martes, 19 de julio de 2016
Chet Lemon recuerda su carrera de Grande Liga.
Brett Balantini, Baseball Digest. Enero-Febrero 2005.
El viaje de 16 años del antiguo jardinero central de los Medias Blancas de Chicago y los Tigres de Detroit produjo una marca defensiva, temporadas productivas con el bate y un título de Serie Mundial en 1984.
Una lección de lo que no se debe hacer empujó a uno de los peloteros defensivos más agresivos del juego hacia los amplios confines del jardín central.
Era el 9 de septiembre de 1975 cuando Chet Lemon un jovencito de 20 años de edadefectuó su primer juego en las Grandes Ligas en tercera base. Estaba impresionado con Comiskey Park, el estadio que lo rodeaba mientras tomaba su posición para los Medias Blancas de Chicago. Mientras crecía en Los Angeles, el había estado en Dodger Stadium incontables veces para ver a héroes como Willie Mays llegar a la ciudad, pero estar en un campo de Grandes Ligas…no había nada como eso.
Lemon estaba tan emocionado, que cortó una pelota que iba de frente al campocorto, la joven estrella Bucky Dent, y casi choca con el segunda base de los Medias Blancas, Jorge Orta, trasladando su trabajo al lado derecho del infield.
No hacía falta un genio para ver que él no podía dar lo mejor de si en el infield.
“Despues del juego, (el manager de los Medias Blancas) Chuck Tanner sonrió y puso su brazo en mis hombros”, dice Lemon con una sonrisa. “Subimos las escaleras del dugout y él señaló hacia el jardín central”. Comiskey Park era inmenso a finales de los años ’70, se extendía 445 pies derecho hasta la cerca. “¿Ves allá, Chet?” Puedes tener todo el espacio del mundo para correr. Nadie se va a atravesar en tu camino allá afuera”.
Despues de una carrera desempeñándose en la esquina caliente, Lemon necesitaba más espacio para moverse, así nació un jardinero central. Y que fildeador fue.
Menos de dos temporadas después, en 1977, Lemon le había dado buen uso a sus alegres pies al establecer una marca para la Liga Americana con 524 lances para un jardinero y 512 outs. (La marca de outs rompió el registro de Dom DiMaggio de 503 establecido 29 años atrás, y ambas marcas todavía están vigentes en la Liga Americana). De hecho, al final de su carrera, Lemon registró cinco temporadas con al menos 400 outs, incluyendo tres seguidas (1983-85) con los Tigres de Detroit, ningún pelotero de la Liga Americana tiene más.
Lemon fue un pelotero agresivo, sin miedo, marcado por sus curiosos deslizamientos de cabeza en primera base. Pero al campo no era simple velocidad o agresividad lo que alimentaba el éxito de Lemon, sino estudio cuidadoso.
“Me tomaba mi tiempo para estudiar los distintos estadios y bateadores”, dice Lemon. “Descifraba las señas del catcher, nadie me las daba, yo las tomaba por mi cuenta. De esa manera, siempre me estaba moviendo, basado en el pitcheo que era pedido y las tendencias del bateador”.
El equipo de Chicago al cual Lemon se unió en septiembre de 1975 terminó en quinto lugar del oeste de la Liga Americana; la primera temporada completa de Lemon, 1976, fue aun peor, el equipo terminó en último lugar con marca de 64-97. Fue un impacto total cuando los Medias Blancas de 1977 se convirtieron en los paleadores del South Side para ocupar el primer lugar hasta agosto antes de ceder frente a los encendidos Reales de Kansas City.
“Nunca pensamos que lo que hacíamos era extraño o inesperado”, dice Lemon de su primera experiencia en un contendor. “Solo era asunto de un grupo de tipos unidos por una misma unidad mental: No nos preocupaba el individuo, sino el equipo”.
Mientras 1977 puede haber sido la llegada de Lemon a la fiesta en el aspecto defensivo, su bate pronto mostró chispazos, también. Tuvo su temporada ofensiva más fuerte en 1979, cuando terminó noveno en promedio al bate (.318) y en porcentaje de embasado (,391) en la Liga Americana y lideró la liga en dobles con 44. Al jugar junto a veteranos como los compañeros de los jardines Ralph Garr y Richie Zisk, Lemon hizo un rápido estudio de las altas y bajas de las mayores.
Lemon aprendió bien, a pesar del reto de llegar tan joven a las mayores. A la edad de 23 años en 1978, Lemon participó en su primer Juego de Estrellas. Y nada menos que el compañero (y una vez fenómeno) Bobby Bonds le dedicó elogios.
“Mi meta siempre fue ser un jugador franquicia, pero Bobby fue el primero quien de verdad empezó a reconocerme como uno de los mejores jardineros central del beisbol”, dice Lemon. “Él dijo que yo era tan bueno como cualquiera que él hubiese visto, y para un hombre quien jugó con uno de mis héroes, Willie Mays, eso es un gran elogio”.
Para 1981, el pelotero más popular de Chicago acordó los términos que lo convertirían en el miembro mejor pagado del equipo, cuando el grupo de Jerry Reinsdorf compró los Medias Blancas a Bill Veeck. Pero el desastre se hizo presente de alguna manera, cuando el sorpresivo agente libre Carlton Fisk se unió a los Medias Blancas por más dinero que Lemon.
Lemon admite hoy que fue inmadurez lo que le afectó cuando perdió la supremacía como mejor pagado. “Como un tipo joven, no vi eso como una oportunidad, que Carlton Fisk nos ayudaría a conseguir más victorias” dice Lemon de si cuando tenía 25 años de edad. “Vi eso como un insulto. Todavía estaba madurando. Dije, ‘Les enseñaré, me haré agente libre’. Pero estaba asustado, Chicago era todo lo que conocía. Ese era mi hogar. Y me gustaban los aficionados quienes siempre me apoyaban y animaban”.
El disgusto de Lemon por la llegada de Carlton Fisk a los Medias Blancas fue el detonante. Él siguió reclamando a través de la temporada de la huelga de 1981 y fue negociado el día de Acción de Gracias a los Tigres por Steve Kemp.
Kemp solo jugaría una temporada con los Medias Blancas, mientras el tren que corría hacia el este representó un botín más valioso para Detroit. El cambio, al principio impopular en la ciudad del motor, resultó ser el mejor movimiento para Lemon.
“Todos éramos casi de la misma edad en Detroit”, dice Lemon, “pero todos, Lou Whitaker, Alan Trammell, Jack Morris, Lance Parrish, Kirk Gibson, habíamos estado jugando por mucho tiempo en las Grandes Ligas. Éramos muy competitivos y hambrientos, un equipo lleno de líderes”.
De hecho, Lemon y Morris, ambos de 27 años al momento del cambio, calificaron como los mayores entre el grupo de estrellas. Para 1983, Detroit se había convertido en un casi ganador de la división, al ganar 92 juegos y terminar en segundo lugar de la división este de la Liga Americana. Solo había un problema: los Medias Blancas.
“¡Salí de Chicago y entonces los Medias Blancas ganaron!”, Lemon exclama sobre la mejor marca de las mayores, los Medias Blancas de 1983, 99 triunfos. “Me dije, ‘¿Qué hice!?”
La angustia de Lemon fue corta, los Medias Blancas fueron vencidos por los Orioles de Baltimore quienes ganaron la serie Mundial de 1983. Los Tigres sabían que si los Orioles eran lo mejor que el beisbol podía ofrecer, su momento estaba próximo: Detroit había vencido a Baltimore en ocho de trece juegos en 1983.
De hecho los Tigres manejaron a Baltimore, y el resto de la Liga Americana, en 1984, a un ritmo de 16 triunfos en sus primeros 17 juegos y un inimaginable comienzo de 35-5. Si para finales de mayo, Detroit había acumulado tal colchón que podían haber jugado para .500 el resto del camino y aún tener una temporada de 96 victorias.
Dice Lemon del recordado 1984: “Fue increíble. Éramos como estrellas de rock. Equipos que no llenaban sus estadios aunque los boletos fueran gratis, tenían concurrencias de 30.000 aficionados cuando jugábamos contra ellos”.
Pero la gran ventaja de los bengalíes también representaba un peligro: Había grandes expectativas, y mucha presión para que Detroit lo ganara todo. Los aficionados sintieron rápidamente que cualquier cosa menor a un título mundial convertiría a la temporada en un fracaso.
“Eso se convirtió en nuestro lema: ‘Los elementos de la sorpresa nunca sacaran lo mejor de nosotros’”, dice Lemon. “Sabíamos que por más bueno que había sido nuestro arranque, no podíamos dar nada por sentado”.
Detroit no lo hizo, al terminar con 15 juegos de ventaja en el este, con marca de 104-58. El equipo lideró la Liga Americana en carreras por juego (5.12), y pitcheo (3.97 de efectividad colectiva).
“Los Invencibles” navegaron la postemporada, barrieron a los Reales en tres juegos y derrotaron en cinco juegos a los Padres de San Diego en la Serie Mundial. “Al avanzar estábamos un poco asustados”, dice Lemon de la presión por ganar. “Nadie recuerda quién estuvo ahí, solo recuerdan al ganador”.
De la manera como resultó, ganar la Serie Mundial, Lemon dice, “Fue el sentimiento más grande, un alivio”.
A pesar de tener jóvenes estrellas, formadas en su sistema de granjas, en cada posición, fue el cambio de los Tigres por Lemon lo que la mayoría vio como la pieza final del rompecabezas del campeonato. La cosa más grande que le podía ocurrir a Lemon fue la cosa más grande que le pudo haber ocurrido a los Tigres.
“La adquisición de Chester fue tan importante para el desarrollo de ese equipo y su consecuente éxito, como cualquier otra cosa”, dice el narrador de los Tigres, Ernie Harwell. “Un gran jardinero central es usualmente el aglutinante de un gran equipo, Él le llegaba a todo allá afuera. Era como si tuviéramos un jardinero izquierdo y otro derecho adicionales, porque él podía cubrir mucho terreno”.
“Todo se completó de verdad cuando llegó Chet”.
Lemon se ríe con la caracterización de Harwell acerca de su defensiva. “Me había hecho tan bueno en anticipar hacia donde sería bateada la pelota, que el jardinero izquierdo, Larry Herndon, y el derecho, Kirk Gibson, empezaban a gritarme si no me movía antes del pitcheo, para que los ayudara a posicionarse”.
Aún como uno de los estudiantes más astutos del beisbol, a Lemon le tomó unos años darse cuenta de lo que él y los Tigres habían logrado con su título de Serie Mundial. “Muchos peloteros quienes han jugado el juego lo darían todo, los jugador mas valioso y otros premios individuales, por ganar una Serie Mundial. No hay nada más grande que un hombre pueda lograr en el beisbol que ganarlo todo”.
Lemon no fue exactamente un caballo de hierro (promedió 135 juegos temporada en sus 14 campañas completas), pero participó en 1988 juegos de Grandes Ligas. Y mientras su carrera no fue exactamente de Salón de la Fama como la de sus compañeros de equipo en la niñez, Ozzie Smith y Eddie Murray, Lemon compartió un camino al estrellato y una carrera longeva con el par.
Lemon sabía de donde venía ese camino, del miedo a fallar.
“Fui un niño del ghetto, de Watts, y nunca quise volver atrás”, dice Lemon. “Tuve una oportunidad, y muchos amigos estaban pujando duro para que yo llegara a las mayores. No podía desilusionarlos. No era suficiente con solo llegar a las Grandes Ligas. Tenía que destacar. Eddie y Ozzie crecieron jugando conmigo, y todos nosotros queríamos salir del hueco. El beisbol era nuestra salida”.
Llegó con un poco de sorpresa entonces, que a la relativa joven edad de 36 años, el veterano terminó su carrera. Pero el resto de la historia salió a flote en el primer año de retiro de Lemon cuando un dolor crónico estomacal forzó a la estrella a entrar y salir de los hospitales.
Las respuestas eran vagas, pero después de varias pruebas y viajes, un doctor ordenó un ultrasonido. La afección de Lemon, policitemia vera, esencialmente una sobreproducción de glóbulos rojos que hace más viscosa la sangre, fue finalmente diagnosticada.
“Eso es descubierto usualmente durante la autopsia”, dice Lemon, “Nunca me quejé mucho de eso, así que cuando mi dolor siguió empeorando, las personas supieron que algo andaba muy mal”.
Diagnosticar el problema fue casi peor que no conocer las respuestas, porque el seguimiento de la enfermedad de Lemon era complicado. Para tener alguna esperanza de supervivencia los médicos necesitaban emplear una especie de drenador para limpiar el flujo sanguíneo de Lemon, solo esa sustancia limpiaría la sangre insana, la sana y los tejidos.
“Tenía miedo de no despertar, al saber que había tan poca oportunidad de sobrevivir”, dice Lemon de la cirugía. “Aún con todos los medicamentos y la anestesia, me llevó varias horas quedarme dormido, porque no quería que fuese la última vez que cerrara mis ojos”.
La cirugía fue exitosa y aunque Lemon ha tenido que pasar por otras dos operaciones igualmente críticas desde entonces, incluyendo la más reciente, cuando los médicos le removieron su bazo, él mantiene su buen humor.
“Te sientes más agradecido por cada pequeña cosa”, dice Lemon. “Al ser un grande liga, estás blindado, puedes hacer todo lo que quieras. Despues de esto. Me he hecho más humilde. He tenido que convertirme en más sociable y desarrollar relaciones con muchas otras personas”.
“La vida puede ser solitaria si solo quieres refugiarte. Esto me ha forzado a abrirme y ser un persona diferente”.
Una de las cosas a las que Lemon se ha abierto desde su retiro ha sido a ser entrenador. Al haber sido siempre un pelotero analítico, Lemon ha tenido éxito a nivel de la escuela secundaria y la Amateur Athletic Union.
En la actualidad está en Sanford, Florida entrenando a Chet Lemon’s Juice un equipo de beisbol para jugadores de 18 y por debajo de 18 años que ha ganado cinco años seguidos el título de la Florida AAU.
El roster incluye al hijo de Lemon, el campocorto Marcus, quien es uno de los principales jugadores amateur del país.
En este punto, viviendo de muchas maneras un “bono” de tiempo, Lemon no descarta cualquier cosa, aún regresar a las mayores como coach.
“Siempre fui un estudioso del juego. Me gustaría regresar y hacer algo en Chicago, si se presentara la oportunidad”, dice Lemon. “(El gerente general de los Medias Blancas) Kenny Williams, uno de mis antiguos compañeros de equipo, y (el consejero ejecutivo de los Medias blancas) Roland Hemmond, quien era como mi papá cuando llegué a los Medias Blancas como un muchacho intenso, fueron a verme cuando estuve enfermo. Tal vez un día les haga una llamada”.
Los Medias Blancas de seguro no querrán que su tercera base se mueva hacia segunda base o se lance de cabeza en primera base, pero Lemon tiene más de una lección valiosa que compartir”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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