domingo, 13 de enero de 2019
Esquina de las Barajitas: 1988. Topps. Joe Niekro.
Bruce Markusen
Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
En 1988, Joe Niekro apareció por vez final en una barajita Topps. Aunque la fotografía no obviamente no fue tomada en un juego, aun así aporta el sabor del movimiento de Niekro, y su intensidad.
Basados en el número de asientos vacíos del entorno, la foto debió ser tomada mucho antes del juego. Niekro todavía usaba su camiseta de calentamiento; su equipo, los Mellizos de Minnesota, usaban camiseta a rayas como parte de su uniforme de visitador, no la indumentaria negra que aparece allí. El estadio que puede o no ser el Coliseo de Oakland ( a menudo el lugar de la fotografía de Topps). Aparece tan completamente vacío que probablemente la foto haya sido tomada varias horas antes del inicio del juego, o quizás haya sido en un día libre. Al mostrar el brazo derecho completamente extendido hacia adelante, podemos imaginar que Niekro ha terminado de lanzar uno de sus emblemáticos pitcheos de nudillos, un envío que aprendió luego que empezara su carrera en las grandes ligas.
Quizás lo que más llama la atención en esta barajita es la expresión facial de Niekro. Parece estar mordiéndose el labio, una muestra del esfuerzo y seriedad que le imprimía a su trabajo, aunque fuese una sesión de calentamiento en un día cuando probablemente no jugaría.
Recuerdo mucho la intensidad y el profesionalismo de Niekro, cuando pienso en un campamento de fantasía que el Salón de la Fama solía realizar a inicios de la década de 2000. El campamento se efectuó desde 2004 hasta 2008 y contaba no solo con un grupo de inquilinos del Salón de la Fama, sino con otras estrellas retiradas del juego. Niekro participó en ese campamento de fantasía en 2006, al cual también asistió su hermano Phil, miembro del Salón de la Fama. Una tarde sabatina de aquel octubre, Joe Niekro lanzó los innings finales de los dos juegos de una doble cartelera. Fue un destacado despliegue de resistencia para un hombre quien tenía 61 años de edad, pero parecía estar en excelente forma. Nadie imaginaba que más adelante ese mes, Joe Niekro se marcharía, víctima de una condición que le dio pocas señales de advertencia.
Luego de pitchear en el doblejuego ese día en Cooperstown, Niekro y su hermano participaron en un programa especial en el Salón de la Fama y el Museum’s Grandstand Theater. También participaron otros jugadores del campamento, contado historias y respondiendo preguntas de la audiencia. Como muchos en ese panel, los hermanos Niekro deleitaron a la audiencia esa noche. En particular, Joe Niekro sobresalió por ser llevadero, divertido y genuino.
El tema de los comentarios de Joe involucraba el cariño sincero y admiración por su hermano inquilino del Salón de la Fama. Esa noche, aprendí cuan cercanos eran Joe y Phil, y noté de cerca una completa falta de celos de parte de Joe hacia su más famoso hermano. No había rivalidad entre hermanos. Todo lo contrario, Joe transpirana respeto y amor por el hermano mayor, uno que era un pitcher del Salón de la Fama. Las sentidas declaraciones de Joe casi hicieron llorar a algunos miembros de la audiencia, algo impensable en una noche llena de chistes y risas.
Joe también habló de su hijo, Lance, un primera base de grandes ligas para ese momento. Lance había hecho el equipo con los Gigantes de San Francisco solo tres años antes. Decir que Joe tenía una mirada de orgullo hacia su hijo sería innecesario. Lance tomaría el lugar de Joe en los próximos dos campamentos de fantasía del Salón de la Fama, al acompañar a su tío Phil y pasar gratos momentos con los miembros del campamento.
La aparición de Joe de 2006 en Cooperstown resultó ser la última presentación pública de su vida. Fue una gran vida beisbolera, pero empezó con muchos momentos de dificultad, mientras trataba de establecerse como grandeliga. Joe lograría la mayor parte de su gloría como pitcher después de cumplir 30 años. Igual que Mike Easler y Bill Robinson, Niekro fue ese tipo de pelotero extraño quien fue mejor en sus 30 que en sus 20.
Esos años iniciales mostraron solo relumbrones momentáneos del futuro éxito de Niekro. Los Cachorros de Chicago lo seleccionaron en la tercera ronda del draft de junio de 1966 y lo subieron al equipo grande un año después. Pitcheó bien, mezclando la recta, slider y una curva ocasional para ganar 10 de 17 decisiones mientras marcaba una efectividad de 3.34. Entonces llegó la dificultad del segundo año. Los Cachorros lo designaron abridor del día inaugural, pero Niekro dio tumbos a través de toda la temporada de 1968, en un año extremadamente favorable a los pitchers, la efectividad de Niekro se hundió hasta 4.31, una carrera por encima del promedio de la Liga Nacional.
Despues de solo abrir tres juegos en 1969, los Cachorros cambiaron a Niekro, lo enviaron junto a dos prospectos hacia el equipo de expansión Padres de San Diego, por el veterano relevista Dick Selma. Niekro lanzó decentemente para la nueva franquicia, pero actuar para un equipo de expansión ayudó poco a su balance de ganados y perdidos. Al sufrir de una severa falta de apoyo ofensivo, Niekro ganó solo ocho juegos y perdió 17.
Niekro solo tenía 24 años de edad, y los Padres en proceso de construcción, decidieron que querían un pitcher de más edad y más experimentado en su rotación. Ese invierno, empacaron a Niekro junto al utility del cuadro, Dave Campbell, y los enviaron a los Tigres de Detroit por Pat Dobson de 28 años de edad. Fue un cambio que permitió a Niekro llegar a un equipo más competitivo que había ganado el campeonato mundial hacía dos años.
El manager de los Tigres, Mayo Smith, ubicó a Niekro en su rotación de abridores, lo cual le permitió efectuar 34 aperturas. Niekro se convirtió en un caballo de batalla, lanzó más de 210 innings y ponchó más de 100 bateadores por primera vez en su carrera, pero pitcheó inconsistentemente. Ganó 12, perdió 13, y dejó una efectividad ligeramente por encima de 4.00. En un cuerpo de lanzadores con un as bien definido en Mickey Lolich, Niekro se convirtió en el segundo abridor.
Despues de la temporada de 1970, los Tigres despidieron a Smith y lo reemplazron con Billy Martin, quien mantuvo a Niekro en la rotación para empezar la temporada. Pero luego de perder sus primeros tres inicios y tener un juego mediocre en su cuarta salida, Martin pasó a Niekro al bullpen. Allí pasaría la mayor parte del verano antes de recibir varias oportunidades de abrir en agosto, pero falló en ambos trabajos. Al final de la temporada, su efectividad se detuvo en 4.42, lo cual lo dejó en el aire para 1972.
Los Tigres bajaron a Niekro hasta AAA al inicio de la temporada de 1972, luego lo llevaron de vuelta a Detroit en mayo. De nuevo, osciló entre la rotación y el bullpen, y dejó números promedio.
Niekro regresò a las ligas menores en 1973. En agosto, los Tigres trataron de esconderlo en waivers, pero los Bravos de Atlanta lo reclamaron. Esa transacción resultò ser la inflexión que necesitaba Niekro, al permitirle jugar con su hermano Phil, pilar de los Bravos desde principios de la década de 1960. Cuando llegó a los Bravos, Joe seguía siendo un pitcher de rectas y sliders. Pero el contacto con Phil le permitió conocer las virtudes de la bola de nudillos.
Gracias a las lecciones que le dio su padre en la niñez, Joe había sabido como lanzar el pitcheo al comienzo de su carrera profesional, pero nunca lo usó en grandes ligas. “Tenía el pitcheo en el bolsillo trasero del pantalón”, le dijo Phil después a Associated Press. “Solo tenía que mirar hacia atrás y usarlo. Pero sus managers anteriores y coaches no lo animaron, y le tomó algun tiempo ganar confianza”.
Como Phil dijo en su entrevista con AP, “Él estaba confundido. Pensaba que el mundo lo estaba dejando atrás. Y no iba a dejar que renunciara”. Phil animò a Joe para que experimentara y refinara el pitcheo, el cual le había permitido convertirse en el as de los Bravos.
Al principio, Joe mezclaba la bola de nudillos, con su recta y slider. Joe aprendió todo lo que pudo de la bola de nudillos de Phil. Joe alteró el agarre ligeramente, lo cual le pertmitió lanzar el envío de nudillos más fuerte que su hermano. Pero no tuvo éxito de inmediato. Al trabajar casi exclusivamente desde el bullpen de los Bravos, Niekro tuvo dificultades en la segunda mitad de 1973 antes de mejorar en 1974.
Phil esperaba que los Bravos tuviesen paciencia con Joe. La primavera siguiente, Joe lanzó bien en los juegos de exhibición, pero justo antes del día inaugural, los Bravos le dijeron que planeaban enviarlo de vuelta al Richmond AAA. Joe le dijo al gerente general de los Bravos, Eddie Robinson que no tenía interés en regresar a las ligas menores, no a su edad. Así que recomendó que lo cambiasen a otro equipo. Robinson respondó enviando a Joe a los Astros de Houston por la suma de 35.000 $. Esa resultaría ser la ganga de la década para los Astros, quienes encontraron al complemento eventual de los derechos de poder como J.R. Richards y Joaquin Andújar.
Una vez más, sin embargo, el éxito no llegó de inmediato para Niekro. Fue relevista las próximas dos temporadas, lo hizo bien, pero sin mucha fanfarria o gloria. Entonces en 1977, el manager de los Astros, Bill Virdon, le dio a Niekro mayores responsabilidades. Al lanzar en 180 innings como abridor y relevista, Niekro ponchó 101 bateadores, ganó 13 juegos, salvó cinco, y redujo su efecto ividad hasta 3.04. Para ese momento, Joe había convertido a la bola de nudillos en su principal pitcheo. A la edad de 32 años, Niekro se encontraba iniciando la segunda fase de su carrera como pitcher dominante.
En 1978, los Astros movieron a Niekro a la rotación de abridores a tiempo completo. En un lapso de tres temporadas, compiló más de 700 innings lanzados y ganó 55 juegos, incluyendo un par de temporadas seguidas de 20 victorias. En 1979, Niekro estuvo tan bien que fue llamado por primera vez al equipo de estrellas, ganó el premio del Sporting News al Pitcher del Año de la Liga Nacional, terminó segundo en la votación del premio Cy Young (detrás del inquilino del Salón de la Fama, Bruce Sutter), y hasta ocupó el sexto lugar en la votación del jugador más valioso. Y en una deliciosa coincidencia, sus 21 victorias igualarona a su hermano Phil en el liderazgo de la Liga Nacional.
En 1980, Niekro alcanzó las 20 victorias otra vez. La vigésima victoria llegó en un momento muy oportuno, en el juego de desempate de la división oeste de la Liga Nacional contra los Dodgers de Los Angeles. Niekro venció a los Dodgers, los envió a casa y llevó a los Astros a su primera presencia en postemporada en la historia de la franquicia.
El pitcheo estelar de Niekro continuò en la serie de campeonato de la Liga Nacional. En el tercer juego, Niekro lanzó un blanqueo por 10 innings y se fue sin decisión en una victoria de los Astros en 11 episodios. Pero esa salida inhabilitó a Niekro para lanzar los dos juegos finales de la serie. Los Astros perdieron ambos juegos, con lo cual se les escurrió la serie en cinco juegos muy disputados.
Desde 1977 hasta 1984, Niekro vivió los mejores años de su estadía con los Astros. Vale la pena señalar que su estadía con los Astros coincidió con otros pitchers destacados, incluyendo a Richards, Nolan Ryan y Mike Scott. Esos tres lanzadores aterrorizaban a sus oponentes, Ryan y Richards debido a sus rectas magníficas y Scott debido a su devastadora recta de dedos separados. Aún así, Niekro ganó más juegos (114) como meimbro de los Astros, que cualquiera de esos titanes, lo cual le dio una marca de la franquicia que aun está vigente. (Roy Ostwald, con 143 victorias, se quedó corto por muy poco).
En 1985, Topps imprimió su barajita final de Niekro como miembro de los Astros. Al decaer su efectividad, los Astros lo enviaron a los Yanquis de Nueva York a mediados de temporada por un paquete encabezado por el joven pitcher zurdo Jim Deshaies. El cambio no le agradó a sus compañeros de los Astros, quienes sabían que extrañarían mucho a un gran compañero con buen sentido del humor.
Aunque Joe disfrutó su estadía en Houston, el cambio le pertmitió reencontrarse con Phil, quien se había convertido en Yanqui en 1984. “Por supuesto, que estoy emocionado”, le dijo Joe a Mike McAlary del New York Post. “Phil siempre ha sido mi ídolo. Ahora me vestiré en un casillero contiguo al de él”. Debido a la preencia de los hermanos Niekro, el 40 por ciento de la rotación ahora dependía de la bola de nudillos. Con los Yanquis a la caza del título divisional, Joe ganó dos tres tres aperturas al final de la temporada, pero el equipo se quedó corto en su lucha por ganar la división este de la Liga Americana. El día final de la temporada trajo algo de diversión, sin embargo. Phil ganó su juego 300, mientras Joe recibió la tarea de ser coach de pitcheo honorario de los Yanquis por ese día.
La primavera siguiente, Phil fue dejado en libertad, en un movimiento que sorprendió a los fanáticos de los Yanquis, pero Joe lanzó la temporada completa en Nueva York. Tuvo dificultades con los Yanquis quizás por su salida del Astrodomo, donde el ambiente favorable a los pitchers y las condiciones de clima neutral hacen más efectiva la bola de nudillos. Otra posibilidad era el efecto emocional que tuvo el despido de Phil en Joe, lo cual no era sorprendente dado lo cercano de su relación.
Joe regresó a los Yanquis como su quinto abridor en 1987, pero una serie de lesiones afectó la ofensiva del equipo, lo cual causó necesidad de bateadores zurdos. A principios de junio los Yanquis adquirieron al catcher de reserva Mark Salas desde los Mellizos de Minnesota, a cambio de Niekro. Luego de unirse a los Mellizos, Niekro se vio envuelto en una controversia.
Mientras lanzaba en un juego en Anaheim, Niekro fue objeto de una inspección de parte del cuerpo arbitral. Mientras revisaban a Niekro, el árbitro Steve Palermo notó que de la mano del pitcher precipitaron una pequeña lima de uñas y algo de papel de lija. Con la evidencia en el suelo, el árbitro principal Tim Tschida expulsó a Niekro, de inmediato se produjo una suspensión por 10 juegos de parte del presidente de la liga Bobby Brown. Mientras cumplía el veto, Niekro apareció en el programa nocturno de David Letterman, allí bromeó consigo al presentarse en el estudio con un cinturón de herramientas donde llevaba polvo de lija, vaselina y varias limas de uña.
Luego de cumplir la suspensión, Niekro regresó a los Mellizos y terminó la temporada pero fue inefectivo. Regresó con los Mellizos en 1988, pero sus continuas dificultades provocaron que los despidieran en mayo. Con eso, llegó a su fin la larga carrera como lanzador de Niekro.
Luego de retirarse, Niekro estuvo fuera del beisbol la mayor parte del tiempo. Pero en la década de 1990, asumió un papel que se salía de la normalidad. Se convirtió en coach de pitcheo de unn equipo femenino, las Silver Bullets de Colorado, al unirse a un cuerpo técnico que trabajaba a las órdenes de su hermano Phil, el manager del equipo. Despues de una estadía de dos años con las Silver Bullets, Niekro se enlistó en otro proyecto poco convencional: en señarle el lanzamiento de nudillos a una joven llamad a Chelsea Baker, quien lanzaría dos juegos perfectos en las pequeñas ligas.
Niekro también se presentaba regularmente en torneos de golf y campamentos de fanatasía, incluyendo el de Doubleday Field en Cooperstown. Parecía estar en excelente forma física, como lo evidenció al pitchear el final de los dos juegos de Cooperstown. Luego de concluido ese campamento, Niekro regresó a su hogar en Florida.
Solo tres semanas despues, Niekro se vio afectado por severos Dolores de cabeza y pecho. Se traslado por su cuenta al hospital local de Plant City, donde colapsó poco después de ingresar. Desde allí, lo llevaron al St. Joseph’s Hospital de Tampa. Un día después, Niekro fallecía por los efectos de un aneurisma. Solo tenía 61 años de edad.
En respuesta a la repentina e inesperada tragedia, Natalie, la hija de Niekro creó la Joe Niekro Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a la investigación y tratamiento, en la lucha contra el aneurisma cerebral, los infartos hemorrágicos y las malformaciones arteriovenosas (AVM).
Recuerdo haberme enterado de la noticia del deceso de Niekro y como eso me impresionó. Cada vez que nos enteramos que ha muerto alguien a quien vimos hacía pocos días o semanas, eso nos pega algo más fuerte. La noticia se hizo más difícil de digerir por la impresión que Niekro dejó aquella noche en el Grandstand Theater, cuando pareció tan lleno de vitalidad, tan lúcido y tan agradecido con su familia.
Al reportar su muerte; varios artículos de los medios recordaron el protagonismo de Niekro en la controversia de 1987, cuando fue sorprendido con la lima de uña y la lija. Esa historia debía ser mencionada, pero ella no definía a Joe Niekro. Y eso ciertamente no es lo que más recuerdo de Niekro cada vez que oigo su nombre. Siempre lo recuerdo por lo que nos reveló en Cooperstown durante el campamento de fantasía del Salón de la Fama en 2006. Allí fue cuando Joe Niekro nos mostró su verdadero carácter: un hombre bueno quien fue un gran trabajador, hermano cariñoso y padre orgulloso.
Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
domingo, 23 de diciembre de 2018
Penny Marshall, la estrella de ‘Laverne & Shirley’ y directora cinematográfica, fallece a los 75 años de edad.
Anita Gates. The New York Times. 18 de diciembre de 2018.
Penny Marshall, la coprotagonista de voz nasal de la serie televisiva “Laverne & Shirley” y luego directora autocrìtica de películas exitosas como “Big” y “A League of Their Own”, falleció este lunes 17 de diciembre en su hogar de Los Angeles.
Su publicista, Michelle Bega, dijo que la causa fue complicaciones con la diabetes. Ms. Marshall había sido tratada en años recientes por un cáncer de pulmón, descubierto en 2009, y por un tumor cerebral. Ella anunció en 2013 que el cáncer estaba en amnistía.
Ms. Marshall se convirtió en la primera mujer en dirigir una película que a simple vista obtuvo ganancias de más de 100 millones de dólares cuando hizo “Big” (1988). La película es una comedia que trata de un muchacho de 12 años de edad (Tom Hanks) quien mágicamente se hace adulto y entonces tiene que lidiar con el mundo de los mayores, fue muy bien acogida por la crítica y las audiencias.
The Washington Post dijo que la película tenía “el toque y la exuberancia de una comedia clásica romántica”. The Los Angeles Times la describió como “una refrescante comedia para mayores” con vivacidad y juicio impecable. Mr. Hanks recibió su primera nominación al Oscar por su actuación.
Cuatro años después, ella repitió su éxito en las taquillas con “A League of Their Own”, una comedia sentimental acerca de una liga de beisbol femenina en tiempos de guerra con un elenco que incluía a Madonna, Geena Davis, Rosie O’Donnell y Mr. Hanks.
Entre ambas películas ella había dirigido “Awakenings” (“Despertares”) (1990), un drama médico protagonizado por Robert DeNiro como un paciente en trance encefálico y Robin Williams como el neurólogo quien le ayuda. “Awakenings”, basada en el libro de Oliver Sacks, fue solo moderadamente exitosa en las finanzas, pero Mr. DeNiro recibió una nominación de los premios de la academia.
Una escritora dela revista Cosmopolitan comentó una vez que Ms. Marshall “llegó a la dirección cinematográfica de la manera fácil, al convertirse primero en superestrella televisiva”. Eso en referencia a sus siete temporadas (1976-1983) como Laverne DeFazio, la más audaz (aunque posiblemente más vulnerable) de dos compañeras de habitación, trabajadoras de la industria cervecera, en la exitosa serie de la cadena ABC “Laverne & Shirley”, ambientada en el Milwaukee de las década s de 1950 y 1960.
En Hollywood Ms. Marshall tenía una reputación de directora instintiva, lo cual podía significar interminables repeticiones. Pero también era conocida por entender el hecho de hacer una película como un esfuerzo de equipo antes que una dictadura.
Eso pudo o no haber tenido un efecto en su personalidad autocrítica, de la cual a menudo comentaban colegas y entrevistadores. Pero en 1992, Ms Marshall confesó a la revista de The New York Times que no era completamente ajena a los trucos.
“Tengo mi propia manera de proceder”, dijo ella. “Mi personalidad es, que yo me quejo. Se trata de cómo me siento internamente. Me parece que es como utilizo mi femineidad, también. Pruebo muchas alternativas antes de conseguir lo que quiero y digo, ‘Por favor, hagamos esto aquí’. Eso puede ser una ventaja, la anti-directora”.
Esa actitud también fue un aspecto esencial de su humor. Cuando Vanity Fair le pidió que identificara su lamento más grande, ella dijo, “Eso ocurrió cuando yo era talla 0, y no había talla 0”.
Carole Penny Marshall nació el 15 de octubre de 1943, en el Bronx y creció allí, en el extremo norte de Grand Concourse. Su padre, Anthony, fue cineasta industrial, y su madre, Marjorie (Ward) Marshall, enseñaba danza. El apellido original de la familia era Masciarelli.
Luego de graduarse en la Walton High School, en la sección Kingsbridge del Bronx, Ms. Marshall asistió a la University of New Mexico. Allí conoció y se casó con Michael Henry, un jugador colegial de futbol americano. Tuvieron una hija, pero el matrimonio solo duró dos años, y Ms. Marshall enfiló hacia California, donde su hermano Garry, se había convertido en un exitoso escritor de comedias.
Hizo su debut cinematográfico en “The Seven Savage”, un drama de pandilleros, y tuvo un pequeño papel el mismo año en “How Sweet It Is!”, una comedia romántica protagonizada por Debbie Reynolds y James Garner.
Ms. Marshall siguió actuando, principalmente en papeles como invitada en series televisivas, hasta que tuvo su gran oportunidad en 1971, cuando fue evaluada para el papel de secretaria de Jack Klugman, Myra Turner, en la serie de ABC “The Odd Couple”. Su hermano, productor del programa, le consiguió el trabajo, pero el nepotismo no tuvo nada que ver cuando la audiencia se enamoró de su gran humor y su acento del Bronx.
Ese año se casó con Rob Reiner, quien entonces era estrella en la serie “All in the Family”. Él adoptó la hija de ella, pero se divorciaron en 1979, cuando “Laverne & Shirley” y Ms. Marshall estaban en el tope de su popularidad televisiva.
Esa serie se originó en un episodio de “Happy Days” en 1975, en el cual Laverne (Ms. Marshall) y Shirley Feeney (Cindy Williams), dos hermosas muchachas, se presentaron en el lugar favorito local como citas a ciegas de Richie Cunningham y Fonzie, los dos personajes principales.
Cuando “Laverne & Shirley” terminó en 1983, luego de un considerable conflicto en el estudio entre las coprotagonistas y una temporada final sin Ms. Williams, fue la primera vez en 12 años que Ms. Marshall no había tenido un trabajo estable en una serie televisiva.
Empezó a hacer un puñado de películas y apariciones televisivas. Entonces Whoopi Goldberg, su amiga, le pidió que suplantara a un director con el cual no se llevaba bien en “Jumpin’ Jack Flash” (1986), una película cómica de espías. (Ms. Marshall había dirigido unos episodios de “Laverne & Shirley”). La película estuvo lejos de ser exitosa, pero le permitió dirigir “Big”.
Las dos películas posteriores a “A League of Their Own”, no fueron bien recibidas. “Renaissance Man” (1994), protagonizada por Danny DeVito como agente publicitario convertido en maestro de reclutas de la armada, fue atacada por la crítica y solo ganó 24 millones de dólares, considerablemente menos de lo que costó hacerla, en Estados Unidos (por el contrario, “Big” ganó casi 115 millones de dólares). “The Preacher’s Wife” (1996), una reposición del romance de fantasía de 1947 “The Bishop’s Wife”, protagonizada por Denzel Washington y Whitney Houston. La crítica la encontró aceptable pero débil, obtuvo ganancias por debajo de los 50 millones de dólares.
Ms. Marshall dejó de dirigir hasta 2001. “Riding in Cars With Boys”, una saga de maternidad adolescente protagonizada por Drew Barrymore, obtuvo comentarios positivos pero fue un disgusto taquillero. Esa fue la última película dirigida por Ms. Marshall. Su adiós a la dirección televisiva fue en un episodio de 2011 de la serie de personalidades multiples “United States of Tara”.
Le dedicó algún tiempo a la producción, notablemente con la película de 2005 inspirada por la clásica serie “Bewitched” (“Hechizada”), y tomó algún trabajo de actuación ocasional incluyendo una aparición como invitada en la serie “Portlandia” y como voz narradora en la película “Mother’s Day” (2016), dirigida por Garry Marshall, quien falleciera en 2016.
En 2012 publicó una memoria que fue éxito de ventas, “My Mother Was Nuts”, la cual empezaba en su estilo autocrítico:
“No soy alguien quien haya tenido que lidiar con mucho drama personal más allá de lo usual: crecer con padres quienes se odiaban, dos matrimonios y divorcios, los altibajos de varias relaciones, criar una hija y ver a los amigos colapsar y tener sobredosis. También estuvo el asunto del cáncer. Como se puede ver, no hay nada fuera de lo ordinario, nada por lo que no haya pasado la mayoría de la gente, nada que diga, ‘Penny, tuviste suerte de pasar por eso’”.
Su aparición final fue en la nueva versión de “The Odd Couple”, en un episodio de noviembre de 2016 que fue un tributo a su hermano, y mostró intervenciones de las estrellas de muchas de las exitosas series de él.
A Ms. Marshall, quien vivía en la sección de Los Angeles llamada Hollywood Hills, le sobreviven su hermana mayor Ronny, su hija, la actriz Tracy Reiner; y tres nietos.
La crítica a veces acusaba a Ms. Marshall de ser muy sentimental, pero ella nunca se disculpó por ese lado de su trabajo.
“Me gusta algo que cuente una historia o que me diga algo que no sabía”, le dijo ella a The San Diego Union-Tribune en 1992 cuando le preguntaron por sus gustos cinematográficos. “Debe haber humor o debe tener corazón”.
“Y si no lo tiene”, añadió ella, con lo que el reportero describió como un ligera sonrisa, “Haré que tenga corazón”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 23 de diciembre de 2018. ©
jueves, 1 de noviembre de 2018
Willie McCovey, toletero inquilino del Salón de la Fama con los Gigantes de San Francisco, fallece a los 80 años de edad.
Richard Goldstein. The New York Times. 31 de octubre de 2018.
Willie McCovey, el primera base inquilino del Salón de la Fama quien bateara 521 jonrones en 22 temporadas de Grandes Ligas, casi todas con los Gigantes, y siguiera siendo un personaje muy querido en San Francisco en sus años finales, falleció este miércoles 31 de octubre en Stanford Hospital. Vivía en Woodside, Calif.
Los Gigantes, quienes anunciaron su deceso, dijeron que había estado lidiando con “recurrentes dificultades de salud”.
McCovey se unió a los Gigantes en 1959, la segunda temporada de estos en la costa oeste, y fue una selección unánime cono novato del año de la Liga Nacional. Surgió como uno de los grandes toleteros del beisbol mientras batallaba ante los notorios ventarrones de Candlestick Park. Lideró la liga en jonrones tres veces y en carreras empujadas otras dos y fue nombrado jugador más valioso en 1969.
Conocido como Stretch por su gran contextura y largos brazos, McCovey fue un temido bateador zurdo que halaba la pelota.
Entre sus logros, era también recordado por un momento espeluznante cuando estuvo muy cerca de darle el campeonato de la Serie Mundial de 1962 a los Gigantes sobre los Yanquis.
Aunque jugó solo en 91 encuentros esa temporada, principalmente como jardinero o bateador emergente, McCovey largó 20 vuelacercas esa temporada, cuando los Gigantes vencieron a los Dodgers de Los Angeles en un playoff de tres juegos, para ganar el banderín.
La Serie Mundial llegó hasta el séptimo juego. McCovey, quien había conectado un triple en el juego, fue a batear en Candlestick Park contra el abridor de los Yanquis, Ralph Terry, en el noveno inning con corredores en segunda y tercera, dos outs y los Yanquis ganando 1-0. Conectó un sonoro linietazo, pero el segunda base Bobby Richardson estaba ubicado exactamente en la posición apropiada y capturó la pelota a la altura del pecho.
“Medio metro más arriba, o hacia los lados, y creo que hubiese sido un héroe”, dijo McCovey después, imaginando lo que hubiera sido una dramática victoria de los Gigantes 2-1.
Ese diciembre, Charles M. Schultz mostró su simpatía por McCovey en la tira cómica “Peanuts”. Charlie Brown sentado, las manos en la barbilla, luego levanta la cabeza y pregunta, “¿Por qué McCovey no pudo batear la pelota metro y medio más arriba?”
Un mes después, en una imagen similar, se lamentaba, “¿ O por qué McCovey no pudo batear la pelota un metro más arriba?”
McCovey no volvería a aparecer en una Serie Mundial.
“Colocaría a Willie McCovey y a Willie Stargell en la misma categoría”, le dijo Don Sutton, el pitcher derecho estrella quien enfrentara muchas veces a McCovey y a Willie Stargell de los Piratas de Pittsburgh, al Scripps Howard News Service cuando McCovey fue electo al Salón de la Fama en 1986, su primer año de elegibilidad.
“Ambos eran muy corpulentos y blandían el bate como si agitaran un lapicero. No podías pasarle la pelota por el medio, y no había manera de engañarlos. Metían miedo”.
Bill Rigney, el primer manager de McCovey con los Gigantes, dijo una vez que nunca “había visto un bateador más implacable”.
McCovey a veces era dejado en segundo plano por su compañero de equipo Willie Mays, quizás el jugador completo más grande en la historia del beisbol. Pero su popularidad sobrepasaba la de Mays entre muchos aficionados de San Francisco, porque Mays se había hecho estrella en Nueva York pero las raíces de McCovey en Grandes Ligas estaban en el área de la bahía.
Más de treinta años después de su retiro, McCovey se mantuvo presente en el equipo. Aunque usaba silla de ruedas, un resultado de numerosas operaciones de rodilla y espalda, asistía virtualmente a cada juego de los Gigantes en casa como consejero del equipo.
El brazo de la bahía de San Francisco detrás de la cerca del jardín derecho del AT&T Park, llamado McCovey Cove, siempre está lleno de lancheros los días de juego, compiten para atrapar las pelotas de jonrones que acuatizan allí. Una estatua de bronce de McCovey de tres metros de altura fue erigida en 2003en China Basin Park a la orilla de la cueva.
McCovey fue homenajeado junto a sus compañeros inquilinos del Salon de la Fama y los Gigantes, Mays, Gaylord Perry, Juan Marichal y Orlando Cepeda en el estadio AT&T Park antes del tercer juego de la Serie Mundial de 2014, en la cual los Gigantes vencieron a los Reales de Kansas City en siete juegos. Los Gigantes han entregado un premio Willie Mac anualmente desde 1980 a un pelotero de San Francisco que ejemplifique el espíritu y liderazgo de McCovey.
Willie Lee McCovey nació en Mobile, Ala., el 10 de enero de 1938, el séptimo de 10 hijos de Frank McCovey, trabajador de vías férreas, y su esposa, Ester. Un destacado primera base en las caimaneras, fue firmado para jugar en el sistema de ligas menores de los Gigantes de Nueva York en 1955 y pronto se ganó la reputación de bateador de poder.
McCovey debutó en Grandes Ligas el 30 de julio de 1959, y bateó de 4-4, dos triples y dos sencillos ante Robin Roberts, el futuro inquilino del Salón de la Fama de los Filis de Filadelfia.
McCovey solo participó en 52 juegos esa temporada, pero bateó para .354 con 13 jonrones y fue nombrado novato del año.
Muchos aficionados de San Francisco reconocían a Mays como el símbolo del beisbol en Nueva York en su época dorada de la década de 1950, el héroe de Polo Grounds. Enfocaron su adulación en McCovey y el toletero Cepeda, quien se mudó a los jardines para abrirle espacio a McCovey en primera base. Fueron héroes locales en los años pioneros del beisbol de grandes ligas en la costa oeste, con los Gigantes en San Francisco y los Dodgers de Brooklyn mudados a Los Angeles.
McCovey igualó a Hank Aaron como lider jonronero de la Liga Nacional en 1963 con 44 estacazos, el cual era coincidencialmente el número que ambos peloteros llevaban en la camiseta. (McCovey había escogido ese número en honor a Aaron, otro nativo de Mobile). Alcanzó 36 jonrones y 106 carreras empujadas en 1968, y 45 jonrones y 126 empujadas en 1969, liderando la liga en ambas categorías en cada una de esas temporadas. Bateó .320 en 1969, cuando ganó el premio al jugador más valioso.
McCovey despachó un par de vuelacercas en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 1971, en la cual los Gigantes fueron derrotados por los Piratas de Pittsburgh, para entonces la edad y las lesiones estaban empezando a pasar factura. Fue cambiado a los Padres de San Diego después de la temporada de 1973 y jugó con ellos hasta finales de 1976, cuando fue comprado por los Atléticos de Oakland y apareció en 11 juegos como bateador designado y bateador emergente.
Regresó a los Gigantes la temporada siguiente a la edad de 39 años, luego de declararse agente libre y jugó con ellos hasta 1980, se retiró como un jugador de cuatro décadas. Jugó principalmente como primera base, tuvo promedio de bateo vitalicio de .270, 2.211 imparables y 1.555 carreras empujadas, largó 521 cuadrangulares, 18 de ellos con las bases llenas, todos bateados en la Liga Nacional. Forma parte de un triple empate en el lugar 20 de los jonroneros de todos los tiempos, con Ted Williams y Frank Thomas.
“Las personas me preguntan cómo me gustaría ser recordado”, le dijo McCovey una vez a The Associated Press.
“Les digo que me gustaría ser recordado como el tipo quien bateó el linietazo sobre la cabeza de Bobby Richardson”, dijo él, recordando en broma el imparable ganador de Serie Mundial que no fue.
McCovey regresó a la noticas con una nota sombría en junio de 1995. Apoyándose en un bastón como resultado de sus dolencias ortopédicas, apareció en una United States District Court de Brooklyn, junto con el jardinero central inquilino del Salón de la Fama de los Dodgers, Duke Snider; ambos resultaron culpables de fraude por fallar en declarar decenas de miles de dólares recibidos en eventos de autógrafos. Ambos fueron sentenciados a dos años de comparecencia y multados con 5000 $.
Snider falleció en 2011. Durante sus dias finales en el cargo, el Presidente Barack Obama perdonó a McCovey, quien publicó una declaración a través de los Gigantes expresando gratitud “por este noble gesto hacia mi, pero también por su incansable servicio a todos los estadounidenses”.
A McCovey le sobrevive su esposa, Estela; una hija, Allison; de un matrimonio previo; una hermana, Frances: dos hermanos, Clauzell y Cleon; y tres nietos.
Cuando los Giants se enfrentaron a los Filis de Filadelfia en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2010, el preludio al triunfo de los Gigantes ante los Rangers de Texas en la Serie Mundial, su primer campeonato en San Francisco, McCovey reflexionó sobre la oportunidad perdida de lograr la victoria para los Gigantes en la Serie Mundial ante los Yanquis en 1962.
“Disfrutaba ir a batear con corredores en posición anotadora, tenía que traerlos al plato”, le dijo a The New York Times. “Pienso que nadie pudo haberse sentido peor que yo. No solo tuve a todo el equipo sobre mis hombros en ese turno al bate, tuve a toda una ciudad. Entonces pensé que iba a estar en esa situación de nuevo en el futuro y las cosas serían diferentes”.
Julia Jacobs y Andrew Chow contribuyeron reportando.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 29 de octubre de 2018
Los Muchachos de Octubre.
La atmósfera de competitividad permeaba no solo los orificios de la corneta del radio transistor. La lectura de aquellas páginas me transportó en fracciones de segundo a una noche de octubre de 1975. La fotografía en blanco y negro de un grupo de peloteros celebrando la llegada de un compañero al plato, reprodujo vívida la escena de aquel estacazo que había rasgado la madrugada bostoniana. La épica de aquellos Medias Rojas que dejaron el alma en el terreno ante la Gran Maquinaria Roja de pronto ebullía 43 años años después. La lectura de “The Boys of October” de Doug Hornig hace unos años me trajo remembranzas de la gesta épica de Luis Tiant en el cuarto juego de la Serie Mundial, de la sangre fría de Bernie Carbo al descargar el vuelacercas de empatar el sexto juego en el octavo inning, de la euforia de Carlton Fisk ante el veredicto de Larry Barnett respecto al toque de Ed Armbrister y luego sus brazos estirados para mantener su jonrón en zona buena, de las agallas de Dwight Evans para perseguir un casi seguro cuadrangular de Joe Morgan y convertirlo en atrapada espectacular que terminó en doblematanza, de como el radio cayó desde mi mano y se estrelló en mi pecho justo en el momento de esa atrapada.
Ahora no podía dejar de recordar ese libro. Mientras empezaba la serie divisional ante los Yanquis inicié una búsqueda en mi biblioteca que intensifiqué después que los Mulos de Manhattan igualaran la serie divisional. Para el tercer encuentro logré divisar el libro de Hornig escondido debajo de decenas de periódicos y revistas viejos arrumbados en el tramo inferior. Poco importó que el polvo me hiciera estornudar. Para cuando los Medias Rojas despacharon a los Yanquis ya había terminado el capítulo donde Luis Tiant blanqueó a los Rojos de Cincinnati 6-0. Volví a preguntarme como un equipo que jugaba con aquella determinación, con aquel carácter, con aquella intensidad hubiese perdido aquella Serie Mundial. Me dije que de pronto aquello pudo haber sido un único ejemplo de realismo mágico y que la verdadera realidad quizás emergería al final del libro. Eso me dio un poco de ánimo, de optimismo para buscar razonamientos válidos que justificaran la posibilidad de vencer que podrían tener los Medias Rojas ante los Astros de Houston. El primer juego me hizo pensar que de nada valdrían 108 victorias ante el pitcheo de los siderales. Entonces me dije que si Los Muchachos de Octubre estuvieron a un tris de vencer a la Gran Maquinaria Roja, ¿Por qué no podían los mosqueteros de 2018 emularlos y hasta mejorarlos?
Entonces apareció David Price y empezó a revertir su prontuario de once apariciones sin victorias en postemporada, fue capaz de mantener el juego al alcance de los patirrojos en el segundo juego para luego lanzar 6 episodios en blanco, en el quinto desafío. De pronto me parecía ver a un costado de Price el wind up escalonado, con la espalda hacia el jardín central de Luis Tiant. De pronto los jonrones de Jackie Bradley Jr retrataban la emoción de los turnos de Bernie Carbo en el tercer y sexto juegos de aquella serie de 1975. De pronto la atrapada de Andrew Benintendi para sellar el triunfo del cuarto juego recreaba, redibujaba, redimensionaba la carrera de Dwight Evans para desactivar el bombazo de Joe Morgan. De pronto un equipo se superponía en el otro y plasmaba todas las cualidades complementarias de uno respecto al otro.
La lectura reciente de “The Boys of October” me hizo entender el fenómeno del deja vu desde otro ángulo. Al repasar cada página pensaba que lo que veía cada noche por televisión ya lo había vivido, pero a la vez imaginaba que el desenlace sería diferente. Por eso me tocó vivir una serie mundial doblemente emocionante. Price se encargó de vencer a los Dodgers de Los Angeles en los juegos 2 y 5. De pronto tenía algunas dudas, de pronto quise regresar en el tiempo para darle un poco del momentum, una pizca de la esencia de este equipo al del 75’ un poco de los jonrones de Steve Pearce y Rafael Devers en los juegos 4 y 5 de esta Serie Mundial. Pero luego me contuve, aquel equipo también fue grande, muy grande, tuvo mejores números totales que Cincinnati, y lo dejaron todo sobre el terreno. Estos otros muchachos tenían todos los ingredientes de aquel equipo de 1975, y además la esencia de “todos para uno y uno para todos de los mosqueteros Benintendi, Bradley Jr., y Mookie Betts.
Alfonso L. Tusa C.
sábado, 6 de octubre de 2018
El antíguo pitcher de los Reales de Kansas City y entrenador de beisbol, Marty Pattin fallece a los 75 años de edad.
Gary Bedore. Kansas City Star. 3 de octubre de 2018.
El antíguo lanzador de los Reales de Kansas City, Marty Pattin, miembro del equipo todos estrella de 1971, quièn ganara 114 juegos en una carrera que se extendió por 13 temporadas, falleció este miércoles 3 de octubre.
Pattin lanzó para los Reales desde 1974 hasta 1980 y también para los Angelinos de California, los Pilotos de Seattle, Cerveceros de Milwaukee y Medias Rojas de Boston. Había vivido en Lawrence desde 1982 cuando aceptó un trabajo como engtrenador principal de beisbol en University of Kansas, donde dirigió a los Jayhawks.
De acuerdo a una fuente cercana a la familia, el nativo de Charleston Ill y graduado en la Eastern Illinois University en 1965, falleció mientras dormía en Illinois donde visitaba a unas amistades.
Pattin, quien recientemente se había sometido a una cirugía exitosa que le impidió asistir al juego inaugural de los Reales, le dijo a un reportero del Kansasd City Star hace un mes que ese fue el primer juego inaugural de Kansas City en casa que había perdido en 25 años.
Marty, era uno de los tipos más amables que conocí”, dijo un amigo de Pattin, Walter Houk, dueño de equipo y entrenador de beisbol juvenil y semiprofesional en Lawrence. “Nunca le oí decir una sola mala palabra de alguien”.
“Me lo encontré en la tienda de víveres hace una semana. Me dijo ‘Con esta pequeña molestia del corazón no sé si puedo subir el brazo lo suficiente para hacer completo mi swing de golf. Tengo que tener listos mis palos y regresar a jugar’”, añadió Houk del évido golfista que era Pattin.
“No estaba completamente listo para regresar al campo de golf”, continuó Houk. “Me sentaba con él en Perry (a ver los juegos de futbol americano en Perry-Lecompton) donde veía jugar a su nieto. No se perdía un juego. Era un gran tipo, un buen amigo”.
Pattin , era conocido como ‘Duck’ debido a su gran imitación del Pato Donald (Donald Duck), ha sido un miembro activo de Royals Alumni desde su retiro en 1980. Asistió al campamento de fantasía de los Reales varios inviernos en Arizona y, por supuesto, al vivir en el área, asistió a muchos juegos de los Reales.
“Esto es duro”, dijo el antíguo jardinero de los Reales, Brian McRae, quien jugaba beisbol universitario para Pattin en KU cuando decidió firmar un contrato profesional. Supo del deceso de Pattin rumbo al estadio de los Reales este miércoles.
“Cuando lo vi la última vez, lucía bien. Sabía que tenía algunas situaciones de salud. Fue lo mejor que lo había visto en cierto tiempo”, dijo McRae de un encuentro reciente. “He pasado mucho tiempo con Marty y su familia”, agregó McRae, un amigo de los hijos de Pattin. “Me lo encontraba en seis o siete eventos de los Reales durante el año. Era un buen hombre. No se comportaba diferente o pensaba que era mejor que cualquiera solo porque lanzó 13, 14 años en las grandes ligas. Siempre brillaba para los niños en los campos. Si alguien le pedía que hiciera su imitación del pato Donald, se reía y la hacía. Eso nunca faltaba”.
Se quedó en casa para asistir a la Universidad y luego de una exitosa Carrera en EIU (su camistea 19 fue retirada en 2009), fue seleccionado en la séptima ronda del draft de 1965 por los Angelinos de California. Pattin debutó en grandes ligas el 14 de mayo de 1968 al lanzar un inning perfecto contra los Medias Blancas de Chicago. Lanzó su juego final con los Reales en la Serie Mundial de 1980 contra los Filis de Filadelfia. En su inning final en las mayores ponchó a las estrellas Gerg Luzinski y Mike Schmidt. Su única aparición en el juego de estrella fue como miembro de los Cerveceros.
“En mi generación, crecimos queriendo jugar beisbol como Marty Pattin”, le dijo Ken Baker, nativo de Charleston, Ill, al Charleston Journal-Gazette/Times Courier, en un artículo escrito en 2016 para la ceremonia dedicatoria del “Marty Pattin Field”.
“Crecimos con Marty en las mayores. Ahora será recordado por la próxima generación y eso es grande”, agregó Baker, quien ayudó a organizar el evento. “Para rendir honor a una persona, sin importar cuan exitoso fue o cuanto logró, el vivió en Charleston. Fue solo cuando entrenó a los Jayhawks que salió de Charleston. Vivió aquí durante su carrera de grandes ligas. Este es su pueblo, siempre lo ha considerado así y siempre será así”, le dijo Baker al periódico.
Notas del traductor
Marty Pattin lanzó un juego de un imparable ante los Atléticos de Oakland en el Coliseo de Oakland el 11 de julio de 1972. Llevó a los Medias Rojas de Boston a una victoria 4-0. El imparable se lo dio Reggie Jackson en el cierre del noveno inning, luego de un out. Pattín ponchó a siete, concedió 3 boletos y un pelotazo. Por Boston destacó Carlton Fisk con jonrón y dos empujadas.
El 25 de mayo de 1972 Pattin lanzó completo ante los Orioles de Baltimore (campeones defensores de la Liga Americana) en Fenway Park. Los venció 2-1 en trabajo completo. Solo permitió 4 imparables (jonrón de Don Baylor), 2 boletos y 3 pelotazos (Bobby Grich, Dave Johnson, Don Baylor), recetó 9 ponches. A la ofensiva por los Medias Rojas destacó Luis Aparicio al batear de 3-2 con carrera empujada y anotada.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06 de octubre de 2018.
viernes, 21 de septiembre de 2018
Desde la plataforma de un camión
Ahora que los Medias Rojas de Boston han asegurado el campeonato de la División Este de la Liga Americana es inevitable recordar aquel juego de playoff del 1 de octubre de 1978 ante los Yanquis de Nueva York, que significó una derrota terrible luego de perder una ventaja de catorce juegos a mediados de julio. Este año, cuando se cumplen 40 de aquella catástrofe, muchos entendidos asomaron como favoritos a los Yanquis, en una especie de reedición de los sucesos de 1978. Esta vez no hubo necesidad de un juego de desempate, los patirrojos se apropiaron del título de su división este 20 de septiembre y aún cuando probablemente se tengan que volver a medir a los Yanquis en la serie divisional, al menos lograron un desquite parcial. A continuación un texto que escribí a partir de varios recuerdos de aquel primero de octubre.
Desde la plataforma de un camión
Tenía varios días arreglando los pormenores del viaje a Cumaná con Raimundo y Brairo. En julio había terminado el último año de Bachillerato. La emoción de ingresar a una Universidad me hacía andar a una velocidad similar al vuelo de los pájaros. Dos días antes había llenado la planilla del CNU en medio de una lista de requisitos que nos hacía sentir como hombres de negocios. Brairo señaló un renglón al final de la lista. La constancia de antecedentes penales había que sacarla en Cumaná.
Papá me dio un billete de cinco bolívares para pagar el carro por puesto. Agarré el radio con forma de cubo negro y lo metí bajo el brazo. Ese día jugaban los Yanquis y los Medias Rojas el partido de desempate para pasar al playoff de la temporada de 1978.
Encontré a Raimundo bajo la sombra de la Ceiba al comienzo de la carretera que lleva de Cumanacoa a Cumaná. Habíamos acordado pedir una "cola". Así dispondríamos de un dinero extra para pasear en Cumaná. Cuando el sol arreció entre las ramas del árbol, un camión sin carga se detuvo ante las señas de Raimundo. Varios gritos atravesaron el aire de la tarde. Brairo corría con la voz encerrada en el pecho.
Saltamos a la plataforma metálica del camión. La brisa generada por el impulso del vehículo aliviaba el ardor del sol en la piel. Cuando Brairo recuperó el aliento se encaró con Raimundo.
_¿Y se iban a ir sin mí?
_Dijimos a la una en punto bajo la Ceiba. Ya es la una y media.
El viento se llevó los gritos de Brairo. Señaló mi radio.
_¿Ya empezó el juego?
El ruido del viento impedía escuchar el radio. El juego debía comenzar a la una de la tarde. Bob Lemon, el manager de los Yanquis anunció a Ron Guidry. Don Zimmer se decidió por Mike Torrez. Boston vio evaporarse una ventaja de 14 juegos en el mes de julio. Ahora debía resumir la temporada en un juego.
Raimundo enfrentó su voz con el viento.
_No vengas a disimular con el juego. Tú te traes algo entre manos.
Brairo sonrió. Miró hacia el fondo de la carretera. Un racimo de nísperos se quedó suspendido en la mira cuando su madre lo gritó. Le recordó el viaje a Cumaná. Brairo sólo tuvo tiempo de vestirse.
_Si acaso me paré en la casa de Briceida para decirle que seguía pendiente con los nísperos.
Me pegué el radio a la oreja y le dí volumen. La voz de Buck Canel vencía al viento. "… es un elevado a la izquierda Yastrzemski espera y se va el primero de los Yanquis con un boleto, cero carreras, cero hits…"
A la altura de Tataracual se perdió la señal de la emisora. Carl Yastrzemski acababa de poner adelante a Boston con jonrón solitario. Mi sensación de disgusto se paralizó cuando Raimundo señaló un carro vino tinto que salió de la curva.
_¿Ese no es el carro de tu Papá?
El Caprice aceleró en la recta de Los Cocos. Distinguí los detalles del carro. Comprendí que estaba en aprietos cuando identifiqué la cara de tío Miguel a través de la ventanilla. Papá bajó la velocidad frente al camión. De inmediato aceleró. La imagen del regaño que me esperaba al regresar a casa apretó mi cuello hasta los confines del corazón.
Raimundo se puso las manos alrededor de la boca. Quería saber como iba el juego. Giré el interruptor. La voz de Canel traspasaba una nube de interferencias. "…Chris Chambliss la rueda por las paradas cortas. Rick Burleson la toma y fuerza en segunda a Lou Piniella. Cuando han transcurrido 3 innings y medio. Boston sigue venciendo 1- 0 a los Yanquis…"
La tensión del juego diluyó un poco el miedo de tener que explicarle a papá mi presencia en aquel camión. Sabía que tendría que hablar con él un buen rato. Sólo el duelo entre Torrez y Guidry detuvo la preocupación.
El camión entró a Cumaná a las dos de la tarde. Nos bajamos frente al cine Paramount. Cuando salté el radio casi cae al pavimento. El volumen aumentó. "…cuando tenemos cinco innings completos Boston sigue venciendo a los Yanquis 1-0.
Antes de llegar a la oficina de Identificación y Extranjería pasamos por la casa de mis abuelos maternos. Toqué el timbre varias veces. Busqué una llave en mi bolsillo. Les dije a los muchachos que pasaran. Llamé en todos los cuartos. La soledad saltaba en cada zancada. En el comedor me lancé sobre el televisor. La pantalla mostraba el terreno del Fenway Park. Varios minutos más tarde los comentaristas se disculpaban con la audiencia porque el satélite de transmisión ya no estaría disponible para el juego. Me quedaba el consuelo de haber visto el sencillo con que Jim Rice puso el juego 2-0 al impulsar a Rick Burleson.
En Identificación y Extranjería había poca gente. En menos de media hora teníamos la solvencia de antecedentes penales. Atravesamos la calle Ayacucho hasta la plaza Andrés Eloy Blanco. Frente a la muralla del río Manzanares compré una kolita Sifón. El color encarnado se evaporaba en mi paladar con efluvios de refresco. La brisa llenó mis pulmones cuando entramos al puente Guzmán Blanco.
Traté de olvidar el ajuste de cuentas que me esperaba al regresar a casa. El bullicio de la Avenida Bermúdez quedaba relegado ante mi búsqueda de argumentos sólidos para justificar mi presencia en la parte trasera del camión. El sol caía a plomo sobre Cumaná. Por mi rostro bajaban ríos de sudor frío.
Raimundo me templó el brazo varias veces.
_ Mira Alberto. Tarzán sale ahora más temprano.
Un tropel de tambores de hojalata me hizo traspasar el laberinto del camión. Un hombre embadurnado en negro humo, esgrimía unas alas de metal y escupía rojo vegetal sobre el asfalto. La gente se arremolinaba alrededor del diablo de Cumaná. Era una tradición popular que se extendía a lo largo del año. Por primera vez no sentí miedo cuando Tarzán agarró el tridente y simuló enterrarlo en el vientre de un desamparado indiecito. Las perolas retumbaban entre mis sienes como el regaño que imaginaba me iba a dar Papá al regresar en la tarde a Cumanacoa. Hasta me di cuenta que el tridente se desviaba milímetros antes de llegar a la piel del indiecito para romper una diminuta vesícula cargada de rojo vegetal. Las mujeres se llevaban las manos a los ojos y gritaban "¡Pobrecito!".
Entendía las carreras de los niños por esconderse detrás de las faldas de sus madres. Más de una vez traté de hacerlo y mamá me sacaba de los escondites más rebuscados. No recuerdo otra ocasión que me haya molestado tanto con ella. Ese miedo brutal que me carcomía la boca del estómago regresaba abrochado a tener que enfrentar a papá en la noche.
El resto de la tarde nos distrajimos siguiendo los vuelos en picada de los alcatraces sobre el mar en Puerto Sucre. Estuve tentado a prender el radio. Me confié en que los Medias Rojas seguían ganando el juego. Además de que el momento frente al mar despegaba cualquier mente de la rutina diaria, hasta de la amenaza de regaño que me aguardaba en casa.
Cuando el sol retozaba en el horizonte apretamos el paso por toda la Avenida Bermúdez hasta llegar a la estación de carros por puesto. Brairo me templó varias veces el brazo a mitad de trayecto.
_¿Que te pasa Alberto? Ya con esta son como 3 muchachas bonitas y ni siquiera te das cuenta.
Cada paso que daba quería reducirlo al máximo, para llegar a casa el mes siguiente cuando a papá se le hubiese olvidado lo del camión.
Las sombras alargaron las dimensiones del carro entre los cocotales de la salida hacia Cumanacoa. En las curvas de Gamero el chofer detuvo el carro. Varias personas levantaban las manos. Sobre el pavimento yacían dos cuerpos. Un olor volátil alborotaba el anochecer. Mientras levantaron el choque quise sintonizar el radio. Sólo salían ruidos de interferencia. El carro llamaba a seguir con una detonación en el escape. El chofer hundió el acelerador y dos nubes blancas salieron del escape. La orina se paralizó en mi vejiga y salí corriendo detrás de unos matorrales.
Raimundo me preguntó como iba el juego. Empezó a sonreírse. Dijo que solo los Medias Rojas echaban por la borda una ventaja de catorce juegos en julio. Me lo quedé mirando con ardor en los ojos. Las palabras no salían, igual que la parálisis al ver a Papá desde la plataforma del camión. Brairo recordó que Boston ganaba 2-0. Raimundo estiró los pies debajo del cajín delantero. Recitó las virtudes de un equipo inspirado como los Yanquis. Por algo tenían a un jugador al que llamaban Mister Octubre. Todavía ignoraba que razones le iba a dar a Papá para viajar a Cumaná en un camión. En medio de aquel laberinto emocional emergió el jonrón de Carlton Fisk en la Serie Mundial de 1975. Tomé impulso y le dije a Raimundo que los Yanquis iban a tener que echarle pichón para ganar.
A través de la ventanilla sorprendí al sol contagiando de sarampión a las nubes y de azul marino a la noche. La brisa fría fue insuficiente para tratar de explicarme por qué seguía un equipo tan irregular como los Medias Rojas. La desesperación que sentí al ver como perdían juego tras juego mientras los Yanquis ganaban y descontaban la volátil distancia, me hacía volver a los exámenes del Liceo donde llegaba a las últimas preguntas cuando faltaba más de media hora para terminar. No sé por qué me sudaban las manos, solo pensaba en el reloj. Me parecía resbalar por la cuesta de un cerro y no había ninguna mata de donde agarrarme. Al terminar el examen, veía clarito la solución de los problemas. Salía al patio chasqueando el piso con mis zapatos de goma y esquivaba a mis compañeros.
El ulular de las chicharras destacaba los últimos relumbrones del atardecer. En las curvas de Bichoroco, Raimundo suspiró y asomó el rostro a la ventanilla. Un carro que venía pidiendo paso desde Cedeño pasó como un trueno.
_Así van a pasar los Yanquis.
Apreté el puño derecho. La desaparición de la ventaja de catorce juegos permanecía atragantada en mi garganta.
La noche cojeó sobre el neumático del chofer. Un olor a caucho quemado borró la carrera por el banderín del Este de la Liga Americana. El chofer dirigió el carro hacia unos matorrales aledaños a la carretera. Raimundo quiso ayudar con el caucho de repuesto. El chofer atravesó la barriga y levantó la mano.
_Si quieres me ayudas a aflojar las tuercas.
El caucho desinflado me trajo las transmisiones de la serie entre Yanquis y Boston de la primera semana de septiembre. Los Medias Rojas parecían los Osos Revoltosos, quizás Walter Matthau hubiese dicho que sus muchachos lo hacían mejor. Los marcadores de aquellos juegos me hicieron darle de puñetazos a la almohada y hasta al tronco de la mata de guayaba del patio. Todos los juegos se perdieron por más de 3 carreras. Cuando levanté el caucho para meterlo en el baúl del carro divisé en medio de la oscuridad un punto brillante donde varios pedazos de vidrio se hundieron en la goma.
Al pasar por Arenas, aproveché las luces y traté de sintonizar la emisora en el radio. Solo escuchaba un ruido de fondo. En el radio del carro solo sonaba música. Frente a la Ceiba de la entrada a Cumanacoa entró la señal de Noti Rumbos con las noticias de las seis de la tarde. Adherí la oreja a la corneta del radio. Raimundo tuvo que gritar para despedirse.
-Mira chico, mejor vas pensando que le vas a inventar a tu papá. Olvídate de ese equipo, si perdieron 14 juegos de ventaja seguro que perdieron este también.
Seguí caminando por la calle Flores sin voltear a mirar.
En la esquina de la escuela la noticia salió del radio como puñal en la espalda. "…y en dramático juego realizado esta tarde en Fenway Park, el torpedero Bucky Dent sentenció a los Medias Rojas de Boston con un cuadrangular ante Mike Torrez en el séptimo inning que puso a ganar a los Yanquis. Desde allí no perdieron la delantera a pesar de los esfuerzos de Carlton Fisk, Jim Rice, Fred Lynn y Carl Yastrzemski quien entregó el último out con un elevado a la tercera base…"
Mis pasos tropezaron varias veces con la penumbra del crepúsculo. Una ráfaga de viento entró por mi camisa como un bloque de hielo. Miraba hacia el cielo buscando el azul de la capa de ozono pero solo respiraba vapores espinosos. El parasol de cajas de cartón que había improvisado a un lado del tanque de agua no sería mi refugio preferido las próximas tardes. Subiría al techo de la casa, pero sin la misma emoción de escuchar los nombres de Fisk, Yastrzemski, Eckersley, Evans y compañía. Sería inevitable imaginar como jugarían los Medias Rojas en el playoff.
Detuve mis pies en la esquina antes de llegar a casa. Quería que llegase pronto abril para ver a los Medias Rojas desquitarse de los Yanquis. La idea de ver a los Mulos de Manhattan en el lugar que debían ocupar los Patirrojos borraba por completo los gritos de Papá llamándome desde el portal. Si sólo a Luis Tiant le hubiera tocado lanzar uno de aquellos juegos de septiembre a esos Yanquis.
A cada paso que daba hacia la casa me parecía avanzar a más velocidad de los 100 kilómetros por hora que rodaba el camión. Mis pies resbalaban en la plataforma. Aunque sentí un estallido en el pecho cuando pasó el carro de Papá lo que permanecía en mi corazón eran los catorce juegos que los Yanquis se habían quitado de encima para dejar en el camino a los bostonianos.
Entré a la casa con la mirada en el piso. Tío Miguel me indicó que Papá me esperaba en la oficina. Había cierta dureza en sus mejillas. Quiso detenerme pero ya había empuñado la manilla de la puerta.
Papá sacaba unas cuentas en la máquina sumadora. Un estornudo detuvo su tecleo.
-¿Te diste cuenta de la imprudencia que cometiste?
En mis oídos todavía resonaba la campanita de Noti Rumbos antes de la noticia de la derrota de los Medias Rojas. Bajé la mirada. Papá apagó el cigarrillo. Sus manos apretaron los dedos hacia arriba, parecían llamas ardientes que llegaban hasta sus ojos. Una andanada de venas brotadas inundaron su frente. Por su cuello corrían Orinocos de sudor. Dio dos manotazos sobre el escritorio que me hicieron parpadear. Bajé la mirada. Escondí mis ojos en el último rincón de la oficina. Miraba mis zapatos. Sobre el piso de granito aparecían los dibujos metálicos de la plataforma del camión. Resbalaba en cada curva. Me aferraba al radio en medio del deslizamiento. La voz de Papá quemaba el aire de la oficina, la tensión subió la temperatura de mis ojos. Quería hablar. Papá arremetía con trompetas en la voz.
Dos lágrimas asomaron en mis pestañas. La voz de papá viajaba simultánea con la pelota atrapada en el guante de Graig Nettles. Papá gesticulaba y acentuaba las palabras cuando hablaba del camión y la facilidad con que una persona puede salir despedida de su plataforma al mínimo frenazo. Me llevé las manos a la boca varias veces. La pelota rebotaba contra todas las paredes. El concierto de percusión se extendía. Abría los ojos y desviaba la mirada hacia la confluencia de las paredes con el piso. Papá dibujaba una y otra vez como me pude haber caído de la plataforma del camión. Mis manos pasaban sudorosas sobre mi frente, el jonrón de Bucky Dent seguía estallando entre mis sienes.
La brisa fría de la carretera seguía pinchando mi rostro en medio de la cinética de la vegetación. Papá subía la voz y saltaba de la plataforma del camión a la oficina. Seguía insistiendo en saber como fue que decidimos montarnos en aquel camión. Mis ojos solo llegaban hasta las rayas de cal del estadio donde los Medias Rojas acababan de ser eliminados por los Yanquis.
Los pasos de papá alrededor de la habitación terminaban en explosiones de regaño. Para mí eran sólo chasquidos en medio de la desolación del Fenway Park. El desagrado de Papá aumentaba. En un momento me estremeció por los hombros. Me anunció que pasaría una semana sin la mesada de dos bolívares diarios. Sentí varios aguijones en los ojos. Guarecí el mentón en mi pecho y agarré el pomo de la puerta. Papá se levantó de su silla. Quiso acercarse pero abrí la puerta y salí disparado hacia el porche. En mi mente sintonizaba una y mil veces el radio de cubo negro para ligar el jonrón de Yastrzemski en el noveno inning. Siempre terminaba bateando ese mísero elevado al cuadro.
Papá quiso tranquilizarme al ver como me senté en la acera con la cabeza entre las manos
_Vamos. No es para tanto. Todos cometemos travesuras a tu edad y después nos reponemos.
Mi frente continuaba aferrada a mi antebrazo derecho. Si pero de seguro él no se había antojado de seguir a un equipo que perdiera una ventaja de 14 juego como los Medias Rojas. Reponerse iba a costar 6 largos meses hasta la llegada de abril. Mientras tanto había que aguantar el temporal de los yanquistas.
Aquella noche sólo recé una oración "¿Por qué Bucky Dent se tenía que antojar de dar jonrón hoy?".
Papá levantó la mirada y respiró profundo. Dio dos palmadas en mi espalda y regresó a la oficina.
-No te vayas a quedar mucho tiempo aquí.
Ahora el camión corría más rápido, el radio sonaba a toda la voz de Buck Canel. Cada curva casi sacaba al camión de la vía. Mis pies permanecían clavados sobre la plataforma, en busca del inning del jonrón para repetirlo y darle otra oportunidad a Mike Torrez.
Un rumor de ráfagas zumbaba en la cola del camión. Me aferré al techo de la cabina. El impacto de varias gotas me hizo voltear. Papá me alzó por los hombros. Le pregunté por qué se trabaja tanto por algo para perderlo todo al final. Papá sacudió el agua de mi camisa. Me dijo que tenía media hora viéndome desde la oficina.
-Lo que pasó, es pasado. Ahora debes seguir adelante. Claro, debes corregir los errores.
Desde la plataforma del camión trataba de mirar el dugout de los Medias Rojas ¿Estarían pensando en el jonrón de Bucky Dent? ¿Discutirían como harían la próxima temporada para contener a los Yanquis?
Me fui hacia el cuarto con la cabeza entre los hombros.
La fotografía en el periódico me hizo detenerme en la acera bajo el sol matinal. Carl Yastrzemski en el dugout de los Yanquis felicitando a Reggie Jackson luego del juego. Doblé el periódico y lo metí debajo del brazo. Las piedrecillas volaban al contacto con la punta de mis zapatos. Después de tirar el periódico en el rincón más alejado del cuarto, empezaron a aparecer imágenes más serenas en mi mente. Yastrzemski debía tener mucho carácter y autoestima para entrar al dugout de sus vencedores y reconocerles sus méritos luego de una larga batalla de seis meses.
Las próximas dos semanas olvidé por completo los trámites para ingresar a la Universidad. En mi mente solo ebullía el eco del último out a manos de Graig Nettles. Un mediodía el niño de enfrente jugaba con unos globos de helio. El estruendo de un camión vacío sobre la batea de la calle dibujó lágrimas en la cara del niño. Los globos volando sobre la plataforma del camión destaparon mis oídos para escuchar un radio que decía: "La semana entrante vence el plazo para enviar los papeles al CNU". Me levanté sin dejar de mirar la plataforma del camión. En otras noticias decían que Boston había cambiado al lanzador Bill Lee a los Expos de Montreal.
Mientras sacaba los papeles de bachillerato de una carpeta regresó a mi mente aquella serie de cuatro juegos en septiembre. "Si al menos Bill Lee hubiese lanzado uno de esos juegos". Salí a la calle para ver si veía al camión solo quedaba el resplandor meridiano. Los globos flotaban muy altos sobre la calle.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 19 de septiembre de 2018
Esquina de las Barajitas: 1969 Topps. Joe Schultz.
Bruce Markusen.
Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
Joe Schultz luce feliz en su barajita Topps de 1969. Parece no tener idea de la cercana situación que está por experimentar. Convertirse en el primer manager de los Pilotos de Seattle.
Sin mucho talento, o mucha fanaticada, o algo que se acercara a un estadio de grandes ligas, Schultz y los Pilotos enfrentarían la senda de su primera temporada en la historia de la franquicia. Sería la única temporada de Schultz como manager de los Pilotos, quienes lo despidieron al final de la temporada. De hecho, sería la única temporada de los Pilotos. Por eso fue que la franquicia se reubicó abruptamente en Milwaukee, convirtiéndose en Cerveceros antes del inicio de su segunda temporada.
En realidad, Schultz tenía muy poco conocimiento de que dirigiría a los Pilotos cuando esa fotografía fue tomada por un fotógrafo de la Topps Gum Company. La fotografía es vieja, tomada en 1967 o 1968, durante el entrenamiento primaveral, cuando Schultz aún era el coach de tercera base de los Cardenales de San Luis. Como los Pilotos aun no jugaban su primer juego, y apenas se habían reportado para el entrenamiento primaveral de 1969, Topps no tenía fotografías actualizadas de Schultz usando el uniforme azul, amarillo y blanco de los Pilotos. Afortunadamente, Topps encontró una foto de archivo de Schultz sin la gorra de los Cardenales. Debido a esa apariencia genérica, la barajita fue diseñada para la colección de 1969.
Como se puede ver en su barajita Topps. Schultz tenía poco cabello en su cabeza hacia finales de la década de 1960. Imagino que la mayoría de ese remanente de cabellos se desvaneció durante la temporada de 1969, mientras los Pilotos perdían juego tras juego, frustrando a Schultz y su cuerpo técnico. No hay nada como perder hasta envejecer para un manager de grandes ligas. Los Pilotos perdieron muchos juegos ese verano, acumularon 98 derrotas para terminar últimos en la división oeste de la Liga Americana. Al final de la temporada, Schultz probablemente podía peinarse con una toalla, un cepillo hubiese resultado obsoleto.
Aunque Schultz no ganara muchos juegos con los Pilotos, tuvo éxito al forjarse una imagen como uno de los managers más pintorescos de la era de la expansión. Mucho de esa imagen viene del icónico libro de Jim Bouton: Ball Four, el cual muestra muchas historias acerca del manager de los Pilotos que pudieran haber sido tituladas, The World According to Joe Schultz.
La historia de Schultz en el beisbol profesional empezó en 1932, cuando apareció en su primer juego de ligas menores, ¡a la edad de 13 años! Es difícil imaginar a un muchacho de 13 años de edad tomar un turno al bate en un juego profesional, y batear un imparable nada menos, pero eso fue exactamente lo que hizo Schultz. En realidad, él era el recogebates de los Buffaloes de Houston, y salió como bateador emergente porque su padre, el manager del equipo, quería darle la oportunidad de tomar un turno en el día final de la temporada. Por supuesto, nada de eso hubiese sido permitido en el beisbol profesional de hoy, para jugar en las ligas menores, los peloteros deben tener al menos 16 años de edad.
Siete años luego de su celebrado debut como adolescente, Schultz llegaría a las mayores con los Piratas de Pittsburgh, donde jugó fragmentos de tres temporadas como catcher de reserva. Luego pasó a los Carmelitas de San Luis, donde estuvo seis temporadas, como catcher a medio tiempo y bateador emergente.
Como jugador, Schultz tuvo una carrera poco llamativa. Pero fue un catcher inteligente y muy laborioso que mostraba pasión y entusiasmo por el juego. Esa reputación le procuró un trabajo como coach con los Carmelitas en 1949. La temporada siguiente, se convirtió en manager de ligas menores, algo que hizo por 13 temporadas. En 1963, los Cardenales de San Luis lo llevan de vuelta a las mayores como su coach de tercera base. En las próximas seis temporadas, Schultz envió al plato infinidad de corredores, mientras los poderosos Cardenales ganaban los banderines en 1964, 1967 y 1968. Y conquistaban los campeonatos mundiales en 1964 y 1967.
A mediados de la temporada de 1968, los aún en período de gestación Pilotos de Seattle le ofrecieron a Schultz la dirección del equipo. Para un hombre de beisbol como Schultz, esa era la oportunidad que había buscado desde que empezó su carrera como coach. Al final de la temporada, los Pilotos llegaron a un acuerdo con Schultz, pero no podían anunciar públicamente la contratación debido a que él todavía era coach de los Cardenales, quienes estaban encaminados a ganar el banderín que los llevaría a la Serie Mundial. La decisión de contratar a Schultz, rumorada desde agosto, se convirtió en el secreto peor guardado del beisbol.
Como resultado de los rumores, el nombre de Schultz saldría a la luz pública durante la Serie Mundial de 1968. Mientras las cámaras de la NBC mostraban a Schultz en la caja de coach de los Cardenales, campeones de la Liga Nacional, los narradores Curt Gowdy y Harry Caray se referían a él reiteradamente como “el primer manager en la historia de los Pilotos de Seattle”. Hablaron tan abiertamente del movimiento de Schultz que eso se convirtió en una de las subtramas de la serie entre los Cardenales y los Tigres de Detroit. Finalmente, durante el noveno inning del séptimo juego, el gerente general de los Pilotos, Marvin Milkes anunció oficialmente que Schultz sería el manager de los Pilotos.
Para ese momento, Schultz era un nombre muy familiar en el area de San Luis. Se había hecho famoso al apodar a los Cardenales de 1967 como “El Birdos”. Pero más allá del medio oeste, Schultz era un virtual desconocido. Muchos aficionados lo veían como un hombre misterioso, aunque hubiese cumplido 50 años y había trabajado en el beisbol durante casi cuatro décadas. Ciertamente no era una figura de la casa, y no necesariamente una escogencia natural para afrontar el primer año de la franquicia en Seattle.
Schultz y los Pilotos confiaban en que él iba a salir del anonimato. En enero y febrero de 1969, Schultz se convirtió en el remolino del programa de banquetes y discursos, se presentó en escuelas primarias, liceos, almuerzos, clubes sociales, organizaciones de fraternidad, cenas formales y casi cualquier tipo de evento público celebrado en el gran noroeste. Se convirtió en el éxito de la programación, al cautivar audiencias con su sorprendente sentido del humor, sus ocurrencias y su entusiasmo por el juego. Día tras día, le decía a cualquiera que escuchara, que los Pilotos eran capaces de jugar beisbol para ganar y que terminarían terceros en la división oeste de la Liga Americana. Debido a su energía y aparente sinceridad, las personas en Seattle empezaron a creer en él.
Schultz ayudó a crear algo de entusiasmo general en la fanaticada de Seattle. También crearía revuelo en el entrenamiento primaveral, al impresionar de inmediato a sus peloteros. Cuando los Pilotos llegaron al campamento primaveral, vieron a un manager quien epitomizaba la apariencia de la vieja escuela de managers de la década de 1960. El rostro sonrojado de Schultz, su cabeza calva y físico rechoncho (todos visibles en su barajita Topps de 1969) parecían algo fuera de lugar.
Como manager a Schultz le gustaba repetir ciertas frases, las cuales reflejaban algo de la sabiduría simple que adquirió en casi 40 años de experiencia en el beisbol profesional. Una de sus favoritas se refería a su consejo básico de bateo: “Bien muchachos, se trata de una pelota redonda y un bate redondo y hay que batearla de plano”.
Schultz tenía el tipo de vocabulario propio de los managers de antaño, rociado con muchas malas palabras de cuatro letras. Había maravillado a sus audiencias de invierno, incluyendo los grupos escolares, con tal lenguaje, pero su manera sazonada de hablar se convirtió en uno de los temas recurrentes de Ball Four.
En el capítulo 1 de Junio de Ball Four, Bouton aporta cierta visión interna de las coloridas palabras del manager. Despues que los Pilotos vencieran a los Tigres campeones munidales, Schultz dio a sus peloteros un discurso de victoria. Esto es lo que Bouton escribió: “Joe dio su discurso habitual en el clubhouse: ‘Atáquenlos todo el tiempo. Acribíllenlos. Sean implacables…Saboreen esa Budweiser y vuelvan a vencerlos mañana’”.
Quizás la charla más memorable de Schultz ocurrió cuando fue al montículo para hablar con el pitcher John Gelnar. Bouton plasmó esa conversación en Ball Four.
Gelnar nos contó de la gran conversación que tuvo con Joe en el montículo. Había dos tipos más ahí y Tom Matchik (de los Tigres) iba a batear. “¡Quieres que le lance de alguna manera en particular, Joe?” preguntó Gelnar.
“No, domínalo”, dijo Joe Schultz. “Lánzale duro abajo y después nos vamos a saborear algo de Budweiser”.
Saborear algo de Budweiser. Esas palabras se convertirían en sinónimo de Schultz. Una y otra vez, le imploraba a sus Pilotos que terminaran todo y ganaran el juego, para irse a saborerar algo de Budweiser. Schultz disfrutaba su cerveza.
Desafortunadamente, los Pilotos tuvieron pocas oportunidades de saborear Budweiser. Empezaron la temporada muy bien, se mantuvieron en el tercer lugar hasta principios de julio pero luego tuvieron una caída prolongada hacia el sótano el resto del camino. Al terminar la temporada, solo habían ganado 64 juegos, lo cual frustró a Schultz, pero no sorprendió a la mayoría de los observadores quienes veían en los Pilotos a un equipo de expansión con poco margen de respetabilidad.
Al final de la temporada, los Pilotos decidieron que Schultz era parcialmente responsable de haber terminado en último lugar. Los Pilotos despidieron a Schultz, un hecho que muchos peloteros sintieron que era injusto debido al poco talento que tenía el equipo de Seattle. Don Mincher estaba molesto por el despido. Dijo que Schultz había sido un factor positivo en el clubhouse.
“Nos mantuvo batallando”, le dijo Mincher a The Sporting News, “nos animó a través de la peor racha de derrotas”. La mayor parte del tiempo, los peloteros disfrutaban jugando para Schultz, debido a su energía y pasión. Hasta los peloteros quienes no lo veían como un verdadero manager reconocían que Schultz generaba entretenimiento y mantenía el clubhouse animado y relajado.
Aunque había perdido su sueño de ser manager luego de solo una temporada, Schultz se propuso mantenerse en el beisbol. Pocas semanas después del despido, aceptó un trabajo como coach de otro equipo de expansión de la Liga Americana, los Reales de Kansas City. Schultz llevó su buen humor con él en su regreso al medio oeste para trabajar con el manager Charlie Metro.
Estuvo con los Reales solo una temporada, Schultz se mudó al final del año. En 1971, se unió al cuerpo técnico de los Tigres de Detroit, donde se convirtió en coach del manager Billy Martin.
Esa primavera, los Tigres se preparaban para efectuar un juego de exhibición contra los Piratas de Pittsburgh en Bradenton, Fla. Luego de retirarse como pitcher, Jim Bouton ahora trabajaba como reportero deportivo para el canal televisivo ABC y fue asignado para cubrir el juego de entrenamiento primaveral de los Tigres ese día.
Ese escenario determinó el primer encuentro entre Schultz y Bouton desde la publicación de Ball Four. Bouton había buscado la reunión con ahínco, pero a Schultz no le había gustado la manera como el pitcher lo había retratado, particularmente como alguien quien constantemente pronunciaba obscenidades. Autorizado por Martin, quien no quería tener que lidiar con Bouton, Schultz abordó a su antiguo pelotero mientras este entrevistaba a los miembros de los Piratas. Schultz le dijo a Bouton con brusquedad que saliera del campo antes que los Tigres empezaran a ejercitarse previo al juego. La reacción de Schultz sorprendió a Bouton. Él sentía que había mostrado a Schultz de manera pintoresca y amigable, de ninguna manera de forma degenerada. “Joe, eras uno de mis favoritos”, dijo Bouton, tratando de razonar con su ex manager. Pero Schultz no escucharía. “Vete de aquí”, gritó Schultz. Bouton salió del campo disgustado.
“Había estado esperando por mucho tiempo la oportunidad de poner a Bouton en su lugar”, le dijo Schultz a Martin, de acuerdo al Sporting News. “Me contenta que me haya dado la oportunidad de correrlo”. De muchas maneras, el incidente pareció fuera de lo común para el tipo de personalidad de Schultz, quien generalmente era muy llevadero. Pero pareció malinterpretar la manera como Bouton lo retrató en su libro. Bouton había querido mostrar a Schultz como un héroe pintoresco, pero Schultz interpretó las palabras de Bouton como una burla, una parodia.
Schultz permaneció con los Tigres hasta 1973. Cuando los Tigres despidieron a Martin, nombraron a Schultz manager interino, dándole su segunda oportunidad como dirigente. En 28 juegos tuvo una respetable marca de 14-14, y recibió elogios por su trabajo con el equipo, pero los Tigres no consideraron apropiado darle el trabajo a tiempo completo. Schultz no dirigiría otra vez.
Schultz se estableció en San Luis para su vida pos-beisbol, allí permaneció por el resto de sus años. En 1989, un artículo de USA Today acerca de los Cardenales de 1964 reportó a Schultz como fallecido, aunque todavía trabajaba en una compañía de suplementos ferroviarios. Cuando el narrador de los Cardenales, Jack Buck, vio a Schultz unos días después, lo saludó diciéndole: “Me alegra ver que has resucitado”.
Schultz viviría siete años más, mientras vivía una vida pacífica en San Luis. Finalmente sucumbió a una falla cardíaca en enero de 1996, tenía 77 años de edad.
Durante una de sus entrevistas finales, a Schultz le preguntaron por su frase favorita, “saborearr algo de Budweiser”. Su respuesta al Milwaukee Journal fue muy clásica de Schultz. “En este momento tengo una en mi mano”.
Entonces Schultz discutió lo que hubiera ocurrido si los Pilotos hubieran seguido con él y lo llevaran a Milwaukee en la mudanza del equipo. Manteniendo su perspectiva, Schultz dijo: “Hubiese estado en una buena ciudad con toda esa cerveza”.
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Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A BaseballDynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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