miércoles, 5 de octubre de 2016
La Emoción Copa la Escena Luego de la Trágica Pérdida de José Fernández.
Tyler Kepner. The New York Times. 26-09-2106.
Miami—Eso no ganó un banderín. Ni curó el adolorido corazón de un deporte y una comunidad. Lo único que todos quieren, que José Fernández regrese a Marlins Park y retome su vida, nunca ocurrirá.
Pero lo que Dee Gordon hizo el lunes 26 de septiembre por la noche, cuando el abridor de la alineación de unos Marlins sin aliento, fue uno de esos momentos tremendos que nos hacen tomar en cuenta al deporte.
Gordon, un bateador zurdo, entró a la caja de bateo como derecho, el lado desde donde bateaba Fernández. Vio un envío desde ese lado, cambió de casco, vio otro envío, y entonces largó un batazo elevado hacia el jardín derecho.
La pelota pasó sobre una pizarra negra que mostraba el número 16 de Fernández, el número que cada Marlin llevaba en su espalda el lunes, el número que ningún Marlin volverá a usar. La pelota aterrizó en el segundo piso, jonrón, el primero de Gordon en más de 300 turnos al bate en esta temporada.
“Primer swing que hizo, y fue la primera vez que llevó la pelota hasta el segundo piso”, dijo Christian Yellich de los Marlins. “Si eso no te dice nada, no sé que más esperas”.
Los compañeros de equipo impactaron el dugout moviendo sus manos, de la manera como Fernández solía celebrar, mientras Gordon corría las bases en llanto. Señaló hacia el cielo luego de cruzar el plato, a punto de colapsar en los brazos de sus compañeros, con muchas lágrimas en el ambiente.
El jonrón empujó a los Marlins a una victoria 7-3 ante los Mets. Cuando terminó el juego, los Marlins se reunieron en un círculo alrededor del montículo. Se arrodillaron y dejaron sus gorras. Una hora después, regresaron para un saludo final.
“Es el juego más difícil que haya jugado”, dijo Gordon. Me mantuve viendo la pizarra y viendo su nombre. ¿Cómo es posible que él no esté aquí?”
Gordon y Giancarlo Stanton dijeron que se mantuvieron esperando a que Fernández apareciera, y les dijera que se había burlado de todos ellos. Por un momento, Yellich dijo, que olvidó que todos estaban usando el mismo número de Fernández. Vio la camiseta de un compañero y sintió una punzada de agonía. Eso era real.
Gordon empezó y terminó su día de trabajo con una franela que dice “RIP” con la imagen de Fernández en la segunda letra. Los tributos estaban en todas partes, desde el relicario de flores y velas de los fanáticos a las afueras del estadio hasta los mensajes que los peloteros dejaron en el terreno. “Descansa con Dios”, escribió el cátcher J.T. Realmuto.
Fernández falleció a los 24 años de edad, el domingo temprano, uno de tres muertos cuando una lancha de pesca de 32 pies se estrelló contra un rompeolas de Miami Beach. Estaba programado para abrir contra los Mets el lunes, probablemente la apertura final de su más reciente temporada de éxito.
En vez de eso, los Marlins saltaron al campo con el montículo vacío, flanqueado por ocho jugadores de posición apesadumbrados. Había una guardia de honor, y los equipos intercambiaron abrazos alrededor del infield luego que un coro cantara el himno nacional. Los Marlins formaron un círculo alrededor del montículo, entonces se acercaron, y Stanton les hizo unas indicaciones. Señalaron hacia arriba y jugaron pelota.
“Me quedé en blanco en ese momento”, dijo Stanton. “Muchos de nosotros hablaban de: ‘Por qué estamos aquí ahora? ¿Cuál es el propósito de esto? ¿Cómo afrontamos esto juntos?’ Yo solo trataba de facilitar todo eso al decirles que estábamos ahí por José, y los seguidores de él”.
El casillero de Fernández fue preservado en una esquina del clubhouse, su guante naranja se balanceaba en un extrema de la placa con su nombre, había una rosa púrpura en el cuello de su camiseta. Estuvo en su mejor forma aquí, con marca vitalicia en casa de 29-2. Adoraba pitchear frente a su madre, a quién salvó del mar enfurecido cuando ella se cayó del barco en su cuarto intento por desertar de Cuba, en 2008. Fernández, entonces un adolescente, había estado encarcelado por un intento anterior.
“Él pitcheaba para ella”, dijo Scott Boras, el agente de Fernández, quién lloró mientras hablaba de su cliente antes del juego. “Yo solía echarle broma: Lleva a tu madre en las giras, porque tu efectividad es una carrera y media más baja cuando ella está en el estadio’. Le decía, ‘Dime que consejo te está dando’, y él se reía. Él se enfocaba mucho cuando ella estaba aquí”.
Boras había volado desde California y pasó el día con la madre de Fernández. El domingo, después de una emotiva conferencia de prensa seguida de la cancelación de su juego con Atlanta, los Marlins habían visitado a la madre y la abuela de Fernández como equipo.
La demoledora escena descubrió un profundo abismo emocional para el manager Don Mattingly. En 1969, su hermano mayor, Jerry, murió en un accidente de construcción a los 23 años. Mattingly tenía 8 años, y cuando un hombre de la compañía de construcción fue a csa con la noticia, sus padres lo enviaron a jugar afuera, para protegerlo. Mientras el equipo trataba de consolar a la familia de Fernández, la angustia personal de Mattingly regresó.
“En realidad no fui parte de todo aquello, de lo que estaba pasando, pero ahora sé lo que ocurrió”, dijo Mattingly. “Conocí el dolor. Podía ver a mi mamá y a mi cuñada, lo que estaban pasando. Era muy duro”.
El relevista de los Marlins A.J. Ramos dijo que estaba alegre, al menos, de haberle dicho a Fernández que lo quería. Fernández era asi de abierto, dijo Ramos, siempre le decía sus compañeros de equipo como se sentía. Pero la visita del domingo lo golpeó duro.
“Esa fue una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer”, dijo Ramos. “Pienso que cuando ves a una madre perder a un hijo, y más alguien como José, yodo lo que habían pasado, las dificultades que tuvieron para llegar aquí, y cuando llegan aquí, se establecieron bien. Y entonces ocurre esto. Deseo que yo pudiese decir algunas palabras para hacerla sentir un poco mejor”.
El dueño de los Marlins, Jeffrey Loria, estaba en Nueva York cuando se enteró de la muerte de Fernández el domingo en la mañana. Estaba sentado en la misma silla, dijo él, como cuando supo que su hermana había fallecido. La silla no está más ahora, dijo Loria, quién voló el domingo en la noche y visitó a la madre de Fernández después que lo hizo el equipo.
“Ella saltó desde el sofá y llegó volando a mis brazos”, dijo Loria, quien llevará al equipo al funeral en los próximos días. “La sostuve. Eso es todo lo que podemos hacer”.
Loria dijo que definitivamente “nadie usará ese número otra vez” en referencia al 16 de Fernández. El tenía un vínculo especial con Fernández, al insistir que los Marlins lo pusieran en el roster para la inauguración de la temporada de 2013, aunque Fernández tuviera 20 años de edad y nunca había pitcheado por encima de Clase A.
Loria recordó una salida de compras que Fernández hizo en su primera gira, cuan emocionado lucía cargando bolsas de equipos electrónicos y video juegos. Loria llevó a Fernández a comprar valijas, y recordó algunas de sus pintorescas conversaciones.
“Siempre había bromas de ida y vuelta como esa”, dijo Loria. Entonces hizo una pausa. “No puedo creer que esto haya pasado”, dijo él.
Lo que hacía a Fernández tan especial, dijo Boras, es la manera como él abrazaba a todos los uniformados, no solo a los Marlins. Él estaba dispuesto a compartir el juego, y su historia resonó profundamente entre los cubano-americanos de Miami.
La tarde del lunes en un parque de la Calle Ocho, en el corazón de Little Havana, Fernández estaba en la mente de muchos cubanos que jugaban el popular juego de dominó.
“Para mí, es un gran orgullo que el sea de mi país, para esta ciudad y para todo el país”, dijo Bruno Guerrera, 78, quién salió de Cuba para visitar Estados Unidos hace 13 años y nunca regresó.
Entre las juegos de dominó, Guerrera, quién creció en La Habana, se sentó en una mesa forrada con el mapa de Cuba y contó relatos de la historia beisbolera de su país. Estaba almorzando el domingo cuando un amigo le informó la noticia de Fernández.
Guerrera dijo que estuvo muy alterado, tuvo que dejar de comer para tomarse la medicina de su tensión sanguínea. Recordaba a las estrellas cubanas Camilo Pascual, Luis Tiant, Orlando Peña y otros, y dijo que Fernández estaba encaminado en esa ruta.
“Yo ví a este muchacho”, dijo Guerrera. “Si no se hubiese lesionado el brazo, iba a ser el mejor pitcher cubano de todos los tiempos”.
Fernández ganó precisamente la mitad de sus aperturas (38 de 76), para lograr una referencia de grandeza. Tuvo una efectividad de 2.58 y un potencial infinito.
Aquí, sin embargo, su legado siempre será más grande que eso. David Samson, el presidente del equipo, dijo que Fernández representaba la posibilidad, la materialización del sueño cubano de libertad.
“Se ha hablado mucho, y llorado mucho, y rezado mucho, e intentado buscarle sentido a algo que no podemos encontrarle sentido”, dijo Samson. “No tiene sentido que una vida termine así, de una manera tan insignificante- Así que nuestro trabajo es hacer que su vida importe, y vamos a hacerlo por siempre”.
James Wagner colaboró reportando.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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