbados en el tramo inferior. Poco importó que el polvo me hiciera estornudar. Para cuando los Medias Rojas despacharon a los Yanquis ya había terminado el capítulo donde Luis Tiant blanqueó a los Rojos de Cincinnati 6-0. Volví a preguntarme como un equipo que jugaba con aquella determinación, con aquel carácter, con aquella intensidad hubiese perdido aquella Serie Mundial. Me dije que de pronto aquello pudo haber sido un único ejemplo de realismo mágico y que la verdadera realidad quizás emergería al final del libro. Eso me dio un poco de ánimo, de optimismo para buscar razonamientos válidos que justificaran la posibilidad de vencer que podrían tener los Medias Rojas ante los Astros de Houston. El primer juego me hizo pensar que de nada valdrían 108 victorias ante el pitcheo de los siderales. Entonces me dije que si Los Muchachos de Octubre estuvieron a un tris de vencer a la Gran Maquinaria Roja, ¿Por qué no podían los mosqueteros de 2018 emularlos y hasta mejorarlos? Entonces apareció David Price y empezó a revertir su prontuario de once apariciones sin victorias en postemporada, fue capaz de mantener el juego al alcance de los patirrojos en el segundo juego para luego lanzar 6 episodios en blanco, en el quinto desafío. De pronto me parecía ver a un costado de Price el wind up escalonado, con la espalda hacia el jardín central de Luis Tiant. De pronto los jonrones de Jackie Bradley Jr retrataban la emoción de los turnos de Bernie Carbo en el tercer y sexto juegos de aquella serie de 1975. De pronto la atrapada de Andrew Benintendi para sellar el triunfo del cuarto juego recreaba, redibujaba, redimensionaba la carrera de Dwight Evans para desactivar el bombazo de Joe Morgan. De pronto un equipo se superponía en el otro y plasmaba todas las cualidades complementarias de uno respecto al otro. La lectura reciente de “The Boys of October” me hizo entender el fenómeno del deja vu desde otro ángulo. Al repasar cada página pensaba que lo que veía cada noche por televisión ya lo había vivido, pero a la vez imaginaba que el desenlace sería diferente. Por eso me tocó vivir una serie mundial doblemente emocionante. Price se encargó de vencer a los Dodgers de Los Angeles en los juegos 2 y 5. De pronto tenía algunas dudas, de pronto quise regresar en el tiempo para darle un poco del momentum, una pizca de la esencia de este equipo al del 75’ un poco de los jonrones de Steve Pearce y Rafael Devers en los juegos 4 y 5 de esta Serie Mundial. Pero luego me contuve, aquel equipo también fue grande, muy grande, tuvo mejores números totales que Cincinnati, y lo dejaron todo sobre el terreno. Estos otros muchachos tenían todos los ingredientes de aquel equipo de 1975, y además la esencia de “todos para uno y uno para todos de los mosqueteros Benintendi, Bradley Jr., y Mookie Betts. Alfonso L. Tusa C.

sábado, 6 de octubre de 2018

El antíguo pitcher de los Reales de Kansas City y entrenador de beisbol, Marty Pattin fallece a los 75 años de edad.

Gary Bedore. Kansas City Star. 3 de octubre de 2018. El antíguo lanzador de los Reales de Kansas City, Marty Pattin, miembro del equipo todos estrella de 1971, quièn ganara 114 juegos en una carrera que se extendió por 13 temporadas, falleció este miércoles 3 de octubre. Pattin lanzó para los Reales desde 1974 hasta 1980 y también para los Angelinos de California, los Pilotos de Seattle, Cerveceros de Milwaukee y Medias Rojas de Boston. Había vivido en Lawrence desde 1982 cuando aceptó un trabajo como engtrenador principal de beisbol en University of Kansas, donde dirigió a los Jayhawks. De acuerdo a una fuente cercana a la familia, el nativo de Charleston Ill y graduado en la Eastern Illinois University en 1965, falleció mientras dormía en Illinois donde visitaba a unas amistades. Pattin, quien recientemente se había sometido a una cirugía exitosa que le impidió asistir al juego inaugural de los Reales, le dijo a un reportero del Kansasd City Star hace un mes que ese fue el primer juego inaugural de Kansas City en casa que había perdido en 25 años. Marty, era uno de los tipos más amables que conocí”, dijo un amigo de Pattin, Walter Houk, dueño de equipo y entrenador de beisbol juvenil y semiprofesional en Lawrence. “Nunca le oí decir una sola mala palabra de alguien”. “Me lo encontré en la tienda de víveres hace una semana. Me dijo ‘Con esta pequeña molestia del corazón no sé si puedo subir el brazo lo suficiente para hacer completo mi swing de golf. Tengo que tener listos mis palos y regresar a jugar’”, añadió Houk del évido golfista que era Pattin. “No estaba completamente listo para regresar al campo de golf”, continuó Houk. “Me sentaba con él en Perry (a ver los juegos de futbol americano en Perry-Lecompton) donde veía jugar a su nieto. No se perdía un juego. Era un gran tipo, un buen amigo”. Pattin , era conocido como ‘Duck’ debido a su gran imitación del Pato Donald (Donald Duck), ha sido un miembro activo de Royals Alumni desde su retiro en 1980. Asistió al campamento de fantasía de los Reales varios inviernos en Arizona y, por supuesto, al vivir en el área, asistió a muchos juegos de los Reales. “Esto es duro”, dijo el antíguo jardinero de los Reales, Brian McRae, quien jugaba beisbol universitario para Pattin en KU cuando decidió firmar un contrato profesional. Supo del deceso de Pattin rumbo al estadio de los Reales este miércoles. “Cuando lo vi la última vez, lucía bien. Sabía que tenía algunas situaciones de salud. Fue lo mejor que lo había visto en cierto tiempo”, dijo McRae de un encuentro reciente. “He pasado mucho tiempo con Marty y su familia”, agregó McRae, un amigo de los hijos de Pattin. “Me lo encontraba en seis o siete eventos de los Reales durante el año. Era un buen hombre. No se comportaba diferente o pensaba que era mejor que cualquiera solo porque lanzó 13, 14 años en las grandes ligas. Siempre brillaba para los niños en los campos. Si alguien le pedía que hiciera su imitación del pato Donald, se reía y la hacía. Eso nunca faltaba”. Se quedó en casa para asistir a la Universidad y luego de una exitosa Carrera en EIU (su camistea 19 fue retirada en 2009), fue seleccionado en la séptima ronda del draft de 1965 por los Angelinos de California. Pattin debutó en grandes ligas el 14 de mayo de 1968 al lanzar un inning perfecto contra los Medias Blancas de Chicago. Lanzó su juego final con los Reales en la Serie Mundial de 1980 contra los Filis de Filadelfia. En su inning final en las mayores ponchó a las estrellas Gerg Luzinski y Mike Schmidt. Su única aparición en el juego de estrella fue como miembro de los Cerveceros. “En mi generación, crecimos queriendo jugar beisbol como Marty Pattin”, le dijo Ken Baker, nativo de Charleston, Ill, al Charleston Journal-Gazette/Times Courier, en un artículo escrito en 2016 para la ceremonia dedicatoria del “Marty Pattin Field”. “Crecimos con Marty en las mayores. Ahora será recordado por la próxima generación y eso es grande”, agregó Baker, quien ayudó a organizar el evento. “Para rendir honor a una persona, sin importar cuan exitoso fue o cuanto logró, el vivió en Charleston. Fue solo cuando entrenó a los Jayhawks que salió de Charleston. Vivió aquí durante su carrera de grandes ligas. Este es su pueblo, siempre lo ha considerado así y siempre será así”, le dijo Baker al periódico. Notas del traductor Marty Pattin lanzó un juego de un imparable ante los Atléticos de Oakland en el Coliseo de Oakland el 11 de julio de 1972. Llevó a los Medias Rojas de Boston a una victoria 4-0. El imparable se lo dio Reggie Jackson en el cierre del noveno inning, luego de un out. Pattín ponchó a siete, concedió 3 boletos y un pelotazo. Por Boston destacó Carlton Fisk con jonrón y dos empujadas. El 25 de mayo de 1972 Pattin lanzó completo ante los Orioles de Baltimore (campeones defensores de la Liga Americana) en Fenway Park. Los venció 2-1 en trabajo completo. Solo permitió 4 imparables (jonrón de Don Baylor), 2 boletos y 3 pelotazos (Bobby Grich, Dave Johnson, Don Baylor), recetó 9 ponches. A la ofensiva por los Medias Rojas destacó Luis Aparicio al batear de 3-2 con carrera empujada y anotada. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06 de octubre de 2018.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Desde la plataforma de un camión

Ahora que los Medias Rojas de Boston han asegurado el campeonato de la División Este de la Liga Americana es inevitable recordar aquel juego de playoff del 1 de octubre de 1978 ante los Yanquis de Nueva York, que significó una derrota terrible luego de perder una ventaja de catorce juegos a mediados de julio. Este año, cuando se cumplen 40 de aquella catástrofe, muchos entendidos asomaron como favoritos a los Yanquis, en una especie de reedición de los sucesos de 1978. Esta vez no hubo necesidad de un juego de desempate, los patirrojos se apropiaron del título de su división este 20 de septiembre y aún cuando probablemente se tengan que volver a medir a los Yanquis en la serie divisional, al menos lograron un desquite parcial. A continuación un texto que escribí a partir de varios recuerdos de aquel primero de octubre. Desde la plataforma de un camión Tenía varios días arreglando los pormenores del viaje a Cumaná con Raimundo y Brairo. En julio había terminado el último año de Bachillerato. La emoción de ingresar a una Universidad me hacía andar a una velocidad similar al vuelo de los pájaros. Dos días antes había llenado la planilla del CNU en medio de una lista de requisitos que nos hacía sentir como hombres de negocios. Brairo señaló un renglón al final de la lista. La constancia de antecedentes penales había que sacarla en Cumaná. Papá me dio un billete de cinco bolívares para pagar el carro por puesto. Agarré el radio con forma de cubo negro y lo metí bajo el brazo. Ese día jugaban los Yanquis y los Medias Rojas el partido de desempate para pasar al playoff de la temporada de 1978. Encontré a Raimundo bajo la sombra de la Ceiba al comienzo de la carretera que lleva de Cumanacoa a Cumaná. Habíamos acordado pedir una "cola". Así dispondríamos de un dinero extra para pasear en Cumaná. Cuando el sol arreció entre las ramas del árbol, un camión sin carga se detuvo ante las señas de Raimundo. Varios gritos atravesaron el aire de la tarde. Brairo corría con la voz encerrada en el pecho. Saltamos a la plataforma metálica del camión. La brisa generada por el impulso del vehículo aliviaba el ardor del sol en la piel. Cuando Brairo recuperó el aliento se encaró con Raimundo. _¿Y se iban a ir sin mí? _Dijimos a la una en punto bajo la Ceiba. Ya es la una y media. El viento se llevó los gritos de Brairo. Señaló mi radio. _¿Ya empezó el juego? El ruido del viento impedía escuchar el radio. El juego debía comenzar a la una de la tarde. Bob Lemon, el manager de los Yanquis anunció a Ron Guidry. Don Zimmer se decidió por Mike Torrez. Boston vio evaporarse una ventaja de 14 juegos en el mes de julio. Ahora debía resumir la temporada en un juego. Raimundo enfrentó su voz con el viento. _No vengas a disimular con el juego. Tú te traes algo entre manos. Brairo sonrió. Miró hacia el fondo de la carretera. Un racimo de nísperos se quedó suspendido en la mira cuando su madre lo gritó. Le recordó el viaje a Cumaná. Brairo sólo tuvo tiempo de vestirse. _Si acaso me paré en la casa de Briceida para decirle que seguía pendiente con los nísperos. Me pegué el radio a la oreja y le dí volumen. La voz de Buck Canel vencía al viento. "… es un elevado a la izquierda Yastrzemski espera y se va el primero de los Yanquis con un boleto, cero carreras, cero hits…" A la altura de Tataracual se perdió la señal de la emisora. Carl Yastrzemski acababa de poner adelante a Boston con jonrón solitario. Mi sensación de disgusto se paralizó cuando Raimundo señaló un carro vino tinto que salió de la curva. _¿Ese no es el carro de tu Papá? El Caprice aceleró en la recta de Los Cocos. Distinguí los detalles del carro. Comprendí que estaba en aprietos cuando identifiqué la cara de tío Miguel a través de la ventanilla. Papá bajó la velocidad frente al camión. De inmediato aceleró. La imagen del regaño que me esperaba al regresar a casa apretó mi cuello hasta los confines del corazón. Raimundo se puso las manos alrededor de la boca. Quería saber como iba el juego. Giré el interruptor. La voz de Canel traspasaba una nube de interferencias. "…Chris Chambliss la rueda por las paradas cortas. Rick Burleson la toma y fuerza en segunda a Lou Piniella. Cuando han transcurrido 3 innings y medio. Boston sigue venciendo 1- 0 a los Yanquis…" La tensión del juego diluyó un poco el miedo de tener que explicarle a papá mi presencia en aquel camión. Sabía que tendría que hablar con él un buen rato. Sólo el duelo entre Torrez y Guidry detuvo la preocupación. El camión entró a Cumaná a las dos de la tarde. Nos bajamos frente al cine Paramount. Cuando salté el radio casi cae al pavimento. El volumen aumentó. "…cuando tenemos cinco innings completos Boston sigue venciendo a los Yanquis 1-0. Antes de llegar a la oficina de Identificación y Extranjería pasamos por la casa de mis abuelos maternos. Toqué el timbre varias veces. Busqué una llave en mi bolsillo. Les dije a los muchachos que pasaran. Llamé en todos los cuartos. La soledad saltaba en cada zancada. En el comedor me lancé sobre el televisor. La pantalla mostraba el terreno del Fenway Park. Varios minutos más tarde los comentaristas se disculpaban con la audiencia porque el satélite de transmisión ya no estaría disponible para el juego. Me quedaba el consuelo de haber visto el sencillo con que Jim Rice puso el juego 2-0 al impulsar a Rick Burleson. En Identificación y Extranjería había poca gente. En menos de media hora teníamos la solvencia de antecedentes penales. Atravesamos la calle Ayacucho hasta la plaza Andrés Eloy Blanco. Frente a la muralla del río Manzanares compré una kolita Sifón. El color encarnado se evaporaba en mi paladar con efluvios de refresco. La brisa llenó mis pulmones cuando entramos al puente Guzmán Blanco. Traté de olvidar el ajuste de cuentas que me esperaba al regresar a casa. El bullicio de la Avenida Bermúdez quedaba relegado ante mi búsqueda de argumentos sólidos para justificar mi presencia en la parte trasera del camión. El sol caía a plomo sobre Cumaná. Por mi rostro bajaban ríos de sudor frío. Raimundo me templó el brazo varias veces. _ Mira Alberto. Tarzán sale ahora más temprano. Un tropel de tambores de hojalata me hizo traspasar el laberinto del camión. Un hombre embadurnado en negro humo, esgrimía unas alas de metal y escupía rojo vegetal sobre el asfalto. La gente se arremolinaba alrededor del diablo de Cumaná. Era una tradición popular que se extendía a lo largo del año. Por primera vez no sentí miedo cuando Tarzán agarró el tridente y simuló enterrarlo en el vientre de un desamparado indiecito. Las perolas retumbaban entre mis sienes como el regaño que imaginaba me iba a dar Papá al regresar en la tarde a Cumanacoa. Hasta me di cuenta que el tridente se desviaba milímetros antes de llegar a la piel del indiecito para romper una diminuta vesícula cargada de rojo vegetal. Las mujeres se llevaban las manos a los ojos y gritaban "¡Pobrecito!". Entendía las carreras de los niños por esconderse detrás de las faldas de sus madres. Más de una vez traté de hacerlo y mamá me sacaba de los escondites más rebuscados. No recuerdo otra ocasión que me haya molestado tanto con ella. Ese miedo brutal que me carcomía la boca del estómago regresaba abrochado a tener que enfrentar a papá en la noche. El resto de la tarde nos distrajimos siguiendo los vuelos en picada de los alcatraces sobre el mar en Puerto Sucre. Estuve tentado a prender el radio. Me confié en que los Medias Rojas seguían ganando el juego. Además de que el momento frente al mar despegaba cualquier mente de la rutina diaria, hasta de la amenaza de regaño que me aguardaba en casa. Cuando el sol retozaba en el horizonte apretamos el paso por toda la Avenida Bermúdez hasta llegar a la estación de carros por puesto. Brairo me templó varias veces el brazo a mitad de trayecto. _¿Que te pasa Alberto? Ya con esta son como 3 muchachas bonitas y ni siquiera te das cuenta. Cada paso que daba quería reducirlo al máximo, para llegar a casa el mes siguiente cuando a papá se le hubiese olvidado lo del camión. Las sombras alargaron las dimensiones del carro entre los cocotales de la salida hacia Cumanacoa. En las curvas de Gamero el chofer detuvo el carro. Varias personas levantaban las manos. Sobre el pavimento yacían dos cuerpos. Un olor volátil alborotaba el anochecer. Mientras levantaron el choque quise sintonizar el radio. Sólo salían ruidos de interferencia. El carro llamaba a seguir con una detonación en el escape. El chofer hundió el acelerador y dos nubes blancas salieron del escape. La orina se paralizó en mi vejiga y salí corriendo detrás de unos matorrales. Raimundo me preguntó como iba el juego. Empezó a sonreírse. Dijo que solo los Medias Rojas echaban por la borda una ventaja de catorce juegos en julio. Me lo quedé mirando con ardor en los ojos. Las palabras no salían, igual que la parálisis al ver a Papá desde la plataforma del camión. Brairo recordó que Boston ganaba 2-0. Raimundo estiró los pies debajo del cajín delantero. Recitó las virtudes de un equipo inspirado como los Yanquis. Por algo tenían a un jugador al que llamaban Mister Octubre. Todavía ignoraba que razones le iba a dar a Papá para viajar a Cumaná en un camión. En medio de aquel laberinto emocional emergió el jonrón de Carlton Fisk en la Serie Mundial de 1975. Tomé impulso y le dije a Raimundo que los Yanquis iban a tener que echarle pichón para ganar. A través de la ventanilla sorprendí al sol contagiando de sarampión a las nubes y de azul marino a la noche. La brisa fría fue insuficiente para tratar de explicarme por qué seguía un equipo tan irregular como los Medias Rojas. La desesperación que sentí al ver como perdían juego tras juego mientras los Yanquis ganaban y descontaban la volátil distancia, me hacía volver a los exámenes del Liceo donde llegaba a las últimas preguntas cuando faltaba más de media hora para terminar. No sé por qué me sudaban las manos, solo pensaba en el reloj. Me parecía resbalar por la cuesta de un cerro y no había ninguna mata de donde agarrarme. Al terminar el examen, veía clarito la solución de los problemas. Salía al patio chasqueando el piso con mis zapatos de goma y esquivaba a mis compañeros. El ulular de las chicharras destacaba los últimos relumbrones del atardecer. En las curvas de Bichoroco, Raimundo suspiró y asomó el rostro a la ventanilla. Un carro que venía pidiendo paso desde Cedeño pasó como un trueno. _Así van a pasar los Yanquis. Apreté el puño derecho. La desaparición de la ventaja de catorce juegos permanecía atragantada en mi garganta. La noche cojeó sobre el neumático del chofer. Un olor a caucho quemado borró la carrera por el banderín del Este de la Liga Americana. El chofer dirigió el carro hacia unos matorrales aledaños a la carretera. Raimundo quiso ayudar con el caucho de repuesto. El chofer atravesó la barriga y levantó la mano. _Si quieres me ayudas a aflojar las tuercas. El caucho desinflado me trajo las transmisiones de la serie entre Yanquis y Boston de la primera semana de septiembre. Los Medias Rojas parecían los Osos Revoltosos, quizás Walter Matthau hubiese dicho que sus muchachos lo hacían mejor. Los marcadores de aquellos juegos me hicieron darle de puñetazos a la almohada y hasta al tronco de la mata de guayaba del patio. Todos los juegos se perdieron por más de 3 carreras. Cuando levanté el caucho para meterlo en el baúl del carro divisé en medio de la oscuridad un punto brillante donde varios pedazos de vidrio se hundieron en la goma. Al pasar por Arenas, aproveché las luces y traté de sintonizar la emisora en el radio. Solo escuchaba un ruido de fondo. En el radio del carro solo sonaba música. Frente a la Ceiba de la entrada a Cumanacoa entró la señal de Noti Rumbos con las noticias de las seis de la tarde. Adherí la oreja a la corneta del radio. Raimundo tuvo que gritar para despedirse. -Mira chico, mejor vas pensando que le vas a inventar a tu papá. Olvídate de ese equipo, si perdieron 14 juegos de ventaja seguro que perdieron este también. Seguí caminando por la calle Flores sin voltear a mirar. En la esquina de la escuela la noticia salió del radio como puñal en la espalda. "…y en dramático juego realizado esta tarde en Fenway Park, el torpedero Bucky Dent sentenció a los Medias Rojas de Boston con un cuadrangular ante Mike Torrez en el séptimo inning que puso a ganar a los Yanquis. Desde allí no perdieron la delantera a pesar de los esfuerzos de Carlton Fisk, Jim Rice, Fred Lynn y Carl Yastrzemski quien entregó el último out con un elevado a la tercera base…" Mis pasos tropezaron varias veces con la penumbra del crepúsculo. Una ráfaga de viento entró por mi camisa como un bloque de hielo. Miraba hacia el cielo buscando el azul de la capa de ozono pero solo respiraba vapores espinosos. El parasol de cajas de cartón que había improvisado a un lado del tanque de agua no sería mi refugio preferido las próximas tardes. Subiría al techo de la casa, pero sin la misma emoción de escuchar los nombres de Fisk, Yastrzemski, Eckersley, Evans y compañía. Sería inevitable imaginar como jugarían los Medias Rojas en el playoff. Detuve mis pies en la esquina antes de llegar a casa. Quería que llegase pronto abril para ver a los Medias Rojas desquitarse de los Yanquis. La idea de ver a los Mulos de Manhattan en el lugar que debían ocupar los Patirrojos borraba por completo los gritos de Papá llamándome desde el portal. Si sólo a Luis Tiant le hubiera tocado lanzar uno de aquellos juegos de septiembre a esos Yanquis. A cada paso que daba hacia la casa me parecía avanzar a más velocidad de los 100 kilómetros por hora que rodaba el camión. Mis pies resbalaban en la plataforma. Aunque sentí un estallido en el pecho cuando pasó el carro de Papá lo que permanecía en mi corazón eran los catorce juegos que los Yanquis se habían quitado de encima para dejar en el camino a los bostonianos. Entré a la casa con la mirada en el piso. Tío Miguel me indicó que Papá me esperaba en la oficina. Había cierta dureza en sus mejillas. Quiso detenerme pero ya había empuñado la manilla de la puerta. Papá sacaba unas cuentas en la máquina sumadora. Un estornudo detuvo su tecleo. -¿Te diste cuenta de la imprudencia que cometiste? En mis oídos todavía resonaba la campanita de Noti Rumbos antes de la noticia de la derrota de los Medias Rojas. Bajé la mirada. Papá apagó el cigarrillo. Sus manos apretaron los dedos hacia arriba, parecían llamas ardientes que llegaban hasta sus ojos. Una andanada de venas brotadas inundaron su frente. Por su cuello corrían Orinocos de sudor. Dio dos manotazos sobre el escritorio que me hicieron parpadear. Bajé la mirada. Escondí mis ojos en el último rincón de la oficina. Miraba mis zapatos. Sobre el piso de granito aparecían los dibujos metálicos de la plataforma del camión. Resbalaba en cada curva. Me aferraba al radio en medio del deslizamiento. La voz de Papá quemaba el aire de la oficina, la tensión subió la temperatura de mis ojos. Quería hablar. Papá arremetía con trompetas en la voz. Dos lágrimas asomaron en mis pestañas. La voz de papá viajaba simultánea con la pelota atrapada en el guante de Graig Nettles. Papá gesticulaba y acentuaba las palabras cuando hablaba del camión y la facilidad con que una persona puede salir despedida de su plataforma al mínimo frenazo. Me llevé las manos a la boca varias veces. La pelota rebotaba contra todas las paredes. El concierto de percusión se extendía. Abría los ojos y desviaba la mirada hacia la confluencia de las paredes con el piso. Papá dibujaba una y otra vez como me pude haber caído de la plataforma del camión. Mis manos pasaban sudorosas sobre mi frente, el jonrón de Bucky Dent seguía estallando entre mis sienes. La brisa fría de la carretera seguía pinchando mi rostro en medio de la cinética de la vegetación. Papá subía la voz y saltaba de la plataforma del camión a la oficina. Seguía insistiendo en saber como fue que decidimos montarnos en aquel camión. Mis ojos solo llegaban hasta las rayas de cal del estadio donde los Medias Rojas acababan de ser eliminados por los Yanquis. Los pasos de papá alrededor de la habitación terminaban en explosiones de regaño. Para mí eran sólo chasquidos en medio de la desolación del Fenway Park. El desagrado de Papá aumentaba. En un momento me estremeció por los hombros. Me anunció que pasaría una semana sin la mesada de dos bolívares diarios. Sentí varios aguijones en los ojos. Guarecí el mentón en mi pecho y agarré el pomo de la puerta. Papá se levantó de su silla. Quiso acercarse pero abrí la puerta y salí disparado hacia el porche. En mi mente sintonizaba una y mil veces el radio de cubo negro para ligar el jonrón de Yastrzemski en el noveno inning. Siempre terminaba bateando ese mísero elevado al cuadro. Papá quiso tranquilizarme al ver como me senté en la acera con la cabeza entre las manos _Vamos. No es para tanto. Todos cometemos travesuras a tu edad y después nos reponemos. Mi frente continuaba aferrada a mi antebrazo derecho. Si pero de seguro él no se había antojado de seguir a un equipo que perdiera una ventaja de 14 juego como los Medias Rojas. Reponerse iba a costar 6 largos meses hasta la llegada de abril. Mientras tanto había que aguantar el temporal de los yanquistas. Aquella noche sólo recé una oración "¿Por qué Bucky Dent se tenía que antojar de dar jonrón hoy?". Papá levantó la mirada y respiró profundo. Dio dos palmadas en mi espalda y regresó a la oficina. -No te vayas a quedar mucho tiempo aquí. Ahora el camión corría más rápido, el radio sonaba a toda la voz de Buck Canel. Cada curva casi sacaba al camión de la vía. Mis pies permanecían clavados sobre la plataforma, en busca del inning del jonrón para repetirlo y darle otra oportunidad a Mike Torrez. Un rumor de ráfagas zumbaba en la cola del camión. Me aferré al techo de la cabina. El impacto de varias gotas me hizo voltear. Papá me alzó por los hombros. Le pregunté por qué se trabaja tanto por algo para perderlo todo al final. Papá sacudió el agua de mi camisa. Me dijo que tenía media hora viéndome desde la oficina. -Lo que pasó, es pasado. Ahora debes seguir adelante. Claro, debes corregir los errores. Desde la plataforma del camión trataba de mirar el dugout de los Medias Rojas ¿Estarían pensando en el jonrón de Bucky Dent? ¿Discutirían como harían la próxima temporada para contener a los Yanquis? Me fui hacia el cuarto con la cabeza entre los hombros. La fotografía en el periódico me hizo detenerme en la acera bajo el sol matinal. Carl Yastrzemski en el dugout de los Yanquis felicitando a Reggie Jackson luego del juego. Doblé el periódico y lo metí debajo del brazo. Las piedrecillas volaban al contacto con la punta de mis zapatos. Después de tirar el periódico en el rincón más alejado del cuarto, empezaron a aparecer imágenes más serenas en mi mente. Yastrzemski debía tener mucho carácter y autoestima para entrar al dugout de sus vencedores y reconocerles sus méritos luego de una larga batalla de seis meses. Las próximas dos semanas olvidé por completo los trámites para ingresar a la Universidad. En mi mente solo ebullía el eco del último out a manos de Graig Nettles. Un mediodía el niño de enfrente jugaba con unos globos de helio. El estruendo de un camión vacío sobre la batea de la calle dibujó lágrimas en la cara del niño. Los globos volando sobre la plataforma del camión destaparon mis oídos para escuchar un radio que decía: "La semana entrante vence el plazo para enviar los papeles al CNU". Me levanté sin dejar de mirar la plataforma del camión. En otras noticias decían que Boston había cambiado al lanzador Bill Lee a los Expos de Montreal. Mientras sacaba los papeles de bachillerato de una carpeta regresó a mi mente aquella serie de cuatro juegos en septiembre. "Si al menos Bill Lee hubiese lanzado uno de esos juegos". Salí a la calle para ver si veía al camión solo quedaba el resplandor meridiano. Los globos flotaban muy altos sobre la calle. Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Esquina de las Barajitas: 1969 Topps. Joe Schultz.

Bruce Markusen. Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown. Joe Schultz luce feliz en su barajita Topps de 1969. Parece no tener idea de la cercana situación que está por experimentar. Convertirse en el primer manager de los Pilotos de Seattle. Sin mucho talento, o mucha fanaticada, o algo que se acercara a un estadio de grandes ligas, Schultz y los Pilotos enfrentarían la senda de su primera temporada en la historia de la franquicia. Sería la única temporada de Schultz como manager de los Pilotos, quienes lo despidieron al final de la temporada. De hecho, sería la única temporada de los Pilotos. Por eso fue que la franquicia se reubicó abruptamente en Milwaukee, convirtiéndose en Cerveceros antes del inicio de su segunda temporada. En realidad, Schultz tenía muy poco conocimiento de que dirigiría a los Pilotos cuando esa fotografía fue tomada por un fotógrafo de la Topps Gum Company. La fotografía es vieja, tomada en 1967 o 1968, durante el entrenamiento primaveral, cuando Schultz aún era el coach de tercera base de los Cardenales de San Luis. Como los Pilotos aun no jugaban su primer juego, y apenas se habían reportado para el entrenamiento primaveral de 1969, Topps no tenía fotografías actualizadas de Schultz usando el uniforme azul, amarillo y blanco de los Pilotos. Afortunadamente, Topps encontró una foto de archivo de Schultz sin la gorra de los Cardenales. Debido a esa apariencia genérica, la barajita fue diseñada para la colección de 1969. Como se puede ver en su barajita Topps. Schultz tenía poco cabello en su cabeza hacia finales de la década de 1960. Imagino que la mayoría de ese remanente de cabellos se desvaneció durante la temporada de 1969, mientras los Pilotos perdían juego tras juego, frustrando a Schultz y su cuerpo técnico. No hay nada como perder hasta envejecer para un manager de grandes ligas. Los Pilotos perdieron muchos juegos ese verano, acumularon 98 derrotas para terminar últimos en la división oeste de la Liga Americana. Al final de la temporada, Schultz probablemente podía peinarse con una toalla, un cepillo hubiese resultado obsoleto. Aunque Schultz no ganara muchos juegos con los Pilotos, tuvo éxito al forjarse una imagen como uno de los managers más pintorescos de la era de la expansión. Mucho de esa imagen viene del icónico libro de Jim Bouton: Ball Four, el cual muestra muchas historias acerca del manager de los Pilotos que pudieran haber sido tituladas, The World According to Joe Schultz. La historia de Schultz en el beisbol profesional empezó en 1932, cuando apareció en su primer juego de ligas menores, ¡a la edad de 13 años! Es difícil imaginar a un muchacho de 13 años de edad tomar un turno al bate en un juego profesional, y batear un imparable nada menos, pero eso fue exactamente lo que hizo Schultz. En realidad, él era el recogebates de los Buffaloes de Houston, y salió como bateador emergente porque su padre, el manager del equipo, quería darle la oportunidad de tomar un turno en el día final de la temporada. Por supuesto, nada de eso hubiese sido permitido en el beisbol profesional de hoy, para jugar en las ligas menores, los peloteros deben tener al menos 16 años de edad. Siete años luego de su celebrado debut como adolescente, Schultz llegaría a las mayores con los Piratas de Pittsburgh, donde jugó fragmentos de tres temporadas como catcher de reserva. Luego pasó a los Carmelitas de San Luis, donde estuvo seis temporadas, como catcher a medio tiempo y bateador emergente. Como jugador, Schultz tuvo una carrera poco llamativa. Pero fue un catcher inteligente y muy laborioso que mostraba pasión y entusiasmo por el juego. Esa reputación le procuró un trabajo como coach con los Carmelitas en 1949. La temporada siguiente, se convirtió en manager de ligas menores, algo que hizo por 13 temporadas. En 1963, los Cardenales de San Luis lo llevan de vuelta a las mayores como su coach de tercera base. En las próximas seis temporadas, Schultz envió al plato infinidad de corredores, mientras los poderosos Cardenales ganaban los banderines en 1964, 1967 y 1968. Y conquistaban los campeonatos mundiales en 1964 y 1967. A mediados de la temporada de 1968, los aún en período de gestación Pilotos de Seattle le ofrecieron a Schultz la dirección del equipo. Para un hombre de beisbol como Schultz, esa era la oportunidad que había buscado desde que empezó su carrera como coach. Al final de la temporada, los Pilotos llegaron a un acuerdo con Schultz, pero no podían anunciar públicamente la contratación debido a que él todavía era coach de los Cardenales, quienes estaban encaminados a ganar el banderín que los llevaría a la Serie Mundial. La decisión de contratar a Schultz, rumorada desde agosto, se convirtió en el secreto peor guardado del beisbol. Como resultado de los rumores, el nombre de Schultz saldría a la luz pública durante la Serie Mundial de 1968. Mientras las cámaras de la NBC mostraban a Schultz en la caja de coach de los Cardenales, campeones de la Liga Nacional, los narradores Curt Gowdy y Harry Caray se referían a él reiteradamente como “el primer manager en la historia de los Pilotos de Seattle”. Hablaron tan abiertamente del movimiento de Schultz que eso se convirtió en una de las subtramas de la serie entre los Cardenales y los Tigres de Detroit. Finalmente, durante el noveno inning del séptimo juego, el gerente general de los Pilotos, Marvin Milkes anunció oficialmente que Schultz sería el manager de los Pilotos. Para ese momento, Schultz era un nombre muy familiar en el area de San Luis. Se había hecho famoso al apodar a los Cardenales de 1967 como “El Birdos”. Pero más allá del medio oeste, Schultz era un virtual desconocido. Muchos aficionados lo veían como un hombre misterioso, aunque hubiese cumplido 50 años y había trabajado en el beisbol durante casi cuatro décadas. Ciertamente no era una figura de la casa, y no necesariamente una escogencia natural para afrontar el primer año de la franquicia en Seattle. Schultz y los Pilotos confiaban en que él iba a salir del anonimato. En enero y febrero de 1969, Schultz se convirtió en el remolino del programa de banquetes y discursos, se presentó en escuelas primarias, liceos, almuerzos, clubes sociales, organizaciones de fraternidad, cenas formales y casi cualquier tipo de evento público celebrado en el gran noroeste. Se convirtió en el éxito de la programación, al cautivar audiencias con su sorprendente sentido del humor, sus ocurrencias y su entusiasmo por el juego. Día tras día, le decía a cualquiera que escuchara, que los Pilotos eran capaces de jugar beisbol para ganar y que terminarían terceros en la división oeste de la Liga Americana. Debido a su energía y aparente sinceridad, las personas en Seattle empezaron a creer en él. Schultz ayudó a crear algo de entusiasmo general en la fanaticada de Seattle. También crearía revuelo en el entrenamiento primaveral, al impresionar de inmediato a sus peloteros. Cuando los Pilotos llegaron al campamento primaveral, vieron a un manager quien epitomizaba la apariencia de la vieja escuela de managers de la década de 1960. El rostro sonrojado de Schultz, su cabeza calva y físico rechoncho (todos visibles en su barajita Topps de 1969) parecían algo fuera de lugar. Como manager a Schultz le gustaba repetir ciertas frases, las cuales reflejaban algo de la sabiduría simple que adquirió en casi 40 años de experiencia en el beisbol profesional. Una de sus favoritas se refería a su consejo básico de bateo: “Bien muchachos, se trata de una pelota redonda y un bate redondo y hay que batearla de plano”. Schultz tenía el tipo de vocabulario propio de los managers de antaño, rociado con muchas malas palabras de cuatro letras. Había maravillado a sus audiencias de invierno, incluyendo los grupos escolares, con tal lenguaje, pero su manera sazonada de hablar se convirtió en uno de los temas recurrentes de Ball Four. En el capítulo 1 de Junio de Ball Four, Bouton aporta cierta visión interna de las coloridas palabras del manager. Despues que los Pilotos vencieran a los Tigres campeones munidales, Schultz dio a sus peloteros un discurso de victoria. Esto es lo que Bouton escribió: “Joe dio su discurso habitual en el clubhouse: ‘Atáquenlos todo el tiempo. Acribíllenlos. Sean implacables…Saboreen esa Budweiser y vuelvan a vencerlos mañana’”. Quizás la charla más memorable de Schultz ocurrió cuando fue al montículo para hablar con el pitcher John Gelnar. Bouton plasmó esa conversación en Ball Four. Gelnar nos contó de la gran conversación que tuvo con Joe en el montículo. Había dos tipos más ahí y Tom Matchik (de los Tigres) iba a batear. “¡Quieres que le lance de alguna manera en particular, Joe?” preguntó Gelnar. “No, domínalo”, dijo Joe Schultz. “Lánzale duro abajo y después nos vamos a saborear algo de Budweiser”. Saborear algo de Budweiser. Esas palabras se convertirían en sinónimo de Schultz. Una y otra vez, le imploraba a sus Pilotos que terminaran todo y ganaran el juego, para irse a saborerar algo de Budweiser. Schultz disfrutaba su cerveza. Desafortunadamente, los Pilotos tuvieron pocas oportunidades de saborear Budweiser. Empezaron la temporada muy bien, se mantuvieron en el tercer lugar hasta principios de julio pero luego tuvieron una caída prolongada hacia el sótano el resto del camino. Al terminar la temporada, solo habían ganado 64 juegos, lo cual frustró a Schultz, pero no sorprendió a la mayoría de los observadores quienes veían en los Pilotos a un equipo de expansión con poco margen de respetabilidad. Al final de la temporada, los Pilotos decidieron que Schultz era parcialmente responsable de haber terminado en último lugar. Los Pilotos despidieron a Schultz, un hecho que muchos peloteros sintieron que era injusto debido al poco talento que tenía el equipo de Seattle. Don Mincher estaba molesto por el despido. Dijo que Schultz había sido un factor positivo en el clubhouse. “Nos mantuvo batallando”, le dijo Mincher a The Sporting News, “nos animó a través de la peor racha de derrotas”. La mayor parte del tiempo, los peloteros disfrutaban jugando para Schultz, debido a su energía y pasión. Hasta los peloteros quienes no lo veían como un verdadero manager reconocían que Schultz generaba entretenimiento y mantenía el clubhouse animado y relajado. Aunque había perdido su sueño de ser manager luego de solo una temporada, Schultz se propuso mantenerse en el beisbol. Pocas semanas después del despido, aceptó un trabajo como coach de otro equipo de expansión de la Liga Americana, los Reales de Kansas City. Schultz llevó su buen humor con él en su regreso al medio oeste para trabajar con el manager Charlie Metro. Estuvo con los Reales solo una temporada, Schultz se mudó al final del año. En 1971, se unió al cuerpo técnico de los Tigres de Detroit, donde se convirtió en coach del manager Billy Martin. Esa primavera, los Tigres se preparaban para efectuar un juego de exhibición contra los Piratas de Pittsburgh en Bradenton, Fla. Luego de retirarse como pitcher, Jim Bouton ahora trabajaba como reportero deportivo para el canal televisivo ABC y fue asignado para cubrir el juego de entrenamiento primaveral de los Tigres ese día. Ese escenario determinó el primer encuentro entre Schultz y Bouton desde la publicación de Ball Four. Bouton había buscado la reunión con ahínco, pero a Schultz no le había gustado la manera como el pitcher lo había retratado, particularmente como alguien quien constantemente pronunciaba obscenidades. Autorizado por Martin, quien no quería tener que lidiar con Bouton, Schultz abordó a su antiguo pelotero mientras este entrevistaba a los miembros de los Piratas. Schultz le dijo a Bouton con brusquedad que saliera del campo antes que los Tigres empezaran a ejercitarse previo al juego. La reacción de Schultz sorprendió a Bouton. Él sentía que había mostrado a Schultz de manera pintoresca y amigable, de ninguna manera de forma degenerada. “Joe, eras uno de mis favoritos”, dijo Bouton, tratando de razonar con su ex manager. Pero Schultz no escucharía. “Vete de aquí”, gritó Schultz. Bouton salió del campo disgustado. “Había estado esperando por mucho tiempo la oportunidad de poner a Bouton en su lugar”, le dijo Schultz a Martin, de acuerdo al Sporting News. “Me contenta que me haya dado la oportunidad de correrlo”. De muchas maneras, el incidente pareció fuera de lo común para el tipo de personalidad de Schultz, quien generalmente era muy llevadero. Pero pareció malinterpretar la manera como Bouton lo retrató en su libro. Bouton había querido mostrar a Schultz como un héroe pintoresco, pero Schultz interpretó las palabras de Bouton como una burla, una parodia. Schultz permaneció con los Tigres hasta 1973. Cuando los Tigres despidieron a Martin, nombraron a Schultz manager interino, dándole su segunda oportunidad como dirigente. En 28 juegos tuvo una respetable marca de 14-14, y recibió elogios por su trabajo con el equipo, pero los Tigres no consideraron apropiado darle el trabajo a tiempo completo. Schultz no dirigiría otra vez. Schultz se estableció en San Luis para su vida pos-beisbol, allí permaneció por el resto de sus años. En 1989, un artículo de USA Today acerca de los Cardenales de 1964 reportó a Schultz como fallecido, aunque todavía trabajaba en una compañía de suplementos ferroviarios. Cuando el narrador de los Cardenales, Jack Buck, vio a Schultz unos días después, lo saludó diciéndole: “Me alegra ver que has resucitado”. Schultz viviría siete años más, mientras vivía una vida pacífica en San Luis. Finalmente sucumbió a una falla cardíaca en enero de 1996, tenía 77 años de edad. Durante una de sus entrevistas finales, a Schultz le preguntaron por su frase favorita, “saborearr algo de Budweiser”. Su respuesta al Milwaukee Journal fue muy clásica de Schultz. “En este momento tengo una en mi mano”. Entonces Schultz discutió lo que hubiera ocurrido si los Pilotos hubieran seguido con él y lo llevaran a Milwaukee en la mudanza del equipo. Manteniendo su perspectiva, Schultz dijo: “Hubiese estado en una buena ciudad con toda esa cerveza”. ________________________________________ Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A BaseballDynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 11 de septiembre de 2018

Hace cincuenta años Ray Washburn respondió de inmediato a un juego sin imparables ni anotaciones.

San Luis 2 - San Francisco 0. 18 de septiembre de 1968 No Hitters. Rich Westcott and Allan Lewis. McFarland & Company. 2000. La carrera de Ray Clark Washburn fue alterada drásticamente por una lesión en el hombro que lo forzó a cambiar desde ser un lanzallamas hacia un pitcher que dependía fundamentalmente de su curva lenta. El espigado derecho tuvo temporadas de doble figura en triunfos cuatro veces, tres de ellas después de la lesión. Nació el 31 de mayo de 1938 en Pasco, Washington. Washburn pasó del campus de Whitworth College al Rochester de la International League en 1960. Llegó a los Cardenales de San Luis a finales de la temporada de 1961. Washburn lanzó su año final en las grandes ligas con los Rojos de Cincinnati. Totales de ligas mayores: 10 años (1961- 1970). 239 juegos. 72 victorias. 64 derrotas. Ray Washburn hizo historia cuando subió al montículo el miércoles 18 de septiembre contra los Gigantes de San Francisco, ocupantes del segundo lugar, en Candlestick Park. Los Cardenales de Washburn habían asegurado el banderín de la Liga Nacional, pero el día anterior habían recibido un juego sin imparables ni carreras de parte de Gaylord Perry. Una escasa concurrencia de 4.703 estuvo en la tribuna para ver a Washburn (12-7) enfrentar a Bob Bolin, nadie podía haber imaginado que a menos de 24 horas de la joya de Perry, habría otro juego sin imparables ni carreras. Este juego, obra de Washburn, marcó la segunda vez que se producían dos no-hitters sucesivos entre los mismos equipos. También fue el primer juego sin hits ni imparables lanzado por un pitcher de los Cardenales en 27 años. Para Washburn, de 30 años de edad, el juego representó el climax de un largo camino de regreso. Despues de ganar 12 juegos como novato, una lesión en el hombro lo limitó a solo nueve victorias en los próximos tres años, estuvo subiendo y bajando entre las ligas menores y el equipo grande. Cuando aprendió a lanzar la curva, Washburn regresó a las mayores, y logró integrar con solidez la rotación de abridores de los pájaros rojos. Contra los Gigantes, Washburn ponchó ocho, caminó a cinco, y llevó a otros 11 bateadores a la cuenta de tres bolas. Hizo 138 envíos y solo le sacaron dos pelotas del cuadro interior. Washburn empezó el juego ponchando a Bobby Bonds. Ron Hunt falló con roletazo por tercera base. Pero Willie Mays negoció boleto. Willie McCovey la rodó por la intermedia para forzar a Mays. Dick Dietz caminó con un out en el segundo inning, pero Ty Clyne bateó rodado a manos de Dick Schofield en el campo corto, este pisó segunda base y lanzó a primera para completar el dobleplay. Washburn retiró 13 bateadores en fila iniciando con ponches a Hal Lanier y Bonds en el tercer inning. Se ayudó con dos buenas jugadas defensivas en el sexto inning. Con un out, tomó el rodado adormecido de Bolin por la raya de tercera base y lanzó a primera para completar el out. Luego Bonds estrelló un linietazo en la pierna de Washburn, este tomó la pelota y lo retiró en primera. San Luis, limitado a dos imparables por Bolin en los primeros seis innings, tomó la delantera en el séptimo cuando Orlando Cepeda sencilleó luego de un out y anotó luego de pasar a segunda base mediante roletazo al cuadro, con doble de Mike Shannon. Los Cardenales volvieron a anotar en el octavo, mediante doble de Schofield, sacrificio de Washburn y sencillo de Curt Flood. Hunt abrió el séptimo inning negociando boleto. Despues de ponchar a Mays, Washburn también caminó a McCovey. Pero Jim Hart la rodó por segunda, los corredores habían salido en bateo y corrido. Dick Dietz se ponchó. En el octavo, tanto Cline como el emergente Bob Schroder fallaron con roletazos por la inicial. Washburn boleó al emergente Dave Marshall, pero retiró a Bonds con elevado a primera base para que Cepeda completara los tres outs del inning. El noveno empezó con rola fuerte de Hunt hacia Gagliano en segunda para el primer out. Mays siguió con candelazo por la antesala que Shannon tomó para completar el out en el mascotín de Cepeda. Siguió McCovey con un linietazo peligroso que se desvío hacia la zona foul del jardín derecho. Luego entregó el último out con elevado a manos de Flood en el jardín central. Se había hecho historia, aunque irónicamente, el año siguiente se duplicaría ese extraño hecho. Washburn, quien terminaría la temporada con marca de 14-8, recibió un bono de 3.000 $. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 26 de agosto de 2018.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Gaylord Perry y su juego sin hits ni carreras de hace cincuenta años.

San Francisco 1 - San Luis 0. 17 de septiembre de 1968 No Hitters. Rich Westcott and Allan Lewis. McFarland & Company. 2000. Gaylord Jackson Perry era frecuentemente acusado de lanzar la bola de saliva durante su larga y legendaria carrera como pitcher de grandes ligas. El espigado lanzador derecho nunca confirmaba ni negaba la acusación, prefería que los bateadores lo averiguaran por su cuenta. Sus detractores debieron equivocarse muchas veces porque Perry ganó 314 juegos, incluyendo cinco temporadas con más de 20 victorias, y dos premios Cy Young. El hermano menor del pitcher de grandes ligas Jim Perry, Gaylord nació el 15 de septiembre de 1938, en Williamstown, North Carolina. Su primer equipo profesional fue el St. Cloud de la Northern League en 1958. Llegó a la gran carpa en 1962 con los Gigantes de San Francisco, para quienes lanzó hasta que se fue a los Indios de Cleveland en 1972. También jugó para los Rangers de Texas, Padres de San Diego, Yanquis de Nueva York, Bravos de Atlanta, Marineros de Seattle y Reales de Kansas City, durante su prolongada carrera. Totales de grandes ligas: 22 años (1962-1983), 777 juegos, 314 victorias. 265 derrotas. Nadie esperaba ver un juego sin hits ni carreras de parte del equipo anfitrión cuando Gaylord Perry subió a la lomita el martes 17 de septiembre en Candlestick Park para enfrentar a los Cardenales de San Luis. Los Cardenales, después de todo, eran los campeones mundiales defensores, y estaban en camino a otro banderín de la Liga Nacional. Además en el montículo de los pájaros rojos estaría el implacable Bob Gibson, cuya marca para ese momento era de 21-7. Gibson era quien parecía más cercano a lanzar un juego sin hits ni carreras, lo cual alcanzó tres años después. Pero esta noche pertenecía a Perry, quien llegó con marca de 14-14 al cotejo, para los Gigantes ocupantes del segundo lugar. Con los Gigantes a 12 juegos de los Cardenales, solo había una magra multitud de 9.546. Ni Perry ni Gibson decepcionaron. Gibson permitió solo cuatro imparables y ponchó 10, solo concedió un jonrón por la izquierda en el primer inning luego de un out, ante Ron Hunt. Perry fue más severo. Mediante una poderosa recta y una sinker devastadora que los Cardenales dijeron era una bola de saliva, el derecho de 30 años de edad silenció a San Luis, no aceptó un solo imparable. Ponchó nueve y caminó a dos, solo le batearon dos elevados a los jardines y nunca le batearon con fuerza. En el primer inning, Bobby Tolan sorbió ponche, Curt Flood la rodó por el campo corto y Roger Maris entregó el tercer out con un saltarín por primera base. Perry permitió su primer corredor en el segundo inning al bolear a Mike Shannon con dos outs.. Phil Gagliano levantó elevado a segunda base para terminar el inning. Allí empezó una seguidilla de 18 bateadores retirados. Ponchó a Dal Maxvill y a Gibson para empezar el tercer inning y luego retiró a Tolan con rodado por las paradas cortas. Los Cardenales no amenazaron hasta el sexto inning cuando Maxvill conectó un rodado por el medio del diamante. Perry lo detuvo y lanzó a la inicial para completar el out, Gibson elevó al jardín central, pero Tolan estuvo a punto de embasarse al descargar un roletazo candente entre primera y segunda base. Willie McCovey se movió raudo para capturar la pelota y lanzar a primera base donde Perry tomó el disparo justo a tiempo para vencer al veloz Tolan en el salto. Perry, quien había llegado al séptimo inning sin haber permitido imparables ni anotaciones ante los Cachorros de Chicago hacía tres semanas, salió del séptimo y empezó octavo inning sin problemas. Tim McCarver vio pasar el tercer strike y Shannon elevó a segunda base para empezar el octavo inning. Perry entonces caminó a Gagliano, pero Johnny Edwards se ponchó al emerger por Maxvill. En el noveno inning, el eficiente bateador de contacto y veloz Lou Brock emergió por Gibson y conecto un rebote que pasó por encima de Perry. El campocorto Hal Lanier apuró el paso y retiró a Brock en la inicial. Luego vino el turno de Tolan y entregó el segundo out con rodado a manos de Hunt en segunda base. Entonces vino Flood al cajón de bateo, luego de conectar de foul en conteo de 1-2, miró pasar el tercer strike. Había terminado un brillante duelo de pitcheo entre dos maestros del montículo. Perry terminó con marca de 16-15. Gibson ganó el premio Cy Young y los Cardenales perdieron la Serie Mundial ante los Tigres de Detroit en siete juegos. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 08 de agosto de 2018.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Robert Marcano, el Salón de la Fama del Beisbol Venezolano y un jonrón infartante.

Hace poco anunciaron los elegidos del Salón de la Fama venezolano, Clase 2018. Además de la esperada escogencia de Omar Vizquel, apareció un nombre inesperado, no porque no tuviera méritos, sino porque el citado Salón tiene tantas deudas pendientes con otros tantos peloteros de suficientes pergaminos, que leer el nombre de Robert Marcano como nuevo inquilino sorprende gratamente. Quizás muchos aficionados del juego, principalmente de las nuevas generaciones, ignoren quien fue Marcano. Entre otras razones porque relativamente jugó poco en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Fue uno de los primeros o el primer venezolano que jugó en la liga de beisbol japonesa, donde fue a jugar desde muy joven luego de que los Angelinos de California negociaran su contrato a un equipo nipón cuando aun jugaba en la sucursal AAA. Marcano tuvo una destacada actuación en la liga japonesa, solo al final de su carrera vino a jugar con cierta regularidad con los Tiburones de La Guaira. Hay un episodio breve, indeleble, fantasmal, impactante en la carrera de Marcano en la LVBP, es probable que haya sido olvidado, sin embargo de seguro permanece en la memoria de los seguidores más apasionados del beisbol. Más adelante regresaremos para ilustrar dicho episodio. Ahora es pertinente imaginar el momento de la firma de Marcano al profesional. Tomando en cuenta las características del personaje, no cuesta mucho inferir que Pedro Padrón Panza, en sus funciones de gerente general, scout, consejero, asesor y dueño de los Tiburones de La Guaira, en uno de sus tantos viajes por el interior del país, recaló en la localidad de El Clavo, en la zona oriental del estado Miranda. Allí observó con interés el desempeño de un mozalbete que cubría la tercera almohadilla. Sin embargo, lo que más impresionó a Padrón fue el potencial que mostró al esgrimir el madero, por cuanto es bien sabido la carga ofensiva que se le exige a un tercera base para ganarse la regularidad en cualquier beisbol. Firmó para jugar en el beisbol organizado con la organizaci{on de los Indios de Cleveland, luego pasaría a los Angelinos de California. Marcano fue un jugador casi esporádico con los Tiburones de La Guaira, apenas si participó en más de 40 juegos en tres (1971-72, 1973-74 y 1974-75) de sus 12 temporadas con los Tiburones, todas antes de emigrar al beisbol japonés. La mejor fue la de 1973-74, cuando apareció en 52 desafíos, consumió 199 VB, anotó 28 carreras, empujó 17, 61 imparables, 12 dobles, 5 triples, 2 jonrones, 14 boletos, 30 ponches, 4 bases robadas, su promedio de bateo fue .307. En 13 temporadas y 378 juegos bateó para .251, con 308 imparables, 49 dobles, 14 triples, 16 jonrones, 133 carreras empujadas y 143 anotadas. A medida que pasaron los años desde su establecimiento en el beisbol japonés, cada vez se enfundó menos en el uniforme de La Guaira Su última temporada en LVBP, coincidió con el penúltimo título alcanzado por los Tiburones en la temporada 1984-85, al vencer a los Tigres de Aragua por barrida en la serie final. Entonces apenas jugó en 15 encuentros, prácticamente un jugador de reserva o bateador emergente ocasional, en medio de la ebullición de aquella pléyade de peloteros llamada “La Guerrilla”. Participó como segunda base en la serie final de la temporada 1976-77 que La Guaira perdió en seis juegos ante Magallanes. Entonces bateó para .182 con 4 sencillos y un doble. Cuando La Guaira parecía destinado a ser un eterno perdedor de la semifinal, luego de perder tres veces seguidas en esa instancia (1979-80, 1980-81 y 1981-82) logró acceder a la final 1982-83 para vencer a los Leones del Caracas en seis encuentros. En esa serie, Marcano actuó en cuatro juegos como antesalista y bateó para .250, 3 sencillos, doble, jonrón, 2 carreras anotadas, 3 empujadas, 1 boleto. Su actuación en semifinales fue mucho más extensa, desde 1971 hasta 1985 apareció al menos en diez series, sin incluir la de la temporada 1973-74 cuando se suspendió la temporada luego de la ronda regular por una huelga de peloteros. Ese año también fue el mejor tercera base defensivo de LVBP, donde también actuaron antesalistas como Dámaso Blanco, Doug DeCinces, César Gutiérrez. Su mejor actuación en una semifinal ocurrió en la temporada 1977-78, La Guaira enfrentó a las Águilas del Zulia y perdió en seis encuentros. Marcano bateó para .286, con 2 jonrones, 2 carreras empujadas y 4 anotadas. Durante un juego de la serie semifinal entre los Tigres de Aragua y los Tiburones de La Guaira en enero de 1975, el narrador de Venezolana de Televisión se atragantó al leer la noticia. El equipo de Salt Lake City, sucursal AAA de los Angelinos de California había negociado al tercera base Robert Marcano a un equipo japonés. Marcano venía de dos temporadas con 14 y 12 jonrones y 91 y 71 carreras empujadas ¿Por qué el gerente general de los Angelinos había decidido realizar aquel cambio? ¿Tenían tanta profundidad en el equipo grande para esa posición? ¿O en AA o en Clase A? ¿O simplemente no veían en Marcano a un pelotero que se estableciera en las mayores? Quizás se pudiese encontrar alguna explicación en los 25 errores cometidos en tercera base en la temporada de 1973, por lo cual jugó la mayor parte de los juegos en los jardines en 1974. Marcano viajó a Japón, se convirtió en el primer venezolano que participaba en el beisbol japonés y empezó a jugar con los Bravos de Hankyu, paulatinamente se adaptó a la cultura japonesa y a la manera como los nipones juegan el beisbol. Pronto empezó a destacar como segunda base y su madero se hizo respetar hasta el punto de ser clave en la conquista de los tres primeros títulos de la divisa en la Serie de Japón, también ganaron cuatro veces el título de la Liga del Pacífico. Ganó cuatro veces el guante de oro, otras cuatro veces fue elegido como el segunda base del equipo ideal de la temporada regular. En 1978 fue el primer pelotero latinoamericano en ganar un liderato de carreras empujadas con 94. Jugó 11 temporadas, 8 con Bravos de Hankyu y tres con Golondrinas de Yakult. Participó en 1.313 juegos, con promedio de .287 y 232 jonrones. De acuerdo a Wayne Graczyk, un veterano columnista del diario Japan Times que ha estado cubriendo la acción de la NPB desde que Marcano debutó en la liga, el nativo de El Clavo está entre los mejores 25 extranjeros que han jugado en Japón y entre los tres mejores camareros junto a Bobby Rose y John Sipin. El episodio breve y fantasmal está relacionado con el tercer juego de la serie semifinal entre los Leones del Caracas y los Tiburones de La Guaira de la temporada 1970-71. Aquel 23 de enero, los guairistas habían ganado los primeros dos juegos de una serie pautada a cinco desafíos. En el cierre del noveno episodio los Leones vencían a los Tiburones 10-9. Parecía que habría cuarto juego. Sin embargo los escualos embasaron dos corredores y el manager Graciano Ravelo trajo de emergente a Robert Marcano por el pitcher Hector Urbano. A continuación el novato de los Tiburones descifró un envío quebrado de Luis Tiant y desapareció la pelota en las gradas del jardín izquierdo para dejar en el terreno al Caracas y de paso clasificar para la serie final. Uno de los momentos más cardíacos de la Liga Venezolana de Beisbol profesional. Casi diez meses después, el 14 de noviembre de 1971, Tiant subía de nuevo al montículo del estadio de la UCV, esta vez enfundado en el uniforme de La Guaira, entonces consumó su dulce venganza al lanzar un juego sin hits ni carreras ante su antiguo equipo, los venció 3-0. En la tercera base jugaba Robert Marcano, en esta ocasión también voló la cerca, esta vez para respaldar la joya de pitcheo de Tiant. Robert Marcano Cherubini nació en El Clavo, estado Miranda, Venezuela, el 7 de junio de 1951. Luego de retirarse como jugador activo en Japón, se desempeñó como buscador de talento y traductor con los Gigantes de Yomiuri, donde fue traductor de su coterráneo Luis Mercedes Sanchez. Los Tiburones de La Guaira retiraron su número 15 en tributo a sus méritos deportivos. Falleció un 13 de noviembre de 1990 en Baruta, estado Miranda. Alfonso L. Tusa C. 27 de agosto de 2018. ©

lunes, 6 de agosto de 2018

Documentos arrojan Luz sobre la Vida y Muerte de Thurman Munson

David Waldstein. The New York Times. 01 de agosto de 2018. La angustia aun flota en las páginas de la declaración, la cual ahora tiene casi 40 años de edad. En ella, un testigo llamado David Hall duda mientras testifica, y un abogado pregunta si necesita un receso. Hall dice que no y continúa. Para cuando termina, ha suministrado un recuento devastador de los momentos finales de la vida de Thurman Munson, el catcher de los Yanquis quien falleciera a la edad de 32 años cuando la avioneta que pilotaba se estrelló antes de llegar a la pista de aterrizaje del Akron-Canton Airport de Ohio el 2 de agosto de 1979. Hall estaba en la avioneta cuando esta se precipitó al suelo. En la declaración, él describe como inmediatamente después del impacto, Munson yace inmóvil, su cabeza volteó hacia los lados y se golpeó contra el panel de instrumentos. El cuello de Munson está doblado, se ha roto con la intensidad del impacto. Su cuerpo estaba paralizado. Aún así, testifica Hall, Munson le preguntó a él y a Jerry Anderson, el otro pasajero, si se encontraban bien. Y entonces, testificó Hall, las llamas empezaron a envolver el fuselaje de la avioneta Cessna Citation, y Munson murmuró, “Extintor de fuego”. Lo que siguió, dijo Hall, fueron las palabras finales pronunciadas por Munson, el corajudo capitán del equipo. “Ayúdame Dave”, dijo él. Hall y Anderson lo intentaron. Trataron de levantar el cuerpo inmovilizado de Munson desde su asiento, para liberarlo de los hierros retorcidos, pero no pudieron. Y a medida que el humo y las llamas invadieron la cabina, Hall, un instructor de vuelo que previamente había enseñado a Munson a volar aviones de helice, y Anderson, un amigo y socio de negocios de Munson, no tuvieron otra alternativa que escapar del lugar. Se ha escrito mucho a través de los años acerca de la muerte de Munson aquel día de agosto, pero hasta ahora las declaraciones que se hicieron en dos demandas que fueron realizadas después del accidente habían permanecido guardadas, ajenas al conocimiento público. Una de las demandas, efectuada por los Yanquis, fue despreciada antes de ir a juicio. La otra, introducida por la viuda de Munson, Diana, fue a juicio, pero el caso fue rápidamente resuelto luego de algun testimonio inicial. Las declaraciones proveen una especie de historia oral de la vida y muerte de Munson. Fueron conocidas este verano como resultado de los esfuerzos de Allan Blutstein, un abogado quien creció en Long Island como devoto seguidor de Munson y ha hecho carrera profesional de las acciones de Freedom-of-Information, incluyendo los recientes y controversiales documentos que involucran a los empleados de la Environmental Protection Agency. Blutstein no necesitó hacer un documento de Freedom-of-Information para obtener las declaraciones del caso Munson. Simplemente fue diligente y gastó algún dinero. Despues de adquirir los documentos, los puso a la disposición de The New York Times. Las declaraciones, que incluyen testimonios de Yanquis notables como Reggie Jackson, Billy Martin y Craig Nettles, no contradicen la narrativa básica de la muerte de Munson, que fue un atleta destacado que empezó a efectuar vuelos menos de dos años antes, en parte para ir a su hogar de Ohio para ver a su familia en los días libres, y que murió mientras practicaba despegues y aterrizajes en el aeropuerto. Pero lo que las declaraciones proveen es una faceta reveladora de Munson, quien a veces era un gruñón pero siempre fue la piedra angular de un gran equipo de los Yanquis que había ganado las dos Series Mundiales previas en medio de las distracciones generadas por Jackson y Martin y George Steinbrenner, el impredecible dueño del equipo. Era Munson quien continuamente jugaba a un nivel alto sin crear controversias. Y fue Munson, de acuerdo a las declaraciones, quien era leal y terco, feroz e inocente. “Thurman tenía una rutina”, dijo Gene Monahan, masajista de los Yanquis por mucho tiempo, en su declaración del 29 de mayo de 1981. “Solía llegar al estadio y disfrutar dos galletas y un vaso de leche”. Dos meses antes de la declaración de Monahan, Jackson, la co-estrella y rival de Munson, y entonces, eventualmente su amigo, testificó que Munson se había desconectado del deporte que practicaba y del tiempo que pasaba lejos de su esposa e hijos”. “Estaba más interesado en volar esa avioneta que en jugar beisbol”, testificó Jackson. Martin, en su declaración, dijo que estaba preocupado, como manager del equipo, de que Munson se estuviera desgastando al volar entre juegos. “Siempre le decía, ‘No me gusta verte volar durante la temporada’ “, testificó Martin. En su declaración, a Diana Munson le preguntaron si su esposo tomaba pastillas, cuando jugaba, en referencia a las anfetaminas que tomaban muchos peloteros en las décadas previas a las pruebas de drogas, dada la energía que estas proveían. Ella dijo que él las había tomado, pero agregó que pensaba que él había dejado de hacerlo cuando empezó a volar. “Como piloto, él sabía que no podía ingerir esas cosas”, testificó ella. “Así que después que empezó a volar. Nunca me preocupé de nuevo por las pastillas”. Todos los que declararon, lo hicieron para dos demandas concurrentes, lo cual significaba que solo tenían que testificar una vez. La demanda introducida por los Yanquis buscaba reembolso por el resto del dinero del contrato de Munson. La demanda introducida por Diana Munson buscaba 42 millones de dólares por daños. Ambas demandas apuntaban a Cessna y FlightSafety International, la escuela donde Munson aprendió a volar, y se convirtió de acuerdo a muchos en un piloto muy bueno. En su demanda, Diana Munson reclamaba que Cessna presionó a Munson para que comprara la avioneta bimotor de 1.2 millones de $ que se estrelló, antes que él estuviera listo para manejar esa poderosa máquina. También reclamó que su esposo no fue entrenado apropiadamente por FlightSafety International. Una vez que su demanda fue a los tribunales, en mayo de 1984, el caso fue resuelto en cuestión de días y los términos no se informaron. James Wiles, uno de los abogados de FlightSafety International para la época, aun mantiene que no hubo responsabilidad de parte de ambas compañías en la muerte de Munson. Pero un juicio, dijo él, era muy riesgoso. “No vas a ir al noreste de Ohio, donde él era probablemente el atleta más famoso en ese momento, para actuar en contra de su viuda e hijos”, dijo Wiles, ahora de 73 años de edad, en una entrevista telefónica reciente. “No vas a hacer eso”. Wiles, quien estuvo presente en todas las declaraciones, recordó que Martin fue cooperativo y práctico en su testimonio. Dijo que Jackson fue notablemente profano pero que su transcripción había sido filtrada. El testimonio de Hall acerca de los momentos finales de Munson, tomado el 19 de mayo de 1980, ocasionó varias lágrimas, dijo Wiles, otros momentos fueron menos emocionales. Dijo que cuando Yogi Berra testificó, él puso una caja de 24 pelotas de beisbol frente a Berra y le pidió que las firmara. Berra, quien era coach de los Yanquis cuando Munson falleció, accedió, pero en algún momento preguntó si Wiles estaba autorizado para hacer tal demanda. “Esa es mi declaración”, dijo Wiles que le dijo a Berra. Buena parte del testimonio de las figuras de los Yanquis se centró en el estado físico y mental de Munson en el momento del accidente. Martin testificó que Munson era el mejor catcher del beisbol, mejor hasta que Johnny Bench, tan inteligente que era el único cátcher a quien le había permitido hacer señas de lanzamiento afuera. Pero Martin también reconoció que Munson, quien jugó 11 años en las grandes ligas, se estaba desgastando por los rigores de su posición, y que requería más tiempo en primera base, los jardines y bateador designado para aliviar la presión en sus piernas y rodillas. Munson había empezado a volar en el entrenamiento primaveral de 1978, y rápidamente se hizo devoto de eso. Hay testimonio de que Munson pasaba mucho de su tiempo libre leyendo manuales de vuelo y libros instructivos, hasta en el clubhouse de los Yanquis antes de los juegos. Y Martin y Jackson testificaron que Steinbrenner, quien no prestó declaración, había extendido un permiso especial a Munson para que volara entre ciudades durante la temporada, separado del equipo. “Tenía un trato especial con Steinbrenner”, dijo Jackson en su testimonio. “Thurman era el Yanqui más especial cuando estuvo ahí. Podía hacer lo que quisiera”. Jackson y Martin fueron pasajeros en vuelos pilotados por Munson, así como Nettles. Nettles y Jackson volaron con Munson desde Seattle hasta Anaheim, Calif., después de un juego el 12 de julio de 1979. Tres días después, Martin voló con Munson desde Anaheim hasta Kansas City, Mo., por la vía de Albuquerque. Jackson y Nettles refirieron como, en su vuelo, las máscaras de oxígeno se desprendieron después de un ruido profundo. Dijeron que Munson permaneció calmado y aterrizó la avioneta sin incidentes. Martin describió un chispazo de llamas en uno de los motores. Ninguna de esas referencias fue relacionada con la causa del accidente. En vez de eso, la falla fue atribuida a un error del piloto, de acuerdo a la investigación de la National Transportation Safety Board. Fue determinado que Munson estaba fatigado ese día, no hizo apropiadamente la lista de revisión y no ajustó su cinturón de seguridad. Charles Berry, un cirujano de Air Force y oficial médico de la NASA por 14 años, testificó en su declaración que “el error del piloto generado por fatiga y sobretensión” fue la causa y especuló que el dolor en la rodilla podría haber causado que Munson durmiese inapropiadamente la noche anterior. En el movimiento final, Munson nunca bajó los alerones, los cuales permiten a los aviones volar a velocidades menores, y que los motores se estanquen. La avioneta se estrelló a unos 870 pies de la pista de aterrizaje a las 4:02 p.m. y entonces golpeó el tocón de un árbol Hall y Anderson, quien también era piloto, habían volado con Munson ese día aciago solo porque se lo habían encontrado en el aeropuerto. Testificaron ambos en el juicio de 1984 antes que se resolviera el caso. En cuanto a Blutstein, su ruta hacia los documentos empezó en abril camino a buscar a su hija, estudiante de la University of Michigan. Al manejar a través de Ohio desde su hogar en el area de Washington, D.C., impulsivamente se desvió hacia el lugar de la tumba de Munson en Canton y dejó una gorra de los Yanquis sobre la lápida. “Pasé un buen rato allí”, dijo él, “y empecé a pensar en lo que ocurrió. Sabía de la demanda. Pensé que ella podría darme algunas respuestas a las preguntas que me había hecho buena parte de mi vida”. Luego de regresar a casa, Blutstein empezó a buscar información en los casos de las décadas pasadas, y su trabajo de traer otros documentos a la luz se hizo una tarea rutinaria para él, pero una que consumía tiempo y costosa. Dijo que gastó más de 1.000 $ en tarifas y numerosas horas de llenar formatos de aplicación e investigar. De los 21 archivos de Munson que solicitó, cuatro estaban perdidos, incluyendo el de Anderson. Los que fueron unicados, dijo él, habían sido guardados en un almacén de Chicago. Ha organizado su búsqueda y la publicó en una página de Facebook para aficionados de Munson que todos pueden ver, al imaginar que otros pueden querer la misma información que él buscó. Se impresionó con mucho de lo que encontró, especialmente el testimonio de Monahan, el masajista, quien tenía una cercana amistad con Munson en el estadio. Monahan testificó que al enterarse de la muerte de Munson, fue a un Yankee Stadium vacío y se sentó frente al casillero de Munson por cerca de cinco horas, casi destrozado. Curiosamente, testificó que lanzó a la papelera los informes médicos de Munson. Monahan no respondió a una solicitud de entrevista, tampoco Diana Munson. Hall y Anderson declinaron ser entrevistados. De acuerdo a la declaración de Nettles, la muerte de Munson significó despedirse de cualquier oportunidad en la temporada. Para el momento del accidente, los Yanquis estaban a 14 juegos del primer lugar en el este de la Liga Americana. Era virtualmente el mismo déficit que habían superado el año anterior, un una de las remontadas más notables de la historia del beisbol. Eso no ocurriría de nuevo. “Cuando Thurman falleció, lo perdimos todo, toda la temporada estaba perdida”, declaró Nettles. “Notamos que no podríamos hacerlo, y eso desmoralizó a muchos de nosotros”, De todo lo que leyó, Blutstein dijo que estaba particularmente impactado por el testimonio de Hall al contar el accidente y las últimas palabras de Munson. De muchacho, dijo, a menudo se había preguntado como Hall y Anderson pudieron haber escapado de la avioneta sin salvar a su héroe. Pero después de leer las declaraciones, dijo que contactó a Anderson para disculparse por tener tales sentimientos. Dijo que también llamó a Diana Munson para disculparse por el hecho de que descubrir las declaraciones inevitablemente ocasionaría memorias dolorosas. No obtuvo respuesta de ella. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 04 de agosto de 2018.