miércoles, 6 de julio de 2016

En medio del maíz de Iowa, hay fe en la fertilización del futuro del beisbol.

Michael Tackett. The New York Times. 02-07-2016. Justo afuera del dugout del equipo anfitrión en el Municipal Stadium de Clarinda, Iowa, está una escultura de bronce de Merl Eberly, sonriendo, con los ojos enfocados, las líneas de expresión en el rostro de todos esos juegos de beisbol bajo el sol del MedioOeste. Detrás de la escultura, fijados en la pared externa del dugout, están tres docenas de placas con los nombres de sus antíguos jugadores para los A’s de Clarinda quienes llegaron a las Grandes Ligas. En total, más de otros 300 firmaron contratos profesionales. Los peloteros llegaron a la esquina lejana del suroeste de Iowa persiguiendo un sueño compartido que es jugar ahora en las ligas de verano a lo largo del pais, desde la Cape Cod League hasta la Alaska Baseball League, y las docenas que hay entre estas. Los bates son de madera, los calendarios intensos, unos 60 juegos en dos meses, a menudo con largos viajes en autobús, y las rarezas de ser descubiertos son casi desesperadamente largas. Pero Eberly ayudó a definir otra era. La escultura, un regalo para su familia y un símbolo de gratitud colectiva, fue comisionada por un miembro del Salón de la Fama del beisbol quien fue a jugar para Eberly en el verano de 1975, un hombre joven conocido entonces como Osborne Smith. Smith, quien creció en el turbulento vecindario de Watts en Los Angeles, nunca había estado en el MedioOeste antes de ese verano. Había reducido su noción de la región a una palabra: maíz. A él no le habían ofrecido una beca para jugar beisbol luego de la escuela secundaria. Los scouts profesionales estaban interesados en su compañero de equipo Eddie Murray, otro futuro inquilino del Salón de la Fama. Después de dos temporadas sin pena ni gloria en la universidad, Smith fue a Clarinda pesando 70 kilogramos pero lleno de deseos porque Eberly lo detectara en su primera práctica, cuando el entrenador lo dio todo tratando sin éxito de batear un roletazo que perforara a su nuevo campocorto. “Yo creía que podía competir”, dijo Smith. “Se trataba de conseguir la oportunidad”. La historia de Smith fue replicada por más de cuatro décadas, con jugadores llegando a las maizales buscando su oportunidad. Eberly se benefició de un tipo de fama de rumores, un modesto renombre entre los entrenadores, jugadores y sus padres. Despues del éxito de Smith, se hizo más fácil persuadir a los jugadores de California o Texas para que pasaran un verano en Clarinda, un pueblo adormecido pero persistente de 5000 personas que solía recibir a los visitantes con el mensaje “Donde la ética de trabajo aun funciona”. “Para la mayoría de nosotros quienes íbamos allí y nos hacíamos parte del programa, Merl se convertía o en la extensión de su padre o en la figura total del padre, ese ser disciplinado, esa persona quien hace cumplir las reglas”, dice Smith. “Y tienes que persistir con esas reglas, si no lo haces, no puedes ser parte de esto”. Y el conocimiento de Eberly y los A’s de Clarinda siguió creciendo. Bud Black, un pitcher estrella de los Reales de Kansas City quien llegó a ser manager de los Padres de San Diego, jugó ahí dos veranos. También lo hizo Von Hayes, aunque le pidió a Eberly que lo dejara en libertad luego de dos semanas en su primera temporada porque no pensaba que era lo suficientemente bueno. Chuck Knoblauch, el antíguo yanqui, pasó por Clarinda también, uno de seis peloteros del equipo de 1987 quienes llegaron a usar uniformes de Grandes Ligas. Todos estaban integrados a Eberly y a las personas de Clarinda, quienes representaban los valores de un pequeño pueblo de compromiso, lealtad y desinterés que pensamos solo existen en el mito. Hayes describió a su entrenador como una “mezcla de John Wayne y Andy Griffith”. Black, quien creció en el Pacífico Noroccidental, dijo que necesitaría un mapa cuando su entrenador universitario le dijo que iba para Clarinda. Pero no le tomó mucho tiempo para sentirse en casa, en el pueblo y con su entrenador. “Él tenía una presencia que podías sentir”, dijo Black. “Era un hombre de gran carácter e integridad, y tenía un lugar agradable para sus peloteros. El nos estimaba a todos. Podías sentirlo. Nos hablaba de la vida y del beisbol”. Luego de una breve carrera profesional, una temporada con el equipo Clase D de los Medias Blancas de Chicago de Holdrege, Neb., Eberly regresó a Clarinda como héroe. Los A’s empezaron como un equipo del pueblo que hacía giras por el MedioOeste. Eberly era un cátcher muy resistente, quien consistentemente lideraba a su equipo en jonrones. En 1969, a la edad de 35 años, bateó .475. Pero mientras él y otros envejecían, notó que el equipo tenía que cambiar, así que transformó a los A’s en un equipo colegial de verano. Persuadió a los comerciantes locales de aportar apoyo financiero, y su esposa, Pat, persuadió a las familias de abrir sus puertas a extraños por un verano completo, para proveerles un lugar donde quedarse, comidas y paternidad alternativa. Eberly creía que el beisbol podía ser importante en la identidad del pueblo; de otra manera este sería conocido principalmente como el lugar de nacimiento del director de orquesta Glenn Miller. Él no lo hacía por dinero, y solo tenía una regla para aquellos involucrados en el funcionamiento del equipo: Nadie era remunerado. Eberly, quien fue un joven problemático desde un hogar fracturado, sintió que su vida había sido redimida por un entrenador, y dedicó mucho de su vida a tratar de hacer lo mismo por sus jugadores. Quería enseñarles valores así como beisbol, reforzar las reglas de la vieja escuela acerca de los cortes de cabello cortos y los zapatos pulidos. Él pasaba una tarjeta de crédito por las mejillas de los peloteros para revisar el vello facial. Los peloteros quienes se enfrentaban con él se encontraban corriendo interminables vueltas alrededor del estadio, o simplemente les decía que regresaran a casa. “No se trata de, ¿Podemos hacerlos mejores beisbolistas?” dijo una vez Eberly a un entrevistador local. “Se trata de ¿Podemos convertirlos en mejores personas?” Los entrenadores universitarios llegaron a depender de él, a enviarle peloteros porque confiaban en Eberly y creían que Clarinda sería un ambiente apropiado. “Merl reclutaba con el aval de los peloteros que jugaron para él”, dijo Augie Garrido, el antiguo entrenador de beisbol de la University of Texas. Él añadió: “Él ayudaba al pelotero a ayudarse a si mismo a buscar su destino como pelotero y como persona”, y agregó: “lo que él hizo fue que inspiró a las personas. Les dio esperanza”. Tomó más que un Eberly para que el programa se mantuviera. Hay familias multigeneracionales quienes han recibido peloteros, una práctica que ellos llaman mantener, y para algunos hombres jóvenes eso significa encontrar una familia cuando ellos no sentían que tenían una en casa. Cada año, mientras el juego avanza, con la evolución del video, las estadísticas avanzadas y el entrenamiento regimentado a lo largo del año, a los programas como el de Clarinda se les hace difícil sobrevivir. Cuando Eberly falleció en 2011 luego de una larga batalla con el cáncer, muchos temieron que los A’s desaparecerían. Las multitudes se han reducido. Pero los A’s siguen honrando a su equipo, y el pueblo sigue apoyándolo porque para ellos, los veranos siempre han sido acerca de algo más que beisbol. Este artículo es un extracto de “The Baseball Whisperer”, de Mitchell Tackett, que será publicado el martes 5 de julio por Houghton Mifflin Harcourt. Tackett es editor el escritorio de Washington del New York Times. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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